José L. Caravias sj
ORAR LA BIBLIA
Inspiraciones bíblicas
Contenido:
Presentación: PREPARADOS PARA ORAR
Introducción
I - DIOS
1.- Canto al Creador
2.- Conocer a Dios
3.- El Dios de la vida
4.- Sólo Dios
5.- Padre nuestro
6.- Fuego y Dios
7.- El Dios en el que creo
II - JESÚS
8.- Conocer a Jesús
9.- Amar a Jesús
10.- Seguir a Jesús
11.- Sólo la fe en Jesús
12.- Jesús, fuerza de Dios
13.- Ven, Señor Jesús
14.- Canto a Cristo Jesús, el Señor
15.- Al Cristo de la Carta a los Hebreos
16.- María, la madre de Jesús
III - ESPÍRITU SANTO
17.- Ven, Espíritu Santo
18.- El Espíritu y el Mesías
19.- Los hombres del Espíritu
IV - AMOR
20.- Amor de Dios
21.- Amor de hermanos
22.- Amor de esposos
23.- Amor de padres
24.- Amor de hijos
25.- Vocación de jóvenes
V - HUMILDAD
26.- Perdón, Señor
27.- Humildad radical
28.- Que actúe tu fuerza desde mi debilidad
29.- Débiles, pero fuertes
30.- Dios, Jeremías y su pueblo
VI - POBRES
31.- Vocación de los pequeños
32.- Comprometidos con los pobres
33.- Vivir del propio trabajo
34.- Campesinos sin tierra
35.- Salmo de los pobres con esperanza
VII - SUFRIMIENTO
36.- Rebeldías desde la injusticia
37.- Quejas contra Dios
38.- Quejas de Dios
39.- Sufriente como nosotros…
40.- Sufrir y triunfar con Cristo
VIII - ALEGRÍA
41.- Canto de confianza
42.- Gracias, Padre Dios
43.- Gracias, Jesús
44.- Las alegrías de Dios
45.- Alegrías desde Dios
46.- Bienaventuranzas bíblicas
IX - RESURRECCIÓN
47.- ¿Cuándo podré ver tu rostro?
48.- ¡Quisiera llegar ya!
49.- Llegar a la plenitud…
50.- Quiero ver tu rostro, Jesús
51.- La fuerza del Resucitado en nuestro caminar hacia la resurrección
Presentación
PREPARADOS PARA ORAR
Un amigo, con quien he orado intensamente durante muchos años de tra¬bajo pastoral en campos y ciudades del Austro del Ecuador, tiene constancias íntimas, fraternas, del significado de la Biblia en nuestros diálogos con la Palabra viva, con Cristo que caminó con nosotros en el dolor y la esperanza y que acampó con nosotros en todos los Emaús que hospedaron nuestros cansan¬cios de camino, nuestro reposo en la generosidad de los pobres y nuestro aliento en la seguridad de una presencia de Él en la comunidad.
El amigo, José Luis Caravias, tiene la convicción de la amorosa revela¬ción de la providencia creadora de Dios, en todo lo que significa e importa vida. La paternidad divina se prolonga indeclinablemente, con amoroso poder, en cada jornada y en todo espacio. Esa presencia constante y esa constancia universal del Padre y Señor de la vida, abre camino al anuncio y manifestación de su Hijo. La humanidad le gritó secularmente “ven, Señor Jesús”, y su es¬pera fortaleció la certeza de su Palabra, espada de doble filo que penetra el corazón del Padre y en lo más íntimo de todo ser humano. Allí, la Palabra des¬cubre para nosotros el auténtico rostro de la Madre, madre tan íntegra como transverberada por el dolor de todo hijo.
El Espíritu aletea en la razón íntima de todas las profecías y nos prepara en la verdad más pura y nítida, para entender el amor en la intensa gama de todas sus expresiones y exigencias. La Biblia nos enseña a amar y descubre en la verdad la relación íntima del amor humano con la paternidad creadora, la verdad revelada y el aliento inextinguible del Espíritu. Nos anonada esta par¬ticipación humana, señalada permanentemente por la Biblia, en la misteriosa trinidad de Dios –Paternidad, Filiación y Amor– desde la cual el pobre, el sencillo y el humilde, el que ha sufrido con esperanza y el que ha sonreído con limpieza, gozan de la bienaventuranza de ser hijo y de vivir hermano.
