¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén" Rom 11,33-35
   
  AUTOCEFALIA UNIVERSAL Y APOSTOLICA EN EL ESPIRITU DE S. BENITO ABAD Y S. IGNACIO DE LOYOLA +JOSE FERNANDO MONTOYA
  TEMA54 EL ESPÍRITU NOS HACE TESTIGOS
 

CATECUMENADO 54


EL ESPÍRITU NOS HACE TESTIGOS


OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir el significado de la Confirmación:
el Espíritu nos hace testigos en medio del mundo.

56. Bautismo, Confirmación, Eucaristía
La iniciación cristiana no queda concluida con el nacimiento a la fe
celebrado en el Bautismo, sino que es completada con los sacramentos
de la Confirmación y de la Eucaristía. «La participación de la naturaleza
divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo
tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida
natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo, se fortalecen con
el sacramento de la Confirmación y finalmente son alimentados en la
Eucaristía con el manjar de la vida eterna» (Pablo Vl, Divinae Consortium
Naturae [DCN]).

57. Nacer a la fe y ser testigo de ella
Bautismo y Confirmación, íntimamente unidos, durante mucho tiempo
se celebraron en una misma ceremonia. El Bautismo tiene una referencia
directa al misterio pascual de Cristo. La Confirmación se refiere más
directamente al misterio de Pentecostés, en el que, por la acción del
Espíritu, se manifiestan las riquezas de la Pascua de Cristo (cfr. Jn 16,
7-15).
Pascua de Resurrección es el acontecimiento decisivo e inaugural que
culmina en Pentecostés, que es, por decirlo así, su expansión
connatural. Ciertamente, el Bautismo es ya un Bautismo en el Espíritu,
pero la Confirmación celebra esa plenitud que hace del cristiano un
testigo de su fe, un enviado. Por el Bautismo nacemos a la fe; por la
Confirmación, somos testigos de ella. «Con el sacramento de la
Confirmación los renacidos en el Bautismo reciben el Don inefable, el
mismo Espíritu Santo, por el cual son enriquecidos con una fuerza
especial y, marcados por el carácter del mismo sacramento, quedan
vinculados más perfectamente a la Iglesia, mientras son más
estrictamente obligados a difundir y defender con la palabra y las obras
la propia fe como auténticos testigos de Cristo» (DCN) (58).

58. Jesús de Nazaret, ungido con el Espíritu Santo
El Nuevo Testamento deja bien claro en qué modo el Espíritu Santo
asistía a Cristo en el cumplimiento de su misión. Jesús, en efecto,
después de haber recibido el bautismo de Juan, vio descender sobre sí
el Espíritu Santo (Mc 1,10), que permaneció sobre El (Cfr. Jn 1, 32). Este
es un pasaje importante de los Evangelios que guarda estrecha relación
con la iniciación cristiana. El Nuevo Testamento considera este descenso
del Espíritu como una unción. Así lo proclama Pedro ante Cornelio y sus
familiares: «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando
Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu
Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo;
porque Dios estaba con él» (Hch 10, 37-38).
Lo mismo proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque él me ha ungido..." (Lc 4,18). Jesús,
confortado con su presencia y ayuda, fue impulsado por el mismo
Espíritu a dar comienzo públicamente a su ministerio mesiánico (59).

59. «Recibiréis la fuerza del Espíritu... y seréis mis testigos»
Jesús prometió, además, a sus discípulos que el Espíritu Santo les
ayudaría también a ellos, infundiéndoles aliento para dar testimonio de la
fe, incluso delante de sus perseguidores. La víspera de su pasión
aseguró a los Apóstoles que enviaría de parte del Padre, el Espíritu de
verdad (Jn 15,26), el cual permanecería con ellos para siempre (Jn
14,16) y les ayudaría eficazmente a dar testimonio de sí mismos (Jn
15,27). Finalmente, una vez resucitado, Cristo anunció la inminente
venida del Espíritu y la misión evangelizadora de los apóstoles: «Cuando
el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis
testigos en Jerusalén, en Samaría y hasta en los confines del mundo»
(Hch 1, (60).

