¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén" Rom 11,33-35
   
  AUTOCEFALIA UNIVERSAL Y APOSTOLICA EN EL ESPIRITU DE S. BENITO ABAD Y S. IGNACIO DE LOYOLA +JOSE FERNANDO MONTOYA
  TEMA55 LA CENA DEL SEÑOR
 

CATECUMENADO 55


LA CENA DEL SEÑOR


OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir el significado profundo de la Eucaristía, la cena del Señor.

81. La Eucaristía, cumbre de la iniciación cristiana
La Eucaristía es la cumbre de la iniciación cristiana: quien ha llegado a
descubrir en su propia vida que Jesús es el Señor (siendo así iniciado en
lo que significa realmente el Bautismo), culmina su iniciación si descubre,
además, que Jesús es el Pan de vida que alimenta a la comunidad.
Como un día los de Emaús, también hoy podemos descubrir que Jesús
no sólo camina con nosotros, sino que come y bebe con nosotros. Y más
aún: que El es para nosotros el Pan de Vida, el pan que más
profundamente nos alimenta. Con ello somos iniciados en lo que significa
realmente la Eucaristía, el mayor sacramento de nuestra fe, la reunión
por antonomasia de la comunidad, «la fuente y cumbre de toda la vida
cristiana» (LG 11; ver SC 10).(Este tema ha sido refundido totalmente,
aunque conserva elementos antiguos, ver ME 1, Tema 55).

82 «Tú preparas ante mí una mesa»
En los primeros siglos, los recién bautizados cantaban el sal/023
cuando iban del baptisterio a la iglesia, donde a continuación celebraban
la Eucaristía. Como dice •Ambrosio-SAN: «lavado ya y adornado con tan
rico aderezo, el pueblo avanza hasta el altar de Cristo (...) Se apresura
en llegar a este banquete celestial. Viene, pues, y viendo el altar santo
ya preparado exclama: "Tú preparas ante mí una mesa" (De Mysteriis,
43).
La comunidad eclesial canta con júbilo la solicitud del Buen Pastor por
su rebaño, el pueblo que El apacienta cuidadosamente, sobre todo en la
Eucaristía: «El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca
hierba me apacienta; hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta
mi alma» (Sal 23, 1 ss).

83. ... «Frente a mis adversarios»
La mesa de la celebración se halla, inevitablemente colocada frente a
los adversarios, que no han conseguido realizar sus propósitos. Es la
mesa de la liberación, la mesa del éxodo, que está al otro lado del Mar
Rojo (Ex 12), al otro lado del Jordán (Jos 3), al otro lado de la muerte (Mt
26, 29).
Frente a lo que, humanamente, parece ser el momento supremo de la
derrota, la hora de la cruz y del poder de las tinieblas, Jesús levanta la
copa de la salvación, invocando el nombre de Yahvé (Sal 116, 13). Jesús
celebra la Pascua (Lc 22,15), la fiesta de la liberación (cfr. Jn 14, 30; 16,
32s; 13, 1)
Y antes de salir hacia el Monte de los Olivos, canta con sus discípulos
los himnos del Hal-lel (Sal 113-118), himnos que cerraban la cena
pascual y que adquirieron en aquel momento un significado único (cfr. Mt
26, 30).

84. El pan de los perseguidos
Tanto en la Pascua judía como en la Eucaristía cristiana, el pan ácimo
es el alimento de los perseguidos. Es el pan de la miseria y de la prisa, el
pan que hubo que llevar y cocer antes de que fermentara (Ex 12, 34.39).
Así lo dice el ritual judío de la Pascua: «He aquí el pan de miseria que
nuestros antepasados han comido en Egipto, que aquél que esté
necesitado venga a celebrar la Pascua». El Dios que actúa en la historia
es defensor permanente de los oprimidos; por ello, el éxodo no es
simplemente un acontecimiento del pasado, sino una experiencia
religiosa de valor permanente: todo aquel que sea esclavo, ¡que venga a
celebrar la Pascua! Dios pasa salvando.

85. Fracción del pan y bendición del cáliz
La Eucaristía, celebrada en la Iglesia primitiva el primer día de la
semana o día del Señor (Act 20,7; 1 Cor 16, 2; 11, 20ss), queda
desligada desde el primer momento de la Pascua judía. Esta separación
fue fácil de realizar, pues Jesús no ligó su rito a la comida del cordero,
centro de la fiesta judía, sino a la fracción del pan y a la bendición del
cáliz (3ª copa, «después de cenar», Lc 22, 20), gestos que,
respectivamente (uno) precedía y (otro) seguía a la gran cena pascual y
que adquirieron, en aquella cena de despedida (Mc 14, 25; 1 Cor 11, 23;
Jn 13-17), un nuevo significado.

