¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén" Rom 11,33-35
   
  AUTOCEFALIA UNIVERSAL Y APOSTOLICA EN EL ESPIRITU DE S. BENITO ABAD Y S. IGNACIO DE LOYOLA +JOSE FERNANDO MONTOYA
  TEMA46 LA IGLESIA, PUEBLO JERARQUIZADO
 

CATECUMENADO 46

LA IGLESIA, PUEBLO JERARQUIZADO


OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir el carisma de la (autoridad) jerarquía eclesial como un
servicio a todo el pueblo de Dios.

60. Todo grupo necesita un centro de unidad
Todo grupo necesita, del algún modo, una organización. Un grupo
amorfo no puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro
del mismo va descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un
conjunto orgánico de funciones o servicios, que caracteriza y expresa la
vida del grupo. El grupo no puede estar dividido. Necesita realizar su
propia unidad. Esto se hace posible en torno a una o varias personas
que asumen la responsabilidad de ser centro de unión. Es lo que,
normalmente, se llama autoridad (81).

61. Autoridad como servicio AUTORIDAD/SERVICIO:
El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de
unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de
dominio. Jesús enseñó a sus apóstoles a mirar su función de autoridad
como un servicio: los jefes de las naciones quieren que se les mire como
a bienhechores y señores; pero ellos, siguiendo su ejemplo, deberán
hacerse servidores de todos (Mc 10. 42ss) (82).

62. La autoridad como servicio pastoral
En la antigüedad, a los reyes se les llamaba frecuentemente pastores:
la divinidad les había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas
del rebaño. Eran «pastores de hombres». La imagen del pastor que
conduce su rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los
antepasados de Israel (arameos nómadas: Dt 26, 5), expresa
admirablemente dos aspectos, aparentemente contrarios y con
frecuencia separados, de la autoridad ejercida sobre los hombres. El
pastor es a la vez un jefe y un compañero. Su autoridad no se discute,
está fundada en la entrega y en el amor. (84).

63. Israel, rebaño de Dios
Israel es el rebaño de Dios (Sal 99,3; 22; Mi 7,14). Yahvé confía las
ovejas de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de
Moisés (Sal 76, 21) y para evitar que la comunidad del Señor esté sin
pastor, designa a Josué como jefe después de Moisés (Nm 27,15-20);
saca a David de entre las manadas de ovejas de su padre para que
apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24,17). Mientras que en
otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no se da
explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este
papel (1 R 22,17; Jr 23; 1-2; Ez 34,1-10), pero en realidad el título está
reservado al Mesías, nuevo David (85).

64. Jesús, el Buen Pastor
En la persona de Jesús se cumple la esperanza del buen pastor. El
profeta Ezequiel había anunciado: «Les daré un pastor único que las
pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor» (Ez 34,
23). Jesús se presenta como el buen pastor enviado por el Padre: «Yo
soy el buen pastor», dice Jesús (Jn 10, 11). Es el mediador único, la
puerta de acceso a las ovejas (10, 7) y que permite ir a los pastos
(10,9-10). Una nueva existencia se funda en el conocimiento mutuo del
pastor y de las ovejas (10, 3-4,14-15), amor recíproco fundado en el
amor que une al Padre y al Hijo (14, 20; 15,10; 17,8-10,18-23). Jesús es
el pastor perfecto, porque da su vida por las ovejas (10,15.17-18). Las
ovejas dispersas, que él reúne, vienen del aprisco de Israel y de las
naciones (10,16; 11,52). El «pequeño rebaño» de los discípulos que ha
reunido (Lc 12,32) será dispersado, pero, según la profecía, el pastor
que habrá de ser herido lo reunirá en la Galilea de las naciones (Mt
26,31 -32; cfr. Za 13,7) (86).

65. Jesús confía a ciertos hombres su misión pastoral
Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre
(Mt 28,18-20; Jn 20,21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja
extraviada (Mt 18,12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no
tendrán consideraciones con el rebaño (Mt 10,16; 7,15; Hch 20,28ss),
apacentar a la Iglesia de Dios con el arranque del corazón, en forma
desinteresada (Cfr. Ez 34,2-3), haciéndose modelos del rebaño.
Esta misión es particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a
su Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida
(Mc 10,42-45), que ha estado en medio de nosotros como quien sirve (Lc
22, 27) (87).