60. Pentecostés: el Espíritu desciende sobre los Apóstoles
El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los
Apóstoles, reunidos con María, Madre de Jesús, y con los demás
discípulos: quedaron tan llenos de El (cfr. Hch 2, 4), que, alentados por
el soplo divino, comenzaron a proclamar las maravillas de Dios. Pedro
declaró que el Espíritu que descendió así sobre los Apóstoles era el don
de los tiempos mesiánicos (cfr. Hch 2,17-18). Los que acogieron su
predicación fueron bautizados, y recibieron también el Don del Espíritu
Santo (Hch 2, 38). Desde entonces, los Apóstoles, en cumplimiento de la
voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición
de manos, el Don del Espíritu Santo, destinado a confirmar la gracia del
Bautismo (cfr. Hch 8, 15-17; 19, 5-7) (61).

61. Por el sacramento de la Confirmación, en la Iglesia continúa la
gracia de Pentecostés
La Carta a los Hebreos recuerda, entre los primeros elementos de la
iniciación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos
(cfr. Hb 6,2). Es esta imposición de manos la que ha sido con toda razón
considerada por la tradición católica como el primitivo origen del
sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la
Iglesia la gracia de Pentecostés (cfr. DCN)(62).

62. Múltiples cambios, significado permanente
Ya desde los primeros tiempos, el Don del Espíritu Santo era
celebrado en la Iglesia con diversos ritos. Estos han ido sufriendo, tanto
en Oriente como en Occidente, múltiples modificaciones, pero han
conservado siempre el significado permanente de la comunicación del
Espíritu (63).

63. «Sello del Don del Espíritu Santo» (Oriente)
En muchos ritos de Oriente parece que, ya antiguamente, prevaleció
para la comunicación del Espíritu Santo el rito de la crismación, el cual no
se distinguía aún claramente de los ritos bautismales. Tal rito conserva
todavía hoy su vigor en la mayor parte de las Iglesias orientales.
Teodoreto de Ciro (siglo v, Siria) dice en su Comentario al Cantar de los
Cantares: «Los que han sido lavados... recibirán, como un sello real, la
unción espiritual del óleo, recibiendo bajo el signo de este óleo la gracia
invisible del Espíritu Santo» (n. 61). El ritual egipcio (también siglo v)
acompaña la unción con la antiquísima fórmula oriental: Sello del Don del
Espíritu Santo (64).

64. «Yo te marco con el signo de la Cruz y te confirmo con el crisma de
salvación. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Occidente)
En Occidente se encuentran testimonios muy antiguos sobre aquella
parte de la iniciación cristiana, en la que más tarde se ha reconocido
claramente el sacramento de la Confirmación. Efectivamente, después de
la ablución bautismal y antes de recibir el alimento eucarístico, se indican
otros gestos a realizar como la unción, la imposición de la mano y la
signación («consignatio»), los cuales se hallan contenidos tanto en los
documentos litúrgicos como en muchos testimonios de los Padres.
«Después de que el obispo haya impuesto la mano, derramando con la
mano óleo santificado y colocándolo sobre la cabeza (del bautizado), que
diga Yo te signo con el santo crisma en Dios Padre todopoderoso y en
Cristo Jesús y en el Espíritu Santo» (Hipólito, Tradición Apostólica, 21, 5)
(65).
En el Pontifical Romano del siglo Xll aparece por primera vez la fórmula
que después se hizo común: «Yo te marco (sello) con el signo de la cruz
y te confirmo con el crisma de la salvación. En el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo» (cfr. Concilio de Florencia, Decreto para los
Armenios, DS 1317; cfr. Algunos testimonios del Magisterio de la Iglesia
que, desde el siglo XIII manifiestan la importancia de la crismación, sin
olvidar por eso la imposición de manos) (DCN).

65. «Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo» (Pablo Vl) 65.
Por tanto, en la celebración del sacramento de la Confirmación, tanto
en Oriente como en Occidente (aunque de modo diverso), el primer
puesto lo ocupó la crismación, que representa de alguna manera la
imposición de las manos usada por los Apóstoles. Y puesto que esta
unción con el crisma significa convenientemente la unción del Espíritu,
Pablo VI confirma la existencia y la importancia de la misma. «Acerca de
las palabras que se pronuncian en el acto de la crismación, dice Pablo
Vl, hemos apreciado en su justo valor la dignidad de la venerable fórmula
usada en la Iglesia latina; sin embargo, creemos que a ella se debe
preferir la fórmula antiquísima, propia del rito bizantino, con la que se
expresa el Don del mismo Espíritu Santo y se recuerda la efusión del
Espíritu en el día de Pentecostés (cfr. Hch 2,1-4.38). En consecuencia,
adoptamos esta fórmula traducida casi literalmente: ... Recibe por esta
señal el Don del Espíritu Santo» (DCN) (66).

