¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén" Rom 11,33-35
   
  AUTOCEFALIA UNIVERSAL Y APOSTOLICA EN EL ESPIRITU DE S. BENITO ABAD Y S. IGNACIO DE LOYOLA +JOSE FERNANDO MONTOYA
  TEMA71 SÓLO DIOS CONOCE
 

CATECUMENADO 71


SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir el juicio como aspecto fundamental del proceso de
evangelización.

55. Oculto el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de las
personas
Las apariencias nunca revelan nítidamente la interioridad de los
seres, cuyo sentido último permanece, las más de las veces, oculto o
sólo parcialmente desvelado. Los hechos de la vida y los
acontecimientos de la historia son, por lo común, ambiguos y opacos:
que posean un significado dista mucho de ser evidente. La verdad total
queda oculta. El sentido pleno de las cosas también (65).

56. Cuando actúa en la historia, Dios juzga
Para el creyente, Dios no interviene de una manera particular, en la
historia, sin juzgar. Su intervención tiene siempre una doble vertiente:
salva y juzga. La prioridad corresponde, con todo, al aspecto salvífico. El
juicio de Dios es, fundamentalmente, para la salvación. Es el día
esperado por el creyente. Cuando la Iglesia primitiva confesaba su fe en
el Cristo juez («vendrá a juzgar»), lo que resonaba en el fondo de este
artículo de fe era el mensaje confortante de la gracia vencedora (Mt 25,
21 ss; Lc 10, 18; 2 Ts 2, 8; 1 Co 15, 24), pues el juicio será la victoria
definitiva de Cristo y de los suyos sobre los poderes hostiles. El
creyente, que vive según su fe, no tiene por qué temer este día del
Señor como si fuera para él un día de ira. Así lo dice San Juan: «En esto
ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos
confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en
este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa
el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme, no ha llegado a la
plenitud en el amor» (1 Jn 4, 17-18) (66).

57. Dios sondea las entrañas y los corazones
En el Antiguo Testamento, la fe en el juicio de Dios es una convicción
tan fundamental que nunca se pone en duda. Dios, el Señor, gobierna el
mundo y, particularmente, a los hombres. Su palabra determina el
derecho y fija las reglas de la justicia. Dios sondea las entrañas y los
corazones (Jr 11, 20; 17, 10; 20, 12) conociendo así perfectamente a los
justos y a los culpables. Como, por otra parte, posee el dominio de los
acontecimientos, no puede dejar de guiarlos para que finalmente los
justos escapen a la prueba y los malos sean castigados (cfr. Gn 18,
22ss). No se entendería el drama de Job sin esta convicción
fundamental. Los salmos están llenos de las súplicas que le dirigen
justos perseguidos (Sal 9, 20; 25, 1; 34, 1-24, 42, 1, etc.). La
experiencia histórica aporta a los creyentes ejemplos concretos de este
juicio divino, al que están sometidos todos los hombres y todos los
pueblos (67).

58. Acontecimientos históricos que significan la aversión de Dios hacia
el pecado humano.
En el momento del éxodo Dios juzgó a Egipto, es decir, castigó al
opresor de Israel, a quien El quería otorgar la libertad (Gn 15, 14; Sb 11,
10). Los castigos de Israel en el desierto son acontecimientos históricos
que significan el juicio de Dios contra un pueblo infiel. El exterminio de
los cananeos en el momento de la conquista es otro ejemplo de lo
mismo, que muestra a la vez el rigor y la moderación de los juicios
divinos (Sb 12, 10-22). Y si retrocedemos, en el tiempo, hallamos una
decisión de Dios juez al principio de todas las catástrofes que caen
sobre la humanidad culpable; cuando la ruina de Sodoma (Gn 18, 20;
19, 13), en el diluvio (Gn 6, 13), en ocasión del pecado de los orígenes
(Gn 3, 14-19). El recuerdo del juicio que amenaza, el anuncio de su
inminente realización, forman parte importante de la predicación
profética. Bajo el anuncio de las catástrofes venideras hay que leer la
espera de acontecimientos históricos que significarán en el plano
experimental la aversión de Dios hacia el pecado humano (68).