66. Jesús escoge a doce
Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6,17;
10,1), después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a
fin de que le acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de
anunciar el Reino de Dios (Mc 3,13-19). El hecho de haber elegido a
doce evoca las doce tribus de Israel y significa que sobre los Doce se
alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de modo especial este
pasaje del evangelio de San Mateo: «Os sentaréis también vosotros en
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19, 28). Reciben
un enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las
parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc
13, 3-4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9,30-32;
10,32-34; Mt 26,1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del
corazón de Cristo (Jn 14-17) (88).

67. Los Apóstoles, testigos de la Resurrección, enviados a continuar la
misión de Jesús
A estos doce y a otros cooperadores en la primitiva Comunidad
cristiana, el Nuevo Testamento les da el nombre de apóstoles. Todos
coinciden en haber sido elegidos por Jesús de modo peculiar, ser
testigos de su Resurrección y haber sido enviados por El para «convertir
a todos los pueblos en discípulos suyos, santificarlos y gobernarlos y así
propagar la Iglesia, sirviéndola bajo la guía del Señor» (LG 19) (Cfr. Mt
28, 16-20; Mc 16; 15; Lc 24, 45-48; Jn 20, 21-23). Todos son enviados,
tras la Resurrección de Jesús, en su nombre y con su misión tal como El
la había recibido del Padre (Cfr. Hch 1, 8; 2, 1ss: 9, 15; LG 24) (89).

68. Jesús: Profeta, Sacerdote, Rey
Los Apóstoles reciben la misión de Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey.
Maestro-Profeta, tal como el Pueblo le denominaba (Jn 13, 13; 6, 14).
Sacerdote (o más bien, Sumo Sacerdote, como dice la Carta a los
Hebreos, 4, 13-15),que se ofrece a Sí mismo en Sacrificio por el pecado
del mundo (Jn 6,51; Lc22, 19;Ap 5, 9). Pastor-Rey-Señor, el auténtico
Pastor Bueno (Jn 10,11-15;cfr. Ez34, 1-31 y Jr23, 1-3), el Rey cuyo estilo
no es como el de los reyes de este mundo (Jn 18. 37; 19, 19; 6, 15), el
Señor que posee todo dominio sobre el Universo (Flp 2, 1 1 ) (90).

69. Los Apóstoles proclaman la buena noticia, santifican a los nuevos
fieles, dirigen la comunidad cristiana
Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas,
sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la
misión primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán
colaboradores para la acción caritativa, resenvándose la tarea de la
Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a los nuevos fieles mediante el
sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8, 36-38), la celebración
de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26: Hch 2, 42), el perdón de los
pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión de un
don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2Tm 1,6-7). Dirigen la Comunidad
cristiana, no a la manera despótica, sino como quien «sirve» (Mc 10,
41-44; Lc 22, 25-26); Hch 1, 1 7.25; 20, 24; 21, 1 9) Así dirigen la
Comunidad de Jerusalén desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42),
aunque no dejan de escuchar las intervenciones de los «ancianos» y de
toda la Asamblea, incluso en asuntos tan graves como los que se
plantean en el «Concilio de Jerusalén» en relación con el valor de las
prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los
problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co
12-14), hacen valer su autoridad (91).

70. Cristo ejerce su función de Cabeza y Pastor
Jesucristo, antes de dejar visiblemente a su Iglesia le concede un Don
interior, el Espíritu Santo, que será su principio de vida, y un don exterior,
el cuerpo apostólico. Cristo seguirá siendo cabeza y pastor de «su»
Iglesia (Cfr. Mt 16, 18). Pero en adelante ejercerá su funci6n de cabeza y
pastor invisiblemente por medio del Espíritu Santo, y visiblemente por
medio del cuerpo apostólico: el conjunto de los Obispos presidido y
guiado por el sucesor de Pedro. En el Nuevo Testamento el término
«apóstol» se usa a veces en un sentido amplio. Pero en muchos casos
se refiere de modo especial al grupo de los doce a Matías, que sustituye
a Judas, y a Pablo. Los doce fueron llamados y elegidos por Cristo
mismo (Cfr. Lc 6, 13-16). Matías fue objeto de una elecci6n especial en
la que intervienen directamente los once (Hch 1. 1 5ss), Pablo reivindica
el título de Apóstol porque también él fue especialmente elegido por
Cristo (Cfr. Rm 1, 1; 11, 13; Hch 26, 16), también él vio a Jesucristo
resucitado (1 Co 15. , también él recibiÓ de Cristo la misión de ser su
testigo (Rm 1,5; Ga 1,16) y los demás apóstoles le reconocieron
oficialmente el valor de su título de apóstol cuando le tendieron la mano
en señal de comunión (Ga 2.9) (92).