66. Gesto y palabras del rito de la Confirmaci6n
En cuanto a la revisión del rito de la Confirmación, Pablo Vl establece
lo siguiente para la Iglesia latina: «El sacramento de la Confirmación se
confiere mediante la unción del crisma en la frente, que se hace con la
imposición de la mano, y mediante las palabras "Recibe la señal del Don
del Espíritu Santo". Sin embargo, la imposición de las manos sobre los
elegidos, que se realiza con la oración prescrita antes de la crismación,
aunque no pertenece a la esencia del rito sacramental, hay que tenerla
en gran consideración, ya que forma parte de la perfecta integridad del
mismo rito y favorece la mejor comprensión del sacramento. Está claro
que esta primera imposición de las manos, que precede, se diferencia de
la imposición de la mano con la cual se realiza la unción crismal en la
frente» (DCN) (67).

67. La imposición de manos, signo de bendición, liberación y
consagración
La mano es, con la palabra, uno de los elementos más expresivos que
posee el hombre; de por sí, la mano simboliza ordinariamente el poder, la
acción (Ex 14,31; Sal 18,2) y hasta el Espíritu de Dios (1 R 18, 46; Is 8,
11; Ez 1, 3; 3, 22). Imponer las manos sobre alguien es más que
levantarlas en alto, aunque sea para bendecir (Lv 9,22; Lc 24, 50), es
tocar realmente al otro y comunicarle algo de uno mismo. Por ello la
imposición de manos como signo de bendición expresa con mayor
realismo el carácter de la bendición, que no es meramente palabra, sino
acto (Gn 48, 13-16).
Jesús bendice a los niños, imponiendo las manos sobre ellos, «porque
de los que son como éstos es el Reino de Dios...» (Mt 19,13-15). La
imposición de las manos es también signo de liberación: las curaciones
que realiza Jesús van acompañadas de este gesto (Lc 13, 13; Mc 8,
23ss; Lc 4, 40); asimismo las que realiza la Iglesia después de la Pascua
(Mc 16,18; Hch 9,12; 28,8). La imposición de manos es también signo de
consagración: indica que el Espíritu de Dios toma posesión de un ser
que El se ha escogido y le da autoridad y aptitud para ejercer una
función (Nm 8, 10; Dt 34, 9).
En la Iglesia naciente este gesto acompaña a la transmisión del Don
del Espíritu Santo. Así Pedro y Juan confirmaron a los samaritanos que
no lo habían recibido todavía (Hch 8,17); Pablo hizo lo mismo en Efeso
con aquellos discípulos que hasta entonces sólo habían recibido el
bautismo de Juan (Hch 19,1 -7). Asimismo, la Iglesia impone las manos
para una misión precisa, ordenada a determinadas funciones (Hch 6, 6;
13, 3; 2 Tm 1, 6ss; 1 Tm 5, 22) (68).

68. El cristiano participa de la misma unción de Cristo
El aceite penetra profundamente en el cuerpo (Sal 108,18), le da
fuerza, salud, alegría y belleza. En el plano religioso, la unción de aceite,
sobre todo el aceite perfumado, es símbolo de alegría (Pr 27, 9; Is 61,3)
y honor (Sal 22, 5; Lc 7,38.46; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8), de curación (Mc
6,13) y de consagración. En este sentido son ungidos los reyes (1 S 10,
1; 16, 13; 1 R 1, 39), los sacerdotes (Lv 8,12; Ex 28,41; 40,15; Nm 3,3) y,
metafóricamente, los profetas (1 R 19,16.19; 2 R 2,9-15). La unción es
un signo exterior de que una persona ha sido elegida por Dios para ser
instrumento suyo en medio de su pueblo. En este sentido, el rey, el
sacerdote y, también el profeta, son ungidos de Dios. La tradición
cristiana, a propósito del título de «Ungido» (= Cristo), habla de una triple
unción de Jesús como rey, sacerdote y profeta (cfr. Tema 17). El es el
Ungido del Espíritu (Hch 10, 38; Lc 4, 18). El cristiano es un nuevo Cristo:
participa de su misma unción (2 Co 1, 21; 1 Jn 2, 20). Dios ha hecho
penetrar en él el mensaje del Evangelio, ha suscitado en su corazón la fe
en la palabra de verdad (cfr. Ef 1,13), palabra que es realmente crisma,
aceite de unción que permanece en el cristiano ( 1 Jn 2,27) y le da el
sentido de la verdad (Jn 14, 26; 16, 13; 1 Jn 2, 20).
Las catequesis patrísticas, a propósito de la Confirmación, aludían al
siguiente pasaje de San Pablo: «Gracias sean dadas a Dios, que nos
lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en
todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos para Dios
el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden:
para los unos, olor que de la muerte lleva a la muerte; para los otros, olor
que de la vida lleva a la vida. Ciertamente no somos nosotros como la
mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien y como
de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo» (2 Co 2, 14-17)
(69).