86. La fracción del pan en el mundo judío
En el mundo judío, la fracción del pan, como introducción, y la
bendición de la copa, como conclusión, son elementos tradicionales de
toda comida hecha en común. Ponen de relieve la significación
verdadera de la comida. El pan y el vino constituyen, juntamente, el
símbolo de la comida entera. El que preside, el cabeza de familia o el que
hace su función (y en su caso, el invitado) parte el pan y lo distribuye a
cada uno. Ello significa la pertenencia recíproca a la misma comunidad
de vida y cada uno se siente unido a quien cuida de la familia. Distribuye
a cada uno el pan, símbolo de la vida humana, no sin pronunciar una
plegaria de alabanza y de acción de gracias a Dios, pues sabe muy bien
que el pan, como la vida, son don recibidos de Dios.

87. La fracción del pan, gesto eclesial de Cristo
La fracción del pan es un rito específicamente judío, que Jesús
también observaba. Así aparece en los pasajes de la multiplicación de
los panes: «Y después de mandar que la gente se acomodase sobre la
hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al
cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los
discípulos y los discípulos a la gente» (Mt 14, 20; cfr. 15, 36; Mc 6,41; 8,
6; Lc 9, 16). Este mismo gesto adquiere en la Cena un nuevo significado.
«Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo. Este es mi cuerpo
que va a ser entregado por vosotros» (Lc 22,19; cfr. Mt 26, 26; Mc 14,
22; 1 Cor 11, 23s).

88. Los de Emaús le reconocen al partir el pan
El primer día de la semana (Lc 24, 1-13), día de la resurrección, los
discípulos de Emaús reconocieron a Jesús «al partir el pan» (24, 35).
San Lucas, al emplear aquí este término técnico que repetirá en los
Hechos (2, 42; 2, 46; 20, 7), se refiere, sin duda, a la Eucaristía.
En principio, los de Emaús no pensaban en ello: sus ojos estaban
retenidos y no podían reconocerle (cfr. Lc 24, 16), caminaban con aire
entristecido (cfr.24,17), habían perdido la esperanza («nosotros
esperábamos»... 24, 21), no habían comprendido lo que dijeron los
profetas acerca de Jesús (24, 25ss). Cuando invitan al desconocido a
quedarse con ellos «porque atardece», cumplen con el rito judío de la
hospitalidad. El invitado preside la mesa y parte el pan: «cuando se puso
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
iba dando» (Lc 24,30). «Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron» (24, 30). Entonces comprendieron por qué ardía su
corazón cuando les hablaba en el camino y les explicaba las Escrituras
(24, 32). Al partir el pan, los discípulos de Emaús volvieron a vivir el
gesto eclesial de Cristo en la última cena, y en él le reconocieron
presente. En las apariciones referidas por Lucas y Juan, los discípulos
no reconocen al Señor inmediatamente, sino a consecuencia de una
palabra o de una señal (Lc 24, 30s. 35.37 y 39-43; Jn 20, 14.16.20; 21,
4.6).
Es lo que sucede a los de Emaús. Así cuentan a los demás discípulos
«lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el
pan» (Lc 24, 35).

89. La fracción del pan en la iglesia primitiva
En la Iglesia primitiva, la expresión «fracción del pan» designa la
celebración misma de la Eucaristía. Así aparece en los Hechos de los
Apóstoles: «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para
la fracción del pan, etc.» (Act 20, 7). Los primeros creyentes «acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones» (Act 2, 42; cfr. 2, 46). Esta antigua
expresión permanece en uso mientras la Eucaristía se celebra en el
marco de una comida de carácter religioso. Pero muy pronto, cuando la
acción sacramental se separa de la comida, el acento se pone en la
acción de gracias y entonces la palabra eucaristía termina por designar
la celebración entera. Así aparece por primera vez en San Ignacio de
Antioquía y, más claramente en •Justino-san (siglo ll): «Este alimento se
llama entre nosotros Eucaristía; del cual a ningún otro es lícito participar,
sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido
purificado con el bautismo para perdón de los pecados y para
regeneración, y que vive, como Cristo enseñó» (Apología primera, c. 66).