71. Los Apóstoles cumplen el mandato del Señor
Los Apóstoles aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana
primitiva como un grupo especial. Han recibido de Cristo unos poderes
especiales (Mt 28; 18-20; Jr 20, 21-23; Mc 16, 15; Jn 14, 16; 16, 15; 17,
18); y sobre todo el Don del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch 1,
8; 2, 1-36). Actúan desde el principio organizando la vida de la
comunidad cristiana. Intervienen en la sustitución de Judas (Hch 1,
15-26), organizan los diferentes ministerios: ministerio de la palabra (Hch
2, 42), ministerio sacramental (Hch 2, 42; 8, 14-17), ministerio pastoral (1
Co 14, 26ss). Los Apóstoles actúan en nombre del Señor en las diversas
actividades apostólicas: en la predicación de la palabra (Hch 4, 17; 8,
12-16; 9-15, etc.), en la administración de los sacramentos (Hch 8,
12-17; 10-48; 1 Co 11, 23), y en las decisiones que toman en el ámbito
doctrinal, moral o disciplinal (1 Co 5, 4-5; 7, 10), en los milagros que
hacen (Hch 3, 6, 16) San Pablo expresa de este modo el sentido de su
tarea apostólica: "Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo
y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1). Toda la Iglesia
tiene como fundamento a los Apóstoles: «Estáis edificados sobre el
cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra
angular» (Ef 2, 20) (93).

72. Los Obispos. sucesores de los Apóstoles. Iglesia apostólica
«La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el
fin de los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben
transmitir es constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia.
Por esta razón, los Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores
en esta sociedad jerárquicamente estructurada» (LG. 20). Así los
Apóstoles, cual si hicieran testamento encargaron a sus colaboradores el
contemplar y afianzar la obra que ellos habían comenzado y
determinaron también que, al morir ellos, otros hombres de confianza
recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44. 2).
Los que hoy designamos como «Obispos» -responsables de las
Iglesias particulares- fueron señalados, desde los comienzos, como los
auténticos sucesores de los Apóstoles en el ministerio, de modo que S.
Ireneo, testigo excepcional de las Iglesias de oriente y occidente, puede
decir a finales del siglo ll: «Podemos contar a aquellos que han sido
puestos por los Apóstoles como Obispos y sucesores suyos hasta
nuestros días» (Adv haer. Ill, 3, 1; PG 7, 848A). A través de estos
sucesores de los Apóstoles se manifiesta y conserva la tradición
apostólica en todo el mundo (Cfr. Adv. haer. lll, 2, 2; PG 7, 847; cfr LG
20). La Iglesia es conducida en su peregrinación por la acción del
Espíritu Santo y de los sucesores de los Apóstoles: «El Señor Jesús
dispuso el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo en forma tal
que uno y otro actuasen asociadamente en la actualizaci6n de la obra
salvífica en todas partes y para siempre» (AG 4) (97).

73. Los Obispos, continuadores de la misión de Cristo
La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy
siendo apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia
del siglo XX como en la del siglo IV o en la del siglo I. Uno de ellos es la
jerarquía, por ello denominada «apostólica». Tradicionalmente este
servicio apostólico, ejercido por los Obispos, presenta las siguientes
dimensiones: servicio de la Palabra (Magisterio Profético), servicio de la
celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio de la Comunidad Eclesial
(Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano II en diversas
ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium (25,
26, 27).
Aunque todos los ministerios edificadores de la Iglesia dimanan, de un
modo u otro, del carisma apostólico como de su fuente, el testimonio de
la tradición ha centrado su atención en un singular ministerio que ocupa
el primer lugar entre todos y que condensa lo más nuclear del oficio y
misión de los Apóstoles, es «el oficio de aquellos que, constituidos en el
episcopado, a través de una sucesión que transcurre desde el principio,
poseen los vástagos de la semilla apostólica» (LG 20). El apostolado de
los Doce no se agota en el ministerio de los Obispos, pero este ministerio
es heredero genuino de la misión apostólica de los testigos de la
Resurrección y encierra en sí lo que hay de más sustancial en el oficio
encomendado por Cristo a los Apóstoles (100).