69. Con el sello de los elegidos de Dios
El sello es un símbolo de la persona (Gn 38,18) y de su autoridad; así
va con frecuencia fijo en un anillo (Gn 41, 42; 1 M 6, 15), del que una
persona no se separa sino por motivo grave (Ag 2, 23; cfr. Jr 22, 24). El
sello es como una firma: garantiza la validez de un documento (Jr 32, 10),
significa la propiedad de una cosa (Dt 32, 34), indica el origen de una
acción (1 R 21,8). A veces tiene un carácter secreto, como en el caso de
un rollo sellado que nadie puede leer salvo el que tiene derecho a
romper el sello (Is 29,11). El sello de Dios es un símbolo poético de su
dominio sobre las criaturas y sobre la historia (Jb 9, 7; Ap 5,1; 8,1). El
simbolismo adquiere nuevo valor cuando Cristo se dice marcado con el
sello de Dios, su Padre (Jn 6, 27). De este sello participa también el
cristiano, cuando le marca Dios dándole el Espíritu (2 Co 1, 22; Ef 1,
13-14). Este sello es la marca de los elegidos de Dios y su salvaguardia
en el momento de la prueba, de la cruz (Ap 7,2-4; 9,4). Gracias a él
podrán mantenerse fieles a la Palabra de Dios; ésta, en efecto, sella la
carta de fundación de la vida cristiana e invita a los creyentes a ser fieles
a la gracia de la elección (2 Tm 2, 19) (70).

70. Ser cristiano es participar de la misma misión da Cristo
La imposición de mano, la unción y el sello (con la cruz) son gestos
que concurren en el momento culminante de la celebración del
sacramento: la crismación. Su sentido conjunto es recogido en esta
monición del Ritual de la Confirmación: «Hemos llegado al momento
culminante de la celebración. El obispo les impondrá la mano y los
marcará con la cruz gloriosa de Cristo para significar que son propiedad
del Señor. Los ungirá con óleo perfumado. Ser crismado es lo mismo que
ser Cristo, ser Mesías, ser Ungido. Y ser mesías y cristo comporta la
misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser, por el buen
olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo.» Quien
anteriormente ha sido elegido y bautizado, en virtud de la crismación es
ahora enviado: pasa a ser uno de los que llevan la palabra de Jesús. En
él Jesús quiere ser escuchado (cfr. Tema (71).

71. Un hecho nuevo y decisivo: el Don del Espíritu
Por el sacramento de la Confirmación se difunde en la Iglesia la gracia
de Pentecostés, en el que Cristo glorificado comunica su Espíritu. Los
cristianos reconocen en el Don del Espíritu un hecho nuevo y decisivo,
anunciado por el Profeta Joel (3, 1-5), y que señala que los «últimos
tiempos» han llegado, es decir, el tiempo en que se cumplen plenamente
todas las promesas de Dios: gracias a Jesús Resucitado, Dios da a los
hombres todo, hasta poner en sus corazones su Espíritu. Así lo proclama
Pedro el día de Pentecostés: «Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y
todos nosotros somos testigos. Ahora exaltado por la diestra de Dios, ha
recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha
derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo» (Hch 2, 32-33). El
sacramento de la Confirmación es, por lo tanto, para cada cristiano el
signo de un don de Dios en orden a una vida plenamente lograda en el
Espíritu y totalmente activa en la Iglesia (72).