90. Bendición de la copa en el mundo judío
El uso oriental de hacer circular durante las comidas una copa en la
que beben todos, hace de ella un símbolo de comunión. En los
banquetes sacrificiales el hombre participa de la mesa de Dios; la copa,
que se le ofrece rebosante (Sal 23, 5) es símbolo de comunión con el
Dios de la Alianza y del Éxodo. El creyente, agradecido y esperanzado,
«levanta la copa de la salvación» (Sal 116, 13).
En el Antiguo Testamento, para anunciar Dios los grandes castigos al
pueblo que le ofende habla de la privación del vino (Am 5,11; Miq 6,15;
Sof.1, 13; Dt 28, 39). El único vino que entonces se beberá es el de la ira
divina, la copa que saca de quicio (Is S1,17, cfr. Ap 14,8; 16,19). En
cambio, la felicidad prometida por Dios a sus fieles se expresa con
frecuencia bajo la forma de una gran abundancia de vino, como
anuncian los profetas (Am 9,14; Os 2,24; Jer 31,12; Is 25,6; Jl 2,19; Zar
9, 17).
En el ritual de la Pascua judía, la copa que se toma después de cenar
(cfr. Lc 22,20) -la tercera copa llamada copa de Elías- simboliza la venida
del Reino y es, al propio tiempo, copa de liberación para los creyentes
oprimidos y copa de maldición para las naciones opresoras que no han
creído en Yahvé.

91. La bendición del cáliz, gesto eclesial de Cristo
En el Nuevo Testamento, el vino nuevo es el símbolo de los tiempos
mesiánicos. En efecto, Jesús declara que la nueva alianza que él realiza
en su propia persona es un vino nuevo que rompe los viejos odres (Mc
2,22). Lo mismo significa el relato del milagro de Caná: el vino de la
boda, ese buen vino guardado hasta ahora, es signo y anticipación de
los tiempos nuevos que están a punto de llegar con la hora de Jesús (Jn
2, 4). La hora de que se trata es la hora de su muerte, que coincide con
la hora de su glorificación (cfr. 7, 30; 8, 20; 12, 23; 13, 1; 17, 1). El
banquete de Caná (/Jn/02/01-11) es tipo del banquete eucarístico y el
milagro de la conversión del agua en vino es ya un anuncio. Hasta ahora
los judíos se servían del agua para su purificación. En adelante será el
vino de la Eucaristía, la sangre de Cristo, lo que asegure la purificación,
el perdón de los pecados. Ya no será el agua de las prescripciones
judías, sino la misma sangre de Cristo, «cordero de Dios», la que será
derramada para el perdón de los pecados: «Tomó luego un cáliz y,
dadas las gracias, se lo dio diciendo: Bebed de él todos, porque esta es
mi sangre de la Alianza, que va a ser. derramada por muchos para
remisión de los pecados» (Mt 26,27s; cfr. Mc 14, 23s; Lc 22,20; 1 Cor
11,25s). Cuando Jesús, en este momento, tiende a los discípulos el cáliz,
éstos esperarían, sin duda, a las usuales palabras de ira que eran
pronunciadas sobre las naciones paganas que no han creído en Yahvé.
Sus palabras son, sin embargo, de bendición y de salvación, pues la
«copa de Elías» es ya la copa de su sangre que será derramada por
muchos, una copa de bendición (1 Cor 10, 16).

92. Comer y beber con el Señor resucitado
«Tomad y comed», «tomad y bebed»: la cena del Señor es Cena de
comunión con el Señor mismo. Así la Eucaristía prolonga
sacramentalmente entre nosotros el misterio de la Encarnación. La gloria
del Señor resucitado acampa (cfr. Jn 1, 14) entre nosotros bajo los
signos del pan y del vino. En su condición gloriosa, la misma carne de
Cristo y su sangre, nos son dadas como verdadera comida y verdadera
bebida en orden a la vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 54s).
Gracias a los dones eucarísticos, a través de su carne y de su sangre,
se establece una comunión personal entre el Señor resucitado y
nosotros: entramos con él y con el Padre, en una relación de vida, que ni
siquiera la muerte podrá rescindir: «El que come mi carne y bebe mi
sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que me ha enviado el
Padre que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros
padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,
56ss).

93. Comunión y comunicación de bienes
La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia y es signo de ella: «Al
participar realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan
eucarístico, somos elevados a la comunión con El y entre nosotros.
Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos
participamos del único pan (1 Cor 10, 17). Así, todos nosotros quedamos
hechos miembros de ese Cuerpo (1 Cor 12, 27), siendo cada uno, por su
parte, los unos miembros de los otros (Rm 12, 5) (LG 7). Por esta unidad
reza Jesús en la última cena; tal unidad es esencial para el cumplimiento
de la misión evangelizadora; más aún, es el signo que el mundo
entenderá: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
has enviado» (Jn 17, 21). La unidad de los corazones, que brota de la
Eucaristía y es signo de ella, lleva también consigo a una efectiva
comunicación de bienes.