59. Evocación profética de un juicio final. El «día de Yahvé»
Después del destierro de Babilonia, el tema del juicio de Dios de la
antigua fe de Israel se desenvuelve, por obra de los escritores
apocalípticos, en la creencia de un juicio universal que habría de
abarcar y alcanzar a los pecadores del mundo entero y a todas las
colectividades enemigas de Dios y de su pueblo, ya que constituiría el
preludio obligado del anuncio profético de la salvación. Dios juzgará al
mundo por el fuego (Is 66, 16). Reunirá a las naciones en el valle de
Josafat ("Dios juzga"): Serán entonces la siega y la vendimia
escatológicas (Jl 4, 12-13). El libro de Daniel describe con imágenes
alucinantes este juicio que vendrá a cerrar el tiempo y a abrir el reinado
eterno del Hijo del hombre (Dn 7, 9-12, 13). La escatología desemboca
aquí más allá de la tierra y de la historia. Lo mismo sucede en el libro de
la Sabiduría (Sb 4, 20-5, 23). Sólo los pecadores deberán entonces
temblar, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (4, 15ss; cfr. 3,
1-9) (69).

60. El juicio de Dios, instancia de los oprimidos
En los salmos posteriores al destierro, la apelación al Dios juez
aparece en ellos como una instancia destinada a acelerar la hora del
juicio final (Sal 93, 2). Y se canta por anticipado la gloria de esta
audiencia solemne (Sal 74, 2-11; 95, 12-13; 97, 7-9), en la certeza de
que Dios hará finalmente justicia a los pobres que sufren (Sal 139,
13-14). Así los oprimidos aguardan el juicio con esperanza. A pesar de
todo, queda en pie una amenaza tremenda (Sal 142, 2): todo hombre es
pecador delante de Dios (70).

61. El juicio, aspecto fundamental de la predicación del Evangelio
Con la predicación de Jesús, quedan inaugurados los últimos tiempos:
el juicio escatológico se actualiza ya, aunque todavía haya que esperar
la venida gloriosa de Cristo para verlo realizado en su plenitud. La
predicación de Jesús se refiere frecuentemente al juicio del último día.
Todos los hombres habrán entonces de rendir cuenta (cfr. Mt 25,
14-30). Una condenación rigurosa aguarda a los escribas hipócritas (Mt
12, 40ss), a las ciudades del lago que no han escuchado la predicación
de Jesús (Mt 11, 20-24), a la generación incrédula que no se ha
convertido a su palabra (12, 30-42), a las ciudades que no acojan a sus
enviados (10, 14-15). Por lo demás, desde los Hechos hasta el
Apocalipsis, todos los testigos de la predicación apostólica reservan un
puesto esencial al anuncio del juicio, que invita a la conversión (Hch 17,
31; cfr. 24, 25; 1 P 4, 2-3; 2 Co 5, 10-11; Hb 6, 2). Más aún, Pablo afirma
que por el Evangelio -anunciado por él-, se está ofreciendo, cierto, la
justificación y salvación de Dios, pero «desde el cielo Dios revela,
además, su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres
que tienen la verdad prisionera de la justicia» (Rm 1, 18) (71).

62. Diversa situación del hombre en el contexto plural de las religiones

Nos dice la Escritura que el juicio de Dios tendrá en cuenta la diversa
situación del hombre en el contexto plural de las religiones. Así serán
juzgados bajo la ley mosaica aquellos que la invocan: «Cuantos pecaron
bajo la ley, por la ley serán juzgados...; los que la cumplen, ésos serán
justificados» (Rm 2, 12-13). Serán juzgados según la ley escrita en la
conciencia quienes no hayan conocido otra: «Cuando los gentiles, que
no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin
tener ley, para sí mismo son ley; como quienes muestran tener la
realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia
con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les defienden...»
(Rm 2, 14-15). Quienes hayan recibido el Evangelio serán juzgados por
la Ley de la libertad cristiana: «Hablad y obrad tal como corresponde a
los que han de ser juzgados por la Ley de la libertad.» El sentido de esta
libertad es dado a continuación; la libertad de actuación discurre por los
caminos de la misericordia: «Porque tendrá un juicio sin misericordia el
que no tuvo misericordia» (St 2, 12-13) (72).