72 Ungidos con la fuerza del Espíritu
En la Confirmación somos realmente constituidos en poder por el Don
del Espíritu (cfr. Hch 10, 38): participamos en la Iglesia visible de la
plenitud del Espíritu y de la misión propia de la Iglesia. Así participamos,
en el misterio de Pentecostés, del mismo Cristo. Por la Confirmación
llegamos a ser miembros plenamente iniciados en el misterio entero de la
Iglesia: hijos de Dios en poder, ungidos con la fuerza del Espíritu. La
tradición cristiana afirma constantemente que la Confirmación procura
una gracia de fortaleza para la lucha. La Confirmación configura al
cristiano con Cristo profeta de la Nueva Ley y lo hace testigo suyo ante
los hombres, concediendo para esta misión una gracia de fortaleza que
puede llegar, si fuese necesario, hasta el martirio (73).

73. Sacramento en la madurez cristiana
La Confirmación es el acto sacramental mediante el cual Dios
interviene en la existencia de los bautizados para que su experiencia
eclesial tome concretamente su doble referencia a Cristo y al Espíritu, al
misterio de Pascua y al de Pentecostés, estrechamente ligados entre sí.
Asimismo, es el momento de la iniciación cristiana en el que los neófitos
descubren, a partir de un nuevo don de Dios, que su vida eclesial es
histórica, social y evangélica, al mismo tiempo que espiritual, personal y
libre. La Confirmación, que acaece en el interior del campo y de la
dinámica bautismal, señala las dos direcciones en las que se realiza la
madurez cristiana: la santidad personal y el testimonio (74).

74. Ser y actuar
La Confirmación surge, en el interior del marco bautismal, como un
segundo gesto de iniciación, como subrayando por segunda vez- pero
ahora a partir del comienzo de una plena experiencia eclesial- que si es
preciso actuar, se trata, en primer lugar, de ser. y de ser gracias a la
intervención de Dios. Entonces se puede vivir, poner en práctica, dar
testimonio, descubrir nuevas formas de experiencia eclesial, entrar con
los demás cristianos en la misión común y la participación fraterna. Como
lo ha recordado el Vaticano II, si los confirmados «se obligan con mayor
compromiso a difundir y defender la fe», es porque están constituidos en
Iglesia y dotados de «una fuerza especial del Espíritu Santo» (LG 11)
(75}.

75. Sacramento de la evangelización
En la Confirmación, y en virtud de la misma, la actividad carismática del
Espíritu se prolonga visiblemente en la vida del ya plenamente iniciado.
Sean cuales fueren las formas que adopte esta actividad carismática, el
confirmado se incorpora a la misión de Cristo y de la Iglesia: la
evangelización. Si la celebración del sacramento es cumbre y remate de
una evangelización, también es fuente y punto de partida. Si una
evangelización realizada en el pasado ha hecho posible la Confirmación
actual, es preciso que los confirmados de hoy preparen a su vez una
nueva evangelización. Si cada confirmado está invitado a ser con todas
sus fuerzas signo de fe y de Iglesia en su vida y su ambiente, es para
que a través de su propia existencia se continúe el proceso eclesial que
le condujo a la iniciación cristiana. La Confirmación consagra a cada
cristiano a la obra misma de Dios que trata de crear una humanidad
nueva a semejanza de Jesús (cfr. Rm 8, 29) (76).

76. Unidad de testigos, fidelidad al espíritu, dinamismo apostólico
La Confirmación -como la evangelización- requiere unidad de testigos.
La unidad eclesial que sella el Espíritu en la Confirmación aparece
entonces como una unidad con miras a la misión: «Que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).
Desde el punto de vista de la Confirmación, el pecado no es tanto la
incredulidad o el compromiso con los ídolos del mundo, como la
infidelidad de los cristianos en el interior de la Iglesia y su falta de
apertura respecto al Don del Espíritu, sus divisiones, su escaso
dinamismo, su lento desarrollo (77).

77. Presencia del obispo en la celebración
Normalmente, el Obispo en persona preside la celebración del
sacramento. El es, en la diócesis, el sucesor de los Apóstoles, el
responsable principal de esta Iglesia local, de su crecimiento en el
Espíritu, de su participación en la misión de la Iglesia en el mundo. La
presidencia del Obispo asocia la celebración del sacramento al
acontecimiento de Pentecostés y, por ello mismo, a la vida y crecimiento
de la Iglesia universal. Si el Obispo no puede presidir la celebración
personalmente, envía, para que actúe en su nombre, o designa, a un
presbítero especialmente nombrado (cfr. otros casos: Ritual de la
Confirmación [RC], 7 y (78).