94. Eucaristía: Acción de gracias
La Eucaristía propiamente dicha está constituida por la gran anáfora
pronunciada sobre el pan y el vino. Esta anáfora es introducida por una
invitación a levantar el corazón a Dios y no tenerlo a ras de tierra, a
abandonar las preocupaciones de la vida y a entonar la acción de
gracias a Dios y proclamar sus alabanzas, diciendo sin cesar; «Santo,
Santo, Santo»... (cfr. Ap 4, 8; Is 6,3). La liturgia judía que ha servido de
marco a la institución de la Eucaristía, tenía entre otros, un sentido de
agradecimiento por todo lo que Dios salvador había hecho en favor de
su pueblo (cfr. Neh 9, 5-37; Ex 15, 1-21).

95. Nos hubiera bastado
AGTO/DAYENOU DAYENOU/AGTO: Sobre un ritmo de letanía, el
ritual judío de la Pascua, contiene las alabanzas del Señor, de modo que,
de versículo en versículo, se precisan y amplifican. Es el canto de acción
de gracias, cuyo estribillo es dayenou (= nos habría bastado), mostrando
que los beneficios de Dios superan siempre a nuestra espera:
«¡Con cuántos favores nos ha colmado!...
Si hubiese dividido para nosotros el mar sin habérnosle hecho pasar a
pie seco, eso nos habría bastado.-Dayenou-.
Si nos lo hubiese hecho pasar a pie seco sin sumergir allí a nuestros
enemigos, eso nos hubiese bastado.-Dayenou-.
Si hubiese sumergido a nuestros enemigos en el mar sin proveer a
nuestras necesidades en el desierto, durante cuarenta años, eso nos
hubiese bastado.-Dayenou- (...).
Si nos hubiera dado la Ley sin hacernos entrar en el país de Israel,
eso nos hubiera bastado.-Dayenou-.
Si nos hubiese hecho entrar en el país de Israel sin levantar para
nosotros la Casa de la Elección (el Templo), eso nos hubiera bastado.
-Dayenou.

96. Memorial: Algo más que un recuerdo MEMORIAL:
Ya en la liturgia judía el memorial es algo más que el recuerdo de un
acontecimiento pasado. Se trata de un recuerdo objetivo, real, en que se
hace presente lo recordado. Así, celebrar un hecho es vivirle o revivirle.
Más aún: resucitarle. El memorial judío hace presente, en cada tiempo, el
hecho de la salvación (cfr. Ex 13, : pone a cada hombre en el
dinamismo de los acontecimientos de otras veces. Le sitúa en la historia
de la salvación. Y esto se cumple de modo eficaz y verdadero por la
participación de los creyentes en la celebración. Cada uno es Adán,
saliendo del paraíso; o Noé construyendo el arca; es Abraham,
recibiendo de Dios la orden de abandonarlo todo; o Moisés, huyendo de
Egipto y caminando por el desierto. La liturgia judía de la Pascua precisa
el sentido siempre actual del éxodo liberador: «aquel que esté oprimido,
venga a celebrar la Pascua».

97. Actual, el misterio pascua, Cristo
La acción liberadora de Dios, manifestada en la historia de Israel,
alcanza su cumbre en Cristo: la comunidad cristiana celebra la actualidad
siempre nueva de este acontecimiento, la mayor de las maravillas de
Dios. Se ha abierto un camino en medio de la muerte. Cada creyente,
por el don del Espíritu, se incorpora al misterio de Cristo, muerto y
resucitado, misterio pascual que se hace presente y actualiza en la
Eucaristía. Como dice San Pablo: «El cáliz de bendición que bendecimos
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos
¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10, 16). Así pues, en
la Eucaristía se hace presente el misterio de la Pasión, Resurrección y
Ascensión, de modo indisoluble. La Eucaristía es su anámnesis, el
memorial eficaz.