Y así, casi sin sentirlo, porque Dios no es sensación, pero regestándole, porque Dios es sustancia de vida, vida misma, José Luis Caravias nos conduce en la humilde seguridad de ser llevados de la mano por la misma Palabra, a la oración contemplativa, propia del que camina con Cristo y del que abre la puerta para ofrecerle hospedaje de amor, de luz y de esperanza.
Al amigo y compañero de misión pastoral, le ofrezco desde sus enseñan¬zas en la Biblia y en la plegaria, mi aprobación eclesiástica de su obra “ORAR LA BIBLIA, Inspiraciones bíblicas. Imprimátur, Cuenca, junio 1996.
Fr. Luis Alberto Luna Tobar OCD
Arzobispo de Cuenca - Ecuador
Introducción
Este libro de oraciones bíblicas no es para leérselo de un tirón. No quiere ser huracán, ni chaparrón. Sino lluvia mansa, ésa que casi no se nota, pero cala hondo, poco a poco, por largo tiempo, hasta llegar a las vetas del ser.
Estas oraciones son fruto de un caminar insistente por los senderos de la Biblia. Muchos de los paisajes bíblicos me son familiares. Hay zonas que aun conozco poco. Y todavía, en mis tardes de recorrido, aun encuentro recodos del camino que me resultan con aspectos nuevos, de belleza deslumbrante.
Los paisajes bíblicos tienen la particularidad de cambiar de color según la perspectiva de la vida desde la que se les contemple, de forma que siempre destaca algo resplandecientemente novedoso. Aun en los paisajes más recorri¬dos se descubre con frecuencia algún reflejo de luz de una intensidad quizás nunca antes vista, justo lo que se necesitaba para ese momento de la vida…
Cuando se ha visto mucho mundo, con frecuencia paisajes y situaciones concretas nos recuerdan sitios y acontecimientos ya pasados. El observador reflexivo encadena así rosarios de acontecimientos similares, que invitan a la oración. Algo así me ha ido sucediendo a mí con la Biblia. Según los problemas que vivo o acompaño, una cita bíblica se me encadena automáticamente a otra y a otra, y así se han ido entrelazando estas guirnaldas, que ofrezco, enamo¬rado, a mis hermanos.
Sí, me reconozco un enamorado de la Biblia, y de mi entusiasmo nacen estos cantos, que llevan como subtítulo: “Inspiraciones bíblicas”. Y no son, sino eso: inspiraciones. No se trata de dar citas al pie de la letra, ni en un or¬den determinando. Son sólo efusiones de un corazón que quiere ser cada vez más ampliamente bíblico, profundamente centrado en Jesús.
Se trata de temas vitales, como poco a poco han ido llegando a mi cora¬zón, en sucesivas oleadas, fruto de una constante tensión entre fe y vida, iluminada e impulsada por la Palabra de Dios.
He tenido muchos escollos en mi caminar. Y he podido salir adelante, su¬perándolos y trascendiéndolos, a base de esta mezcla efervescente de Biblia, fe y vida, cocinada en la olla a presión del compromiso con los pobres.
De ninguna forma pretendo en este libro realizar técnicamente ningún estudio bíblico. Se trata de los temas vitales que a mí personalmente me han interesado y, por ello están desarrollados de una forma muy personal. Son oraciones realizadas en mi intimidad o en mi pastoral. Y las publico con senci¬llez porque pienso que les pueden ser útiles a otros hermanos…
Dedico esta publicación a los miembros de la Comunidad de Vida Cris¬tiana del Paraguay (CVX-Py), con quienes comparto mi trabajo en la actua¬lidad.
I
DIOS
1.- Canto al Creador
1. Cantemos al Señor un cántico nuevo, cantémosle con guitarras y arpas…, porque los cielos fueron he¬chos por su palabra y el soplo de su boca hizo surgir las estrellas (Sal 33,3.6).
2. Él solo extendió los cielos… Él hizo la Osa y Orión, las Pléyades y la Cruz del Sur. ¡El hace muchas y gran¬des maravillas, cosas que nadie es capaz de comprender! (Job 9,8s).