74. Los presbíteros, colaboradores de los Obispos
Los presbíteros (comúnmente llamados «sacerdotes») son
colaboradores de los Obispos, así participan de su ministerio eclesial.
«Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del Pontificado y
dependen de los Obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin
embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno
Sacerdote (Cfr. Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el evangelio y
apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino» (LG 28) (101).

75. Los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles
También los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles,
suponiendo su ministerio una referencia intrínseca al episcopado: los
presbíteros pueden ser llamados sacerdotes de segundo orden del
Colegio episcopal (Cfr. LG 28; PO 2, 7; CD 28). Por el don recibido en la
sagrada ordenación se constituyen en cooperadores y consejeros
necesarios de los Obispos «en el ministerio y en la función de enseñar,
santificar y apacentar al Pueblo de Dios» (PO 7). Su oficio no es una
derivación del sacerdocio de los Obispos, sino una participación del
único sacerdocio de Cristo, confiado a los Apóstoles, que, en su caso
concreto, se configura como ministerio que ha de ejercerse en
colaboración subordinada al sacerdocio episcopal. Los presbíteros, por
otra parte, están llamados a realizar su misión comunitariamente sobre la
base de «la fraternidad sacramental» (PO . Un presbítero está
destinado, por su misma condición, a integrarse en un presbiterio
congregado en virtud de la ineludible vinculación al Obispo de la Iglesia
local (102).

76. Cristo, presente en la persona de los Obispos y de los presbíteros
asociados al Obispo
Los sucesores de los Apóstoles son representantes ministeriales de
Cristo. Cristo continúa presente en su Iglesia de muchas maneras, y
entre ellas, a través del ministerio de los Obispos y de su colaboradores
los presbíteros: «En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten
los presbíteros: el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en
medio de los fieles... Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del
Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de
Dios (Cfr. 1 Co 4, 1 )» (LG 21; PO 5). La función de la Jerarquía es suplir
la presencia visible de la humanidad de Cristo. Los miembros de la
Jerarquía, por ser los representantes ministeriales de Cristo, con
autoridad y poder recibido de Cristo para hablar y actuar en su nombre,
son un elemento constitutivo de la Iglesia. Cristo es anunciado a los
hombres de hoy, se comunica a los hombres a través de los sacramentos
y de la vida de fe y de caridad de los cristianos, por medio de la Iglesia, y
especialmente por medio del ministerio de los Obispos y sus
colaboradores los presbíteros (103)

77. Los diáconos, en comunión con el Obispo y su presbiterio, al
servicio del Pueblo de Dios
«En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la
imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al
ministerio". Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con
el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la
liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según
le fuere asignado por la autoridad competente, administrar
solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al
matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los
moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al
pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la
administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado
Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad
del Señor, que se hizo servidor de todos"» (LG 29) (104).

78. El Papa, sucesor de San Pedro, centro de comunión universal,
cabeza del Colegio Episcopal
Entre los diversos servicios pastorales destaca, por su particular
significado, el del Papa, sucesor de Pedro, centro de comunión universal
(Cfr. Concilio Vaticano I, DS 3056-3058), cabeza del Colegio Episcopal.
«Así como por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles
forman un solo Colegio Apostólico, de modo semejante se unen entre sí
el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los
Apóstoles» (LG 22) (105).

79. El Papa, cabeza visible de la Iglesia universal
La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del Colegio
Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó
solemnemente el Concilio Vaticano l; «Para que el episcopado mismo
fuese uno e indiviso, y la multitud entera de los creyentes se mantuviese
en la unidad de la fe y de la comunión gracias a la íntima y recíproca
cohesi6n de los pontífices poniendo (Cristo) al bienaventurado apóstol
Pedro a la cabeza de los demás apóstoles, instituyó en su persona el
principio perenne y el fundamento visible de esa unidad. Sobre su solidez
se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su fe se elevaría la
Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo» (DS 3051). El Concilio
Vaticano II reafirma esta misma doctrina: «Esta doctrina sobre la
institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de
su magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto
de fe inconmovible a todos los fieles» (LG 18) (106).