98. Presencia real de Cristo
«Haced esto en conmemoración mía». No se trata tan sólo de recordar
un acontecimiento del pasado o, incluso, el significado del mismo. En
virtud del Espíritu, previamente invocado (epiclesis), Cristo mismo se
hace presente bajo los signos del pan y del vino. «El pan y el vino te
parecen en su estado puramente natural; no te detengas ahí, porque
según la afirmación del Maestro, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo»,
comenta San Cirilo de Jerusalén (Catequesis XXII, 6). El Concilio de
Trento lo expresa así: «una vez consagrados el pan y el vino, nuestro
Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está presente
verdadera, real y sustancialmente en el Santo sacramento de la
Eucaristía bajo la apariencia de estas realidades sensibles» (D 735).
«Por la consagración del pan y del vino se realiza el cambio de toda la
sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Señor nuestro, y
de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Este cambio
ha sido llamado justa y exactamente transustanciación por la santa
Iglesia católica» (D. 739). Según el Concilio Vaticano II, la presencia de
Cristo en la Eucaristía es una presencia especial (por antonomasia)
dentro de los distintos modos de presencia de Cristo en su Iglesia (cfr.
SC. 7).

99. Banquete mesiánico, victoria sobre la muerte
Todas las narraciones de la institución de la Eucaristía señalan de una
u otra manera la relación de la misma con la venida gloriosa del Señor
(Parusía). La Eucaristía es una proclamación de la muerte del Señor
«hasta que El venga» (1 Cor 11, 26). Por ello, en las reuniones de la
Iglesia primitiva, surge espontánea esta oración de esperanza y de ansia
por esa venida del Señor: "Ven, Señor Jesús" (1 Cor 16, 22; Ap 22, 20).
La presencia real de Cristo en la Eucaristía mira a otra cima: no sólo a
nutrirnos ahora ya en la vida de Dios, sino, sobre todo, a anunciarnos la
participación en el banquete mesiánico, en el que se saciarán todos los
que tengan hambre; aun cuando no tengan dinero» (Is 55, 1s; cfr. Mt 5,
3.6; Lc 22, 30; Mt 26, 29; 8, 11). En efecto, al final de los tiempos, Dios
prepara un banquete extraordinario para todos los pueblos. El arrancará
el velo que oscurece realmente el horizonte de los hombres, el paño que
tapa a todas las naciones: aniquilará la Muerte para siempre (cfr. Is 25,
6ss).

100. Celebración de la Eucaristía en la Iglesia primitiva
Sobre la celebración de la Eucaristía en la Iglesia primitiva, San Justino
nos ha dejado este rico testimonio, que data del año 150
(aproximadamente) y representa diversas tradiciones (él pasó por las
comunidades de Samaría, Efeso y Roma): "El día llamado del sol se tiene
una reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en las ciudades o
en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o las
escrituras de los profetas, mientras el tiempo lo permite. Luego, cuando
el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la
imitación de estas cosas excelsas. Después nos levantamos todos a una
y recitamos oraciones; y, como antes dijimos, cuando hemos terminado
de orar, se presenta pan y vino y agua, y el que preside eleva, según el
poder que en él hay, oraciones, e igualmente acciones de gracias, y el
pueblo aclama diciendo el Amén. Y se da y se hace participante a cada
uno de las cosas eucaristizadas, y a los ausentes se les envía por medio
de los diáconos.
Los ricos que quieren, cada uno según su voluntad, dan lo que les
parece, y lo que se reúne se pone a disposición del que preside y él
socorre a los huérfanos y a las viudas y a los que por enfermedad o por
cualquier otra causa se hallan abandonados, y a los encarcelados, y a
los peregrinos, y, en una palabra, él cuida de cuantos padecen
necesidad» (•Justino-SAN, Apología primera, 67). "Los que tenemos,
socorremos a todos los abandonados, y siempre estamos unidos los
unos a los otros" (ibid).
........................................................................

TEMA 55

OBJETIVO:
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO PROFUNDO DE LA EUCARISTÍA,
LA CENA DEL SEÑOR

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de acontecimientos significativos.
* Oración inicial: Sal 23.
* Presentación del tema 55 en sus puntos clave (pista adjunta).
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos.
* Oración comunitaria: desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN
1. El pan de los perseguidos.
2. Fracción del pan en el mundo judío, gesto de Cristo.
3. Los de Emaús le reconocen al partir el pan.
4. Bendición de la copa en el mundo judío, gesto de Cristo.
5. Comer y beber con el Señor Resucitado.
6. Eucaristía: acción de gracias.
7. Memorial: más que un recuerdo.
8. Presencia real de Cristo.
9. Comunión y comunicación de bienes.
10 Victoria sobre la muerte.
11 Actual el misterio pascual.

 
 
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"Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ... el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" ICor 3, 21-23 Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
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