3. En sus manos está el fondo de la tierra y suyas son las cumbres de los cerros; suyo es el mar; él fue quien lo creó, y la tierra formada por sus manos (Sal 95,4s).
4. El viste los cielos con sus nubes y prepara las lluvias de la tierra, hace brotar el pasto de los cerros, y las plantas que al hombre dan sus¬tento (Sal 147,8).
5. El entrega a los animales su ali¬mento y a las crías de cuervo cuando gritan (Sal 147,9).
6. El tiene en su mano el soplo de todo ser viviente y el espíritu de todo ser humano. En él están la sabiduría y el poder (Job 12,10-13).
7. Él solo formó el corazón del hombre y se fija en cada una de sus obras (Sal 33,15).
8. Tú, Señor, formaste mi cuerpo y me tejiste en el seno de mi madre. Te doy gracias porque me has for¬mado portentosamente, porque son admirables todas tus obras (Sal 139,13s).
9. ¡Aleluya! Demos gracias al Señor porque es bueno. Sólo él hizo grandes maravillas, porque es eterno su Amor (Sal 136,1.4).
10. El hizo sabiamente los cielos porque es eterno su Amor… El da alimento a todo viviente, porque es eterno su Amor (Sal 136,6.25).
11. Alaben al Señor todos sus án¬geles… Que lo alaben el sol, la luna y todos los astros luminosos… Alaben el nombre del Señor, porque él lo mandó y existieron. Les dio consistencia perpetua y una ley que no cambiará (Sal 148,2-6).
12. Alaben al Señor los grandes peces y los abismos del mar; cerros y cordilleras, árboles frutales y sel¬vas; fieras y animales domésticos, reptiles y pájaros que vuelan; reyes y pueblos de la tierra, príncipes y jefes de gobierno; los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños; todos alabemos el nombre del Señor (Sal 148,7-13).
13. ¡Dios mío, qué grande eres!… ¡Cuántas son tus obras, Señor, y to¬das las hiciste con sabiduría! El mundo entero está lleno de tus cria¬turas (Sal 104,1.24).
14. Tú cuidas de la tierra, la rie¬gas y la enriqueces sin medida (Sal 65,10).
15. ¡Qué admirable es tu nombre en toda la creación! (Sal 92,5).
2.- Conocer a Dios
1. Reconocemos, Señor, que du¬rante esta vida nunca te podremos conocer del todo. Acá nadie te ha visto, ni te puede ver cara a cara (1Tim 2,16). Ningún ser humano podría verte y seguir viviendo (Ex 33,20).
2. Algunas veces tu presencia causa terror y obscuridad (Gn 15,12). Otras veces, en cambio, te manifies¬tas en el murmullo de una suave brisa (1Re 19,12).
3. Siempre se te ha conocido un poco a la vista de tus creaturas. La grandeza y hermosura de las cosas creadas te dan a conocer a ti, su Creador, mucho más grande y her¬moso (Sab 13,5).
4. ¡Tu gloria llena toda la tierra! (Is 6,3).
5. Te muestras desde el fuego y las nubes (Ex 14,24). A veces te pre¬sentas bajo la apariencia de una llama ardiente, entre truenos y relámpagos (Ex 19,16), o en medio de una gran tempestad (Job 40,6).
6. Pero te conocemos de una forma especial a través de tu presencia li¬beradora en medio del dolor humano (Job 42,5).
7. Tú eres el Dios que ve y escucha la aflicción de las mujeres desprecia¬das, como Agar (Gn 16,13). El que oye los gritos de los niños que están en peligro de morir de hambre, como Ismael (Gn 21,17).
8. Tú ves la humillación del pueblo y escuchas sus gritos cuando lo mal¬tratan sus explotadores (Ex 3,7). Conoces los sufrimientos de los oprimidos (Ex 3,9), y existes en medio de su proceso de liberación (Ex 3,18).
9. Eres el Dios de los hebreos: de los marginados y oprimidos, que qui¬tas de sus espaldas sus duros traba¬jos y los libras de la esclavitud (Ex 6,7).