80. "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"
COLEGIALIDAD
Cristo anuncia su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro,
considerándolo como la piedra angular y anunciándole que le confiará la
responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra («yo te daré las
llaves del reino de los cielos... todo lo que ates..., etc.). A la profesión de
fe de Pedro, Jesús responde con esa promesa solemne: «¡Dichoso tú,
Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará
desatado en el cielo.» (Mt 16,17-19) (107).

81. «Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas»
Después de la resurrección, Cristo cumple su promesa, confiando a
Pedro el cuidado de toda la Iglesia: «Después de comer dice Jesús a
Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le
contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero, Jesús le dice: Apacienta mis
corderos. Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
El le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. El le dice: Pastorea mis
ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le
contest6: Señor, tu conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice:
Apacienta mis ovejas.» (Jn 21,15-17). Jesús no dice que vaya a cesar El
como pastor de su rebaño, o que sus ovejas no vayan a ser suyas. El
sigue siendo el único pastor del rebaño, como también el único
fundamento del edificio, la única cabeza del cuerpo, el único salvador del
mundo. Pero confía ahora a Pedro el cuidado de su propio rebaño.
Pedro es responsable de la totalidad del rebaño, cabeza también de los
demás apóstoles (108).

82. Pedro, jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles
En la Iglesia primitiva, Pedro se conduce indiscutiblemente como jefe y
cabeza del Colegio de los Apóstoles, y así es reconocido por los
Apóstoles y por toda la Iglesia en la elecci6n de Matías (Hch 1,15), en la
predicación del reino (Hch 1, 14; 12-26; 4,5-22) en las primeras
conversiones (Hch 2,37), en la comparecencia ante el sanedrín (Hch 10,
8; 5,29) en la cuestión de la admisión de los gentiles a la Iglesia (Hch 10
y 1 1), en el Concilio de Jerusalén (Hch 15,7-22). Pedro suele encabezar
las listas de los Apóstoles y siempre nominalmente, aun en el caso en
que se designe a los demás de manera global (Cfr. Hch 1, 13; 2,14.37;
5,29, etc.) (109).

83. En el Papa permanece el oficio de Pedro como Pastor de la Iglesia
universal
Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una
roca, es una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt
28,18-20), y puesto que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber
unos sucesores en su función de fundamento y de pastor supremo de la
Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de hoy no sería la Iglesia fundada
por Cristo, y vendría a ser un edificio sin fundamento (Cfr. Mt 16. 18), un
rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es históricamente cierto que Pedro
vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad. Desde entonces, el
Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha sido
siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto,
como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos Il y lll, Roma se
convierte en el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que
se recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del
siglo V, el Papa San León formula con claridad la doctrina del primado
romano: «Así como permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así
también permanece lo que Cristo ha instituido en Pedro...» (Sermo 3, 2;
PL 34, 146) (110).

84. «La colegialidad es corresponsabilidad» {Pablo Vl)
La cooperación activa de todos los Obispos con el Papa en la tarea de
apacentar al Pueblo de Dios es lo que se llama colegialidad episcopal.
«La colegialidad es corresponsabilidad» (Pablo Vl, AAS, 1969, 718). El
Colegio de los Obispos, que sucede al Colegio de los Apóstoles, «junto
con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es
también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal»
(LG 22). «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la
variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo
una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo» (LG 22). Por ello, ni el
Primado supone una especie de monarquía absoluta ni la colegialidad un
simple parlamento democrático. Siempre habrá que recordar que la
«estructuración» de la Iglesia es misteriosamente original y que
conduciría a callejones sin salida todo intento de captar su ser más
profundo tomando como punto de partida los modelos de las sociedades
y poderes humanos: monarquía, república, dictadura, democracia, etc.
En la Iglesia, Cristo es el único Señor y nadie decide sino El a través de
unos ministerios de los que El es exclusiva fuente vital (111).

85. La colegialidad, a través de la historia
A través de la historia se manifiesta la colegialidad de los Obispos en
los vínculos de la unidad, caridad y paz, en la convocatoria de Concilios y
Sínodos para decidir en común sobre problemas trascendentales para la
Iglesia, en la presencia de varios Obispos en la ordenación episcopal de
un nuevo Prelado (Cfr. LG 22). San Ignacio de Antioquía escribe a las
iglesias de Asia y Roma, a comienzos del siglo ll; los Obispos dan cartas
de recomendación a sus fieles para los Obispos de otras regiones, se
comunican los nombres de nuevos Obispos y los de aquellos que han
caído en la herejía o cisma; incluso se envía pan eucarístico como
símbolo supremo de comunión en la fe (112).

