¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén" Rom 11,33-35
   
  AUTOCEFALIA UNIVERSAL Y APOSTOLICA EN EL ESPIRITU DE S. BENITO ABAD Y S. IGNACIO DE LOYOLA +JOSE FERNANDO MONTOYA
  TEMA50 PUEBLO DE PROMESAS
 

CATECUMENADO 50

PUEBLO DE PROMESAS Y COMUNIDAD DE ESPERANZA


OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia es pueblo de promesas y comunidad de
esperanza; esperanza enraizada en una vida de fe y de amor.

142. Hemos nacido en un pueblo de promesas y esperanzas
Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen:
«Hemos sido arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte».
Para otros, la realidad está fundamentada en la naturaleza. Dicen: «Sólo
la naturaleza existe, y existe infinitamente. Los individuos pasan, la
naturaleza permanece.» Para los creyentes, la realidad es, en último
término, personal; está fundamentada en Dios. Y dicen: «Hemos nacido
en un Pueblo de promesas y esperanzas, de futuro definitivo y estable,
firme y estable como la fidelidad de Dios» (cfr. Sal 88, 2-3) (181).

143. Israel, un pueblo nacido de la promesa
La historia de Israel nace en torno a la promesa. El objeto de la
promesa es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa (Gn 12, 1-2).
Con Abrahán comienza así la historia de la esperanza bíblica, el cual,
«apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a
ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será
tu descendencia» (Rm 4, 18). Israel se constituye como pueblo tras la
aventura del éxodo en virtud de una promesa de Dios hecha a Moisés:
«Moisés replicó a Dios: -¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para
sacar a los israelitas de Egipto? Respondió Dios: -Yo estoy contigo» (Ex
3, 11-12). En el destierro, cuando Israel ha perdido su rey, su capital, su
templo, su honra, despierta Dios su esperanza con nuevas promesas por
medio de los profetas: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo
antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo» (Is 43, 18-19) (182).

144. Todas las promesas de Dios han tenido su sí en Jesús
En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido
su sí (2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas.
Inaugura su predicación anunciando la gran promesa: «Después que
Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva
de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca» (Mc
1,14-15). En las bienaventuranzas promete este Reino a los pobres y a
los perseguidos (Mt 5,3-10; Lc 6,20-23). Elige discípulos, a quienes llama
y promete una milagrosa pesca de hombres (Mt 4, 19), el ciento por uno
y la participación en el señorío de Cristo (cfr. Mt 19, 27-29). Promete a
Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre el poder
del infierno (Mt 16, 18-19) (183).

145. El Don del Espíritu contiene todas las promesas
El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús.
Llenando el universo y manteniendo unidas todas las cosas (cfr. Sb 1,7),
contiene también todas las promesas (cfr. Ga 3,14). Para que el Espíritu
sea dado, Jesús debe acabar su obra en esta tierra (Jn 17,4), amar a los
suyos hasta el fin (13,1; Lc 22,19-20). Entonces se le abren todos los
tesoros de Dios y puede prometer todo (Jn 14,13-14). Este todo es el
«Espíritu de verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo
conoce» (Jn 14, 17) (184).

146. Los cristianos, herederos de la promesa
Los cristianos, recibiendo el Espíritu, están en posesión de todas las
promesas (Hch 2,38-39) y, desde el momento en que los gentiles han
recibido también el Don del Espíritu (10,45), han venido a ser «partícipes
de la Promesa de Jesucristo, por el Evangelio» (Ef 3, 6). Como se dice
en la Carta a los Gálatas: «Tened, pues, entendido que los que viven de
la fe, esos son los hijos de Abrahán. La Escritura, previendo que Dios
justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abrahán esta
buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. Así pues, los
que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el creyente» (3, 7-9)
(185).