10. Tú eres el único Dios, verda¬dero y fiel, (Dt 7,9), capaz de liberar de la opresión (Dt 5,6).
11. Todo el que te conoce de veras se preocupa de practicar la justicia con el desamparado (Jer 22,16). Los que te buscan anhelan siempre la jus¬ticia (Is 51,1). Pues todos tus caminos son justicia, Señor (Dt 32,4). ¡Por eso el que obra la justicia, ése ha nacido de Dios! (1Jn 2,29).
12. Por eso, para conocerte es im¬prescindible amar la justicia (Sab 1,1). Pues la injusticia destruye la verdad sobre ti, Señor (Rm 1,18).
13. Señor, aunque todavía no te conozco como debo (Sab 2,13), quiero dejar de adorar a los ídolos inútiles, para poder servirte sólo a ti, el Dios vivo y verdadero (1Tes 1,9).
14. En otro tiempo hablaste a nuestros antepasados por medio de los profetas (Heb 1,1). Pero ahora, llegada la etapa final, nos has hablado por medio de tu Hijo (Heb 1,2), que es reflejo resplandeciente de tu gloria e imagen perfecta de tu ser (Heb 1,3).
15. En Jesús, la vida que estaba junto a ti, Padre Dios, se ha hecho visible, y la hemos visto y oído (1Jn 1,2).
16. Jesús te conoce perfecta¬mente, pues viene de ti (Jn 6,46; 10, 15). Dice tus palabras (Jn 3,34). Está en ti, Padre Dios, y tú en él (Jn 14,9). Por eso es el único que con toda ver¬dad te da a conocer (Jn 1,18).
17. Señor Jesús, te suplico que me hagas conocer al Padre, pues nadie lo conoce sino tú y aquellos a quienes tú se lo das a conocer (Mt 11,27). Cono¬ciéndote a ti, Jesús, conoceré tam¬bién al Padre (Jn 8,19). Pues nadie va al Padre sino por ti (Jn 14,6).
18. Danos a conocer a ese Dios que se alegra cuando los pobres le cono¬cen (Mt 11,25), que hace fiesta cuando el hijo perdido vuelve a él (Lc 15,23s) y hace llover sobre malos y buenos (Mt 5,45).
19. Quien te ve con corazón limpio, ¡bendito seas!, ve a Dios (Mt 5,8). Queremos aprender a ver tu rostro sufriente en los desamparados del mundo (Mt 25,31ss) y en ellos detectar el amor preferencial del Padre.
3.- El Dios de la vida
1. El río de agua de la vida, trans¬parente como el cristal, brota cons¬tantemente de tu trono, Señor (Ap 22,1), pues en ti se halla la fuente de toda vida (Sal 36,10).
2. ¡Eres verdaderamente el Dios de la vida! (Sal 42,3). ¡Por eso tu Palabra, Señor, está viva! (Jn 1,4).
3. Haces crecer a todas las plan¬tas, das aliento a todos los habitantes de la tierra y a los seres que se mue¬ven en ella (Is 42,5). Por tu voluntad existen y son creadas todas las cosas (Ap 4,11).
4. Todo lo que ha llegado a ser tiene su origen en ti, Señor (Jn 1,4).
5. Todos nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de tu propia vida (Gn 1,26). Tú mismo has soplado en nosotros tu aliento vital (Gn 2,7) y nos has formado en el seno de nuestra madre (Is 44,24).
6. No eres Dios de muertos, sino de vivos (Lc 20,38). Tú no has hecho la muerte (Sab 1,13). Ni te alegras por la muerte de nadie (Ez 18,32). No quieres que el pecador muera, sino que cam¬bie de camino y viva (Ez 18,23).
7. Amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho (Sab 11,24). Tienes lástima de todo: porque todas las cosas son tuyas, Señor, que amas la vida (Sab 11,26).
8. Has puesto en medio de nosotros el árbol de la Vida (Gn 2,9), y nos ofreces, a nuestra libre elección, el bien y la vida, por una parte, y por la otra, el mal y la muerte (Dt 30,15).
9. Pero sabemos que nos das las fuerzas suficientes para que podamos conquistar la prosperidad que nos ofreces (Dt 8,18), pues tus leyes son fuente de vida para quienes las cum¬plen (Ez 20,11). La alianza contigo lleva a la vida, a la paz y al respeto (Mal 2,5).