86. La colegialidad, signo de comunión
La conciencia de colegialidad aparece en esta carta del Papa
Celestino I al Concilio de Efeso: «Es santo y merece la debida veneraci6n
el Colegio en que ahora debe manifestarse la reverencia de aquella
amplia congregación de los Apóstoles... El cuidado del ministerio de la
predicación ha llegado en común a todos los sacerdotes del Señor (los
Obispos); hemos recibido un mandato universal; quien a todos ellos así
ordenó en común, quiso que también nosotros lo hiciéramos... Halla una
sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es herida la fe, que
es una, duélase, mejor aún, llore esto con nosotros todo el Colegio» (PL
58, 505-506) (113).

87. El Magisterio Episcopal, al servicio de la Palabra de Dios y de la
infalibilidad de la Iglesia
Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el
mensaje de Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el
Magisterio Episcopal, encargado de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios oral o escrita. Su función consiste en escuchar
devotamente, custodiar celosamente y explicar fielmente, con la
asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por encima de
ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los
fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles
laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres, se ve fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante
la cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera Palabra
de Dios (Cfr. LG 12) (114).

88. Infalibilidad del Colegio Episcopal
Su Magisterio es especialmente garantía para todo el Pueblo de Dios
«cuando todos juntos conservando el vínculo de la comunión entre sí y
con el sucesor de Pedro vienen a estar de acuerdo en una sentencia
como definitivamente obligatoria al enseñar de manera auténtica cosas
de fe y costumbres; entonces proponen de manera infalible la doctrina
de Cristo» (LG 25) (115).

89. Infalibilidad del Papa
En el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal, reside
de modo singular el carisma de la infalibilidad de la Iglesia, cuando como
Pastor y Maestro de todos los cristianos, por raz6n de su ministerio
apostólico y la asistencia divina prometida a Pedro, proclama con acto
definitivo -"ex cathedra"- la doctrina de fe y costumbres (Concilio
Vaticano I, DS 3065-3075; LG 25) (116).

90. Asistencia del Espíritu
El Magisterio de la Iglesia es resultado, sí, de la adecuada
investigaci6n teológica sobre las fuentes de la Revelación, de la
observación cuidadosa sobre la fe de la Iglesia, de la coordinación
manifestada especialmente en el Concilio Ecuménico; pero, sobre todo, y
en ultimo término, del Espíritu Santo presente en su Iglesia asistiendo a
los Apóstoles que perviven en sus sucesores, conforme a la palabra de
Jesús a Pedro (Lc 22, 32) y a todos los Apóstoles (Mt 28, 20). El Espíritu
será quien los lleve a la verdad completa (Jn 16, 13; 14, 16-17) (117).

91. Como un licor precioso
Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio
nunca le faltará la adhesi6n de la Comunidad Cristiana. El Espíritu
conserva y aumenta la unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG
25). La unidad en una misma fe, fruto del Espíritu, es guardado como un
licor precioso, con expresi6n de San Ireneo: "De la Iglesia recibimos la
predicación de la fe y, bajo la acción del Espíritu de Dios, la conservamos
como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad, licor
que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo contiene»
(Adv. haer. 3, 3. 2) (118).
........................................................................

TEMA 46

OBJETIVO:
DESCUBRIR EL CARISMA DE LA JERARQUÍA
COMO UN SERVICIO A TODO EL PUEBLO DE DIOS

PLAN DE LA REUNIÓN
* Información: personas, hechos, problemas...
* Oración inicial: salmo compartido.
* Presentación del tema 46 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: Sal 23, canción apropiada .

PISTA PARA LA REUNIÓN
PUNTOS CLAVE
* Todo grupo necesita un centro de unidad.
* Autoridad como servicio.
* Israel, rebaño de Dios.
* Jesús, el Buen Pastor.
* Jesús escoge a doce apóstoles.
* Los obispos, sucesores de los apóstoles.
* Presbíteros y diáconos.
* El Papa, sucesor de Pedro.
* Colegialidad.
* Como un licor precioso.

 
 
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"Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ... el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" ICor 3, 21-23 Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
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