147. La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. «La renovación del
mundo está irrevocablemente decretada»
Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban al Salvador. Los
creyentes del Nuevo ya hemos visto cumplida esta promesa en Jesucristo
muerto y resucitado. Pero esperamos todavía la plena manifestación del
misterio de Cristo. La esperanza cristiana está orientada hacia Jesucristo
resucitado, hacia la venida definitiva de su reino. Quienes perseveran
fieles hasta el fin participarán en la gloria de Jesucristo. Mientras tanto,
los cristianos son todavía peregrinos de una patria mejor (Hb 11, 16), a
la que tienden, a ejemplo de Abrahán, por la fe y la perseverancia (6,
12-15). La Iglesia, fortalecida con las promesas (Mt 16, 18-19) y con la
presencia de Jesús (28, 20), debe acabar de realizar la esperanza de los
profetas, abriendo a las naciones su reino y su esperanza (8,11; 28,19).
Como dice el Concilio Vaticano II, «la plenitud de los tiempos ha llegado,
pues, a nosotros (cfr.1 Co 10,11), y la renovación del mundo está
irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en
este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de
verdadera santidad. aunque todavía imperfecta» (LG 48) (186).

148. El tiempo de la Iglesia: Entre el ya y el todavía no EP/TENSION
La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de
Dios y lo que todavía no se ha manifestado la expresa •Agustín-san de
este modo: «Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como El
ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun
cuando no se haya realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha
sido prometido. El fue exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo
en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros,
experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: «Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Así como «tuve hambre, y me disteis de
comer...» ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra de modo que
gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos a El,
descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue estando
con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros,
en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad,
sí que podemos con el amor, si va dirigido a El» {Sermo de Ascensione
Dni. 98, 1-2; PLS 2, 494) (187).

149. La Iglesia, constituida ya en sus rasgos esenciales:
«Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica»
La Iglesia de Jesucristo está ya constituida en sus rasgos esenciales,
pero, al mismo tiempo, es una realidad dinámica, viviente, en crecimiento.
El Espíritu Santo la mantiene fiel a sí misma y al mismo tiempo la mueve
interiormente a una fidelidad cada día mayor, y a un desarrollo más
vigoroso, más fructífero. Esta es la Iglesia que confesamos en el
Símbolo: Creo en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica (Concilio de
Constantinopla, a. 381). Quien pretenda comprender qué es la Iglesia
deberá comprender el significado de estas notas o propiedades de la
misma. Son una expresión de su profundo misterio. Están relacionadas
entre sí. Se implican mutuamente, íntimamente. Cada una de estas
propiedades se debilita y pierde su propio valor, si se la subraya
separándola de las demás. Son inseparables (188).

150. Mutua implicación de las propiedades de la lglesia I/NOTAS La
unidad de la iglesia es apostólica, es decir, arranca de los Apóstoles, y
se fundamenta en la continuidad del misterio apostólico de los Obispos
que viven al servicio de la unidad en la fe y en la caridad. Esta unidad es
católica: no limitada a un lugar, a una raza, a una clase social, a un
segmento de la historia de la Iglesia, sino abierta a su misión universal, y
apta de suyo para abarcar el desarrollo huma no en el tiempo y en el
espacio. La unidad es santa: se realiza más allá de toda organización
humana, por la acción del Espíritu Santo que es principio de comunión, y
de caridad fraterna.
La santidad de la iglesia es católica: se realiza en una variedad
inmensa de vocaciones; es apostólica: procede de la venida histórica de
Dios en nuestra carne, y se difunde con la ayuda del ministerio
apostólico; es una y conduce a la unidad por obra del mismo y único
Espíritu.
La catolicidad es una: es el mismo Espíritu el que en todas partes, y
dentro de la variedad de vocaciones y carismas, sostiene la comunión en
la misma fe y en los mismos sacramentos. Tratando de las Iglesias
orientales, dice el Concilio Vaticano ll: «La tradición transmitida por los
Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras. Por esto, desde los
mismos orígenes de la Iglesia, fue explicada diversamente en cada sitio
por la distinta manera de ser y la diferente forma de vida» (UR 14). La
catolicidad es apostólica, sostenida por el mismo Colegio apostólico. Es
santa, procede de la multiforme acción del mismo Espíritu.
La apostolicidad es una: jerarquizada en el único Colegio apostólico;
todos los Obispos unidos entre sí y con el Papa como cabeza, son
sucesores del Colegio de los Apóstoles. Es católica, al servicio de la
misión universal de la Iglesia hasta el final de los tiempos. Es santa, por
proceder de la acción misma del Señor y de su Espíritu, más allá de toda
seguridad humana o histórica de continuidad.
Estas cuatro propiedades esenciales de la Iglesia son realidades a la
vez ya existentes, y al mismo tiempo abiertas a un desarrollo ulterior. Son
dinámicas y misioneras. Cualquier actividad auténtica de la Iglesia ha de
reflejarlas. Constituyen, pues, un sano criterio de discernimiento (189).