10. Nos has dado tu bendición para que crezcamos, nos multipliquemos, llenemos la tierra y la sometamos (Gn 1,28). Por eso nos ordenas que no haya necesitados en medio de los que creemos en ti (Dt 15,4). Quieres que vivamos unidos, compartiendo todo lo que nos has dado, según las necesida¬des de cada uno (Hch 2,44s), de forma que nadie sufra necesidad en medio de nosotros (Hch 4,34).
11. No se trata de que otros tengan comodidad y que a nosotros nos falte lo necesario, sino de poner en marcha una igualdad fraterna (2Cor 8,13). Por eso los miembros de tu pueblo debe¬mos saber repartirnos la tierra que nos has dado para vivir, según las necesidades de cada familia (Núm 33, 53s).
12. Danos fuerzas, Señor de la vida y del espíritu (2Mac 14,25), para poder conseguir prosperidad para to¬dos (Sal 118,25). Creemos que si vol¬vemos a ti con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma tú nos darás abundante prosperidad en todo lo que hagamos; nuestra tierra será fecunda y tendremos de todo en abundancia (Dt 30,9s).
13. Jesús, tú eres Señor de la vida (Hch 3,15). ¡Eres la misma Vida! (Jn 14,6). Existes antes que todos, y todo se mantiene en ti (Col 1,17). Por eso nos has podido rescatar de la existen¬cia vacía que teníamos antes (1Pe 1,18), y nos ofreces ahora vida en plenitud (Jn 10,10).
14. El que te tiene a ti, tiene la vida (1Jn 5,12). Danos a conocer, pues, los caminos de esa vida que viene de ti (Hch 2,28).
15. Enséñanos a no adorar a ídolos hechos por manos humanas, sino sólo al Dios vivo que hizo el cielo y la tie¬rra y que tiene poder sobre todo vi¬viente (Dan 14,5).
16. Ayúdanos a anunciar al pueblo tu mensaje de vida (Hch 5,20). Y a dar testimonio de ella ayudándote a vivir más dignamente en los pobres, pues sabemos que cuando servimos a los más necesitados de tus hermanos, te servimos a ti mismo en persona (Mt 25,40).
4.- Sólo Dios
1. Yo, Yavé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses fuera de mí (Ex 20,2s).
2. Yo soy Yavé, y no hay otro igual; además de mí no hay ningún otro dios… Nada existe fuera de mí (Is 45,5).
3. Dios justo y salvador no hay otro (Is 45,21). Yo soy el primero, y también soy el último (Is 48,12). Sólo en mí está tu socorro (Os 13,9).
4. Sí, creemos y confesamos que eres el único Dios (Dt 6,4).
5. Sólo tú eres íntegramente sabio (Eclo 1,8). Sólo tú conoces el camino de la sabiduría (Prov 28,23). Sólo tú eres justo (Eclo 18,2). Sólo tú eres santo (Ap 15,4).
6. Sólo tú eres capaz de hacer grandes maravillas porque es eterno tu amor (Sal 136,4).
7. Señor Dios, creador de todo, temible y fuerte, justo y misericor¬dioso, tú, rey único y bueno, tú solo generoso, tú solo justo, todopoderoso y eterno (2Mac 1,24s), mándanos tu Espíritu para que podamos conocer y experimentar tu poder (Is 11,2).
8. ¡Sólo tú puedes ayudar entre el poderoso y el desvalido! ¡Ayúdanos, pues, Yavé, Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu nombre mar¬chamos! (2Cró 14,10).
9. Sólo tú, Señor nos haces vivir tranquilos (Sal 4,9). Solo tú eres mi roca, mi salvación: mi alcázar (Sal 62,3).
10. Tú haces brotar ríos en los ce¬rros pelados (Is 41,18); conviertes el desierto en lagunas y la tierra seca en manantiales (Is 11,7); consigues que el lobo viva en paz con el cordero (Is 11,6); haces arados de las espadas y hoces de las lanzas (Is 2,4).
11. Sólo a ti te queremos reve¬renciar y servir fielmente, con todo el corazón (1Sm 12,24). Pues ¿quién es Dios, fuera de ti? ¿Quién es Roca, sino sólo tú, que nos ciñes de fuerza y haces nuestro camino irreprocha¬ble? (2Sm 22,32s). Sólo tú nos guías a nuestro destino (Dt 32,12). ¡Sólo en ti hay victoria y fuerza! (Is 45,24).