78. El momento de la Confirmación
«Los catecúmenos adultos y los niños que en edad de catequesis son
bautizados deben ser admitidos también en la misma celebración del
Bautismo, como siempre ha sido costumbre, a la Confirmación y a la
Eucaristía», si ello puede hacerse. «Por lo que respecta a los niños, en
la Iglesia latina la administración de la Confirmación se acostumbra a
diferir hasta los siete años, más o menos. No obstante, por razones
pastorales, sobre todo a fin de inculcar con más fuerza la plena
obediencia a Cristo y el testimonio cristiano, las Conferencias
Episcopales pueden determinar la edad que les parezca más apta, de
manera que este sacramento pueda darse en una edad más madura y
después de la conveniente preparación. En este caso, sin embargo, hay
que adoptar las oportunas cautelas para que, en caso de peligro de
muerte o de graves dificultades de otro tipo, los niños sean confirmados
en el tiempo oportuno, incluso antes del uso de razón para que no se
vean privados de los beneficios de este sacramento» (RC 11) (79).

79. Perspectiva permanente de crecimiento. «¡Ven, Espíritu Santo!»
La Confirmación proyecta en la vida de la Iglesia una referencia
constante al Espíritu y una perspectiva permanente de crecimiento. La
Iglesia de la Confirmación no es todavía la Iglesia ya plenamente
realizada, sino la Iglesia que aún está en camino. La Confirmación no es
un fin, sino un comienzo, el principio de una nueva intensidad de vida
cristiana que deberá crecer sin cesar. Por la Confirmación, somos
consagrados, de una vez por todas, a la obra que el Espíritu realiza en el
mundo. Por eso la Confirmación sólo se recibe una vez: sella al cristiano
con la realidad decisiva del carácter. Es el sello de nuestra pertenencia a
Cristo, de su imagen grabada en nosotros. Ahora bien, al igual que se es
bautizado una sola vez, aunque nunca lleguemos a convertirnos del todo
a Cristo, de igual modo se es confirmado una sola vez, aunque debamos
esforzarnos constantemente por abrirnos plenamente al Espíritu. Por
ello, los cristianos no cesamos de clamar: «¡Ven, Espíritu Santo!» (80).

80. Sacramento capital para el porvenir del mundo
La Confirmación no es sacramento de escasa significación. Es un
sacramento capital para el porvenir del mundo, si la humanidad busca su
sentido en plenitud. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué queremos?
¿Adónde vamos? Cada uno de nosotros es una persona única,
irreemplazable, libre. Pero... ¿quién es libre verdadera y plenamente?
Hemos nacido para conocernos, amarnos, servirnos, completarnos, ser
felices juntos. Pero... ¿quién lo consigue del todo? Hemos de reconocer
que esta liberación personal y esta comunicación fraternal deben venir
de más allá de nosotros mismos, porque son don de Dios: «donde está el
Espíritu del Señor, ahí está la libertad» (2 Co 3, 17). Y también: «el amor
es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn
4, 7; cfr. 3, 24; 4, 13). En el seno de la historia humana, sólo la aventura
del Espíritu de Dios otorgado a los hombres tiene garantía del porvenir
(81).
........................................................................

TEMA 54

OBJETIVO:
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DE LA CONFIRMACIÓN:
EL ESPÍRITU NOS HACE TESTIGOS EN MEDIO DEL MUNDO

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de acontecimientos significativos.
* Oración inicial: Sal 72,18-19.
* Lluvia de ideas: interrogantes en torno a la confirmación.
* Presentación del tema 54 en sus puntos clave (pista adjunta).
* Oración comunitaria: desde la propia situación, Sal 43; Sb 9;
canción.

PISTA PARA LA REUNIÓN
1. Nacer a la fe y ser testigo de ella.
2. Jesús, ungido por el Espíritu.
3. Seréis mis testigos...
4. Con la fuerza del Espíritu.
5. Muchos cambios, significado permanente.
6. Participar de la misma unción y misión de Cristo.
7. Sacramento de la madurez cristiana.
8. Sacramento de la evangelización.

 
 
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"Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ... el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" ICor 3, 21-23 Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
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