151. Las propiedades de la Iglesia revelan la relación que mantiene
con el misterio de Cristo
Si las propiedades dan a conocer la esencia o realidad profunda de la
iglesia con la cual se identifican, revelan además la relación íntima que la
Iglesia mantiene con el misterio de Cristo. En realidad, existe una
continuidad entre Cristo y la Iglesia: es todo el misterio de Cristo el que
se refleja en la Iglesia, su esposa y su cuerpo. Se podrían considerar las
propiedades de la Iglesia como la expresión, la consecuencia y el fruto
de la única mediaci6n de Cristo (1 Tm 2, 1-6): unidad, porque existe un
solo mediador; santidad, porque nos restablece y nos introduce en la
comunión con el Dios santo; catolicidad, porque es el sacramento eficaz
del amor salvífico de Dios hacia todos los hombres y para todo el hombre
(cfr. 1 Tm 2, 4); apostolicidad, porque todo procede de Jesucristo,
"hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1
Tm 2, 6). La misión de Cristo continúa en el ministerio apostólico de la
Iglesia (Jn 17, 18) (190).

152. La esperanza de la Iglesia, enraizada en una vida de fe y de amor

La esperanza de la Iglesia enraiza en una vida de fe y de amor,
traducida en acciones de justicia y de paz. «La esperanza del cristiano
proviene de saber que el Señor está obrando con nosotros en el mundo,
continuando en su Cuerpo, que es la Iglesia -y mediante ella en la
humanidad entera- la redención consumada en la Cruz, y que ha
estallado en victoria la mañana de la Resurrección; le viene, además, de
saber que también otros hombres colaboran en acciones convergentes
de justicia y de paz, porque bajo una aparente indiferencia existe en el
corazón del hombre una voluntad de vida fraterna y una sed de justicia y
de paz que es necesario satisfacer» (Pablo Vl, Octogessima adveniens,
48) (191)

153. El Espíritu y la Iglesia dicen: «¡Ven, Señor Jesús!» (Cfr. Ap 22,
17-20)
Cristo Resucitado, rodeado de cristianos, vive triunfante en la patria
definitiva (Ap 5, 11-14; 14, 1-5; 15, 2ss). De allí bajará su esposa, la
Nueva Jerusalén (Ap 21, 2). Ella todavía está en la tierra, donde participa
del drama de la esperanza en medio de las dificultades del tiempo
presente, una esperanza a la que tiende sin cesar, aceptando vivir en un
mundo que está muy lejos de su realización. Al final del Libro del
Apocalipsis promete el esposo: «Sí, pronto vendré». Y la esposa le
responde: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). La esperanza cristiana no
hallará jamás mejor expresión, puesto que es en el fondo el deseo
ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor ( 192).
EP/QUÉ-ES
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TEMA 50

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES PUEBLO DE PROMESAS
Y COMUNIDAD DE ESPERANZA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Oración inicial: Sal 89.
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión.
* Diálogo: ¿qué posición de las citadas refleja nuestra experiencia?
* Oración comunitaria: desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN
1 Dicen unos: hemos sido arrojados al mundo.
El hombre es un ser para la muerte.

2 Otros: Sólo la naturaleza existe.
Los individuos pasan, la naturaleza permanece.

3 Los creyentes: hemos nacido en un pueblo de promesas y
esperanzas,
de futuro definitivo y estable,
firme y estable como la fidelidad de Dios.

 
 
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