12. Un corazón de piedra se con¬vierte con tu acción en corazón de carne (Ez 36,26). Una adúltera prosti¬tuida se transforma contigo en esposa amante y fiel (Os 2,22).
13. Puedes dar vida al feto arro¬jado al desierto (Ez 16,5-6); y honrar y embellecer a la jovencita desampa¬rada y deshonrada (Ez 16,7-8).
14. Eres capaz de dar alas de águila a un gusano indefenso (Is 40,31; 41,14); y de poner en pie a un montón de huesos secos para hacerles cami¬nar como ejército en marcha (Ez 37, 2.10).
15. Con una sola piedrita puedes destrozar los pies de barro del ídolo brillante del poder (Dan 2,34).
16. Lo que es imposible para los hombres, es posible para ti, Señor (Lc 18,27). ¡No existe otro semejante a ti! (Is 46,9).
17. Das fuerza al que está cansado y robusteces al débil (Is 40,29). Contigo los cobardes se vuelven va¬lientes (Joel 4,10). Los que esperan en ti sienten que les crecen alas de águila (Is 40,31).
18. Tú, Yavé, lo dices, y lo haces (Is 60,22); dices, y lo pones por obra (Ez 37,14).
19. Tu salvación dura para siem¬pre y tu justicia nunca se acaba (Is 51,6).
20. Todas nuestras capacidades provienen de ti (2Cor 3,5). De ti nace la fuente de nuestra fuerza interior (2Cor 4,7).
21. Haznos sentir ese tu poder, Señor (Ez 40,1). Que nuestros días de desgracias se transformen por tu su¬premo poder en días de felicidad (Est 16,21).
22. ¿Quién hay como tú, que libras al débil de la mano del fuerte, y al pobre y al pequeño del que lo despoja? (Sal 35,10). ¡Fuera de ti no hay otro protector para el pueblo! (Jdt 9,14).
23. Sabemos que el Espíritu que nos has dado viene a ayudar a nuestra debilidad e intercede continuamente por nosotros para que te entendamos (Rm 8,26). Por eso, su acción poderosa nos colma de esperanza (Rm 15,13).
24. Envíanos, Señor, esa fuerza de tu Espíritu, que nos capacita para dar testimonio de ti (Hch 1,8). En todo saldremos triunfadores gracias al amor que nos tienes. Nada ni nadie podrá apartarnos del amor que nos has manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rm 8,37s).
25. Gracias, Señor Dios, dueño de todo, porque con tu inmenso poder estás estableciendo tu reinado (Ap 11,17). ¡Aleluya! ¡Nuestro Dios es un Dios salvador, fuerte y glorioso! (Ap 19,1).
26. Bendito seas porque eres capaz de hacerlo todo nuevo (Ap 21,5): un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1), un mundo en el que reine la jus¬ticia (2Pe 3,13).
27. Sólo a ti te queremos adorar y dar culto (Mt 4,10). Pues sólo tú, nuestro Salvador, puedes mantener¬nos limpios de pecado y conducirnos alegres e intachables hasta tu glo¬riosa presencia (Jud 1,24).
28. A ti, Señor Dios, que, desple¬gando tu poder sobre nosotros, eres capaz de realizar todas las cosas in¬comparablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos, a ti la gloria en Cristo y en la Iglesia (Ef 3,20s). Amén.
5.- Padre nuestro
• ¡Papá querido!
• de mi familia grande,
• de TODOS y de CADA UNO,
que nos aprietas y nos abarcas.
• Mano tierna, única y segura.
• ¡Ojos llenos de bondad, novedad y picardía!
• Que te conozcamos
- más y más
◊ ¡en tu hondura de mar inagotable
• lleno de BONDAD
para mirarnos por dentro!
• ¡lleno de NOVEDAD
para enseñarnos a contemplar el horizonte!
◊ en tu profundidad de CORAZÓN
inmenso y gratuito
• ¡lleno de AMOR Y JUSTICIA,
de FUERZA y TERNURA!
- más y más
◊ ¡en tu proyecto de CAMINO y de CASA!
◊ ¡en tu sueño de PUEBLO y de HOGAR QUE ARDE!