63. Los que inculpablemente desconocen el Evangelio
«Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su
Iglesia, dice el Concilio Vaticano Il, pero buscan con sinceridad a Dios y
se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir en las obras su
voluntad conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la
salvación eterna. La divina Providencia tampoco niega los auxilios
necesarios para la salvación a aquellos que inculpablemente no llegaron
todavía a un claro conocimiento de Dios y se esfuerzan, ayudados por la
gracia divina, en alcanzar la vida recta» (LG 16) (73).

64. La actitud adoptada por los hombres frente al Evangelio
Esto supuesto, el criterio principal del juicio será la actitud adoptada
por los hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: «El que
cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto:
que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas» (Jn 3, 18-19) (74).

65. En el proceso de Jesús es juzgado el mundo
Hubo un crimen en el que la rebeldía humana llegó con un simulacro
de juicio legal al colmo de su malicia: la ejecución de Jesús. Durante
este juicio inicuo se remitió Jesús a aquel que juzga con justicia (1 P 2,
23); así Dios al resucitarlo lo rehabilitó en sus derechos: No era posible
que el Justo quedara abandonado al poder del pecado y de la muerte
(cfr. Hch 2, 24). Antes al contrario, la muerte de Jesús señala el
momento en que Dios juzga al mundo definitivamente; en el tiempo
posterior se irá explicitando esta sentencia. A partir de ese momento, el
Espíritu en forma permanente confundirá al mundo, testimoniando que el
pecado está de parte del mundo, que la justicia está del lado de Jesús,
que el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado, es decir, condenado
(cfr. Jn 16, 8-11). Tal es la manera como se realiza el juicio escatológico
anunciado por los profetas: desde el tiempo de Cristo es ya un hecho
adquirido, constantemente presente, del que sólo se espera la
consumación final (75).

66. La actitud adoptada por los hombres frente al prójimo
Junto a la actitud adoptada por los hombres ante Jesús no menos se
tomará en cuenta para el juicio su conducta con el prójimo, sacramento
de Cristo: «Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis
con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,
40; cfr. 25, 45). La prueba irrefutable de la autenticidad en la fe consiste
en que nos lleve a descubrir efectivamente a Cristo en su imagen,
nuestro prójimo. Quienes han sellado con las obras del amor esta ardua
identificación de Cristo en el prójimo, ésos son los verdaderos
creyentes: «Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn
4, 7). Quienes, por el contrario, en el prójimo maltratado y humillado no
hubieren descubierto el rostro desfigurado del Siervo de Yahvé, no
alcanzarán tampoco reconocimiento por parte del mismo Señor en su
venida gloriosa: «En verdad os digo, no os conozco» (Mt 25, 12) (76).

67. Con la muerte se hace definitiva e irrevocable la orientación del
hombre en relación con Dios
Mientras vive en las condiciones de este mundo, el hombre puede,
hablando en general, revocar y cambiar en cualquier momento de su
vida la decisión fundamental que antes tuviere tomada a favor de Dios o
contra él y su revelación en Cristo. Pero llegada su muerte, tal decisión
del hombre queda ya cerrada y fija para siempre. Con la muerte, se
hace definitiva e irrevocable la orientación del hombre en relación con
Dios: o vivirá siempre cara a Dios o de espaldas a él. Esta es la fe de la
Iglesia (DS, 839; 854; 925-926; 1000-1002; 1304-1306), conforme con
la afirmación de San Pablo: «Es necesario que todos seamos puestos al
descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba
conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal» (2 Co
5,10; cfr. Jn 9,4; Lc 16,26) (77).