- más y más
◊ ¡en tu ser “YO SOY-YO ESTOY”!
◊ en tu Ser, siempre mayor…
• Que tu Reino venga
adentro de nuestras entrañas,
¡haciendo DERRAMAR y CONSTRUIR fraternidad!
¡Sé nuestro REY desde ahora y para siempre!
• Que nos abramos a tu querer en nosotros,
siempre fuego que purifica,
siempre vida que estalla,
• ¡llamado a más y a plenitud!
• ¡Voluntad de hacer FLORECER Santidad y Vida!
• Abre tu mano generosa y danos la abundancia de tu PAN
haciéndonos acercar y entregar cada día tu PROSPERIDAD,
que ALCANZA y SOBRA para todos
• Y me atrevo con temor y temblor
¡seguro de vos!
a querer vivir la estrecha picada del AMOR,
pidiéndote el regalo de TU PERDÓN
que nos regenera.
Pero esto
si yo implico mis entrañas
- de HIJO y de HERMANO
en el perdón al que me ofende,
reconociendo que sos, Papá querido,
- de TODOS y de CADA UNO
• Y no nos dejes ceder a la constante tentación
de tantas idolatrías
¡gordas y sutiles!,
que desfiguran tu SONRISA DE PAPA,
- de AMOR y LIBERTAD,
- de VERDAD y JUSTICIA.
Que no nos empeñemos en inventarnos
otros rostros de Dios,
distintos al tuyo:
menos exigentes
y menos amorosos…
• ¡Líbranos así de este terrible mal
de no probar tu MANANTIAL DE AGUAS VIVAS!
6.- Fuego y Dios
(Lecturas para dialogar alrededor de un fogón)
El fuego
como manifestación de Dios
1. El Ángel de Yavé se le presentó a Moisés bajo las apariencias de una llama ardiente en medio de una zarza. Moisés vio que la zarza ardía, pero no se consumía. Y se dijo: Voy a mirar más de cerca eso tan asombroso y ver por qué la zarza no se consume (Ex 3,2s).
2. Moisés los hizo salir del cam¬pamento para ir al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del cerro. El Sinaí entero humeaba, porque Yavé había bajado en medio del fuego (Ex 19,17s). La Gloria de Yavé aparecía como un fuego ardiente, que abrasaba la cumbre del cerro (Ex 24,17). Y Yavé les habló entonces en medio del fuego. (Dt 4,12).
3. Debes saber que Yavé, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso (Dt 4,24). El nos habló cara a cara en el cerro, desde en medio del fuego (Dt 5,4).
4. ¿No es mi palabra como fuego que quema? (Jer 23,29).
5. Decidí no recordar más a Yavé, ni hablar más de parte de él, pero sentí en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía (Jer 20,9).
6. En medio de los cuatro seres se veían como brasas ardientes, como antorchas que se agitaban de acá para allá. El fuego resplandecía y echaba fulgores. Los cuatro seres iban y venían lo mismo que el relám¬pago (Ez 1,13s). Un fulgor como de bronce brillante que parecía fuego lo rodeaba todo en derredor. De lo que podía ser su cintura salía hacia arriba y hacia abajo como un fuego reful¬gente, semejante al arco iris (Ez 1,27s).
7. Su trono era de llamas de fuego con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego salía y corría delante de él (Dn 7,9s).
8. Fuego y calor, alaben y ensal¬cen al Señor eternamente (Dn 3,66).
9. Es fuerte el amor como la muerte; sus flechas son dardos de fuego, como llama divina (Cant 8,6).
10. He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya es¬tuviera ardiendo! (Lc 12,49)
11. Jesús los bautizará en el Espíritu Santo y el fuego (Mt 3,11).
12. Al bajar a tierra encontra¬ron fuego encendido (por Jesús), pes¬cado sobre las brasas y pan (Jn 21,9).
13. Aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo (Hch 2, 3s).
14. Nuestro Dios es fuego devo¬rador (Heb 12,29).
15. Sus ojos (de Cristo resuci¬tado) parecen llamas de fuego; sus pies son como bronce pulido acriso¬lado en el horno (Ap 1,15).