68. Desvelamiento de la actitud asumida en el secreto de los
corazones.El juicio comienza ahora
No es el juicio divino lo que constituye de suyo al hombre en inocente
o culpable, en el estado de salvación o de condenación. Es la radical
aceptación de Dios o su repulsa por parte del hombre lo que cualificará
en un sentido u otro una situación que respecto a Dios ha de quedar fija
para siempre con la muerte del propio hombre. El juicio de Dios
descubre- no constituye- esa situación. Como dice San Juan: «Dios no
mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él. El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya
está juzgado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El
juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn
3,17-19). En la actitud, pues, que cada uno asume en relación con la luz
y las tinieblas, se opera ya inmediatamente la separación, el juicio. Es el
juicio divino una revelación del secreto de los corazones humanos. El
juicio final no hará sino manifestar en plena luz la discriminación que ha
empezado a operarse ya desde ahora en el secreto de los corazones
(78).

69. La fe viva, razón de nuestra confianza ante el juicio de Dios
El juicio final pondrá en claro el verdadero valor de las obras de los
hombres: «No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El
iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los
designios del corazón» (1 Co 4, 5). Ante un juicio semejante, surge
necesaria la pregunta ¿quién podrá salvarse?: «Si llevas cuentas de los
delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» (Sal 129,3). En efecto, nadie
podría salvarse apoyado exclusivamente en sus propios méritos. Desde
el principio, la humanidad entera es culpable delante de Dios (Rm 3,
10-20). Pero ahora con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se revela
la justicia de Dios, no la justicia que castiga, sino la que justifica y salva
a quienes creen (cfr. Rm 3, 21-22). Como dice San Pablo: «Ahora no
pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús» (Rm 8,
1). Así, pues, el hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y
el amor, ya no tiene por qué temer. Recordemos las palabras de San
Juan: «En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que
tengamos confianza en el día del juicio... No hay temor en el amor, sino
que el amor perfecto expulsa el temor» (1 Jn 4,17- 18). Su confianza en
Dios no hace al creyente descuidado en el servicio a su Señor. Vive
como quien ha de dar cuenta (79).

70. La enseñanza del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II nos recuerda la necesidad de vivir vigilantes y
con esperanza: "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario,
según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para
que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cfr Hb 9, 27),
merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos
(cfr. Mt 25, 31 -46), y no se nos mande, como siervos malos y perezosos
(cfr. Mt 25, 26) ir al fuego eterno (cfr. Mt 25, 41), a las tinieblas
exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30).
Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer
ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas
o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Co 5, 10) y al fin del
mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los
que obraron el mal, para la resurrección de condenación (Jn 5, 29; cfr.
Mt 25, 46). Teniendo, pues, por cierto, que los padecimientos de esta
vida son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar
en nosotros (Rm 8, 18; cfr. 2 Tm 2, 11-12), con fe firme aguardamos la
esperanza bienaventurada y la llegada de la gloria del gran Dios y
Salvador nuestro Jesucristo (Tt 2, 13), quien transfigurará nuestro
abyecto cuerpo en cuerpo glorioso semejante al suyo (Flp 3, 21) y
vendrá para ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en
todos los que creyeron (2 Ts 1, 10) (LG 48) (80).
........................................................................

TEMA 71

OBJETIVO:
DESCUBRIR EL JUICIO COMO ASPECTO FUNDAMENTAL DEL
EVANGELIO: SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE

PLAN DE LA REUNIÓN
* Oración inicial: Sal 94.
* Presentación del tema 71 en sus puntos clave.
* Diálogo: lo más importante.
* Lecturas: Sb 12,10-22; 1 Jn 4,17-18; Jn 3,18-19; Mt 25,31-46.
* Diálogo: ¿qué significa para nosotros este aspecto fundamental del
evangelio?
* Oración final: Sal 143.

PISTA PARA LA REUNIÓN
PUNTOS CLAVE
* Una historia ambigua.
* Cuando Dios actúa, juzga.
* Dios sondea los corazones.
* En acontecimientos históricos.
* El «día de Yahvé».
* Instancia de los oprimidos.
* El juicio, aspecto fundamental.
* Pluralismo religioso.
* Actitud adoptada ante el evangelio y ante el pr6jimo.
* La frontera de la muerte.
* Desvelamiento de la actitud.
* El juicio comienza ahora.

 
 
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"Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ... el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" ICor 3, 21-23 Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
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