El fuego
como purificación divina
16. Uno de aquellos seres como de fuego voló hacia mí. Tenía un car¬bón encendido que había tomado del altar con unas tenazas, tocó con él mi boca y dijo: Mira, esta brasa ha to¬cado tus labios, tu falta ha sido per¬donada y tu pecado, borrado (Is 6,6s).
17. La luz de Israel vendrá a ser como fuego y su Santo una llama, que quemará y consumirá sus espinas (Is 10,18).
18. Mira cómo te he puesto en el fuego, igual que la plata, y te he pro¬bado en el horno del sufrimiento (Is 48,10).
19. El valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento (Eclo 2,5).
20. Apareció como un fuego el pro¬feta Elías, cuya palabra quemaba como antorcha (Eclo 48,1), y al final fue arrebatado en torbellino de fuego, en carro con caballos de fuego (Eclo 48,9).
21. ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando aparezca Dios? Pues él es como el fuego de una fundición y como la lejía que se usa para blanquear (Mal 3,2).
22. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego (Mt 3,10).
23. El trabajo de cada cual se verá claramente en el día del juicio; porque ese día vendrá con fuego, y el fuego probará la clase de trabajo que cada uno haya hecho. Si alguno cons¬truyó un edificio resistente al fuego, recibirá su pago. Pero si lo que construyó se convierte en cenizas, lo perderá todo, aunque él mismo lo¬grará salvarse como quien escapa del fuego (1Cor 3,13-15).
24. Si el oro debe ser probado pasando por el fuego, y es sólo cosa pasajera, con mayor razón la fe de ustedes, que vale mucho más (1Pe 1,6).
7.- El Dios en el que creo
1. Creo en un Dios siempre entera¬mente bueno (“ore taita juky ete asy”), que nos quiere a todos por igual y que tiene hermosos proyectos para con cada uno de sus hijos.
No creo en el “dios araña“, en vigilante espera para atraparnos, de frente fruncida, que nos castiga para probarnos y reparte felicidad y desgracia a su antojo…
2. Creo en el Dios que está presente y activo en todo lugar donde se busca y se realiza justicia, verdad, liber¬tad y amor.
No creo, en cambio, en dioses que favorecen y blanquean injusticias, mentiras, esclavitudes y odios. No creo en el dios del dinero acumu¬lado y del poder opresor.
3. Creo en el Dios que siempre res¬peta la dignidad y la libertad humana. Ofrece sus dones a todos, pero a na¬die se los impone. Y ha puesto la marcha de la historia en nuestras manos.
Pero no creo en dioses cuadricula¬dos, que lo tienen todo fijamente predeterminado, enemigos de la li¬bertad; o en dioses boticarios, que con “recetas milagreras” resuel¬ven los problemas y evitan así a sus clientes el compromiso res¬ponsable de construir comunita¬riamente un mundo justo.
4. Creo en el Dios que ha creado un universo maravilloso, capaz de desa¬rrollarse autónoma y evolutiva¬mente, según las propias energías que él mismo le dio al ponerlo en marcha.
No creo en esos dioses que tienen que estar dando permiso cada mo¬mento para que llueva o no llueva, para que alguien se enferme o se cure, para que un terremoto des¬truya esta casa y salve a la otra…
5. Creo en el Dios que es misterio, al que se va conociendo poco a poco, cada vez más de cerca, pero al que en esta vida nunca podremos comprender del todo.
No creo en el dios de los orgullosos que presumen de conocer todo lo divino.
6. Creo en el Dios que es entera¬mente libre, del que nadie se puede apropiar, ni se deja manejar por nin¬gún “devoto”.
No creo en esos diosecillos que tienen dueños, y a los que se les puede encasillar en ideologías, “guetos” o santuarios.
7. Creo en el Dios que históricamente se encarnó en Jesús, a través de María, haciéndose así en todo semejante a nosotros, sus her¬manos, para que podamos acercarnos a él con toda confianza.
No creo en ningún tipo de dios que sea insensible a nuestros sufri¬mientos o a nuestras alegrías. Ni en dioses racistas o machistas…
8. Creo que Jesús es la imagen viva del amor de Dios para con todos, especialmente para con los despre¬ciados y empobrecidos.
Pero no creo en ninguna imagen de Dios que justifique falta de com¬promiso para con los pobres.
9. Creo que Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre.
No creo en un Jesús al que se le quite algo de humano o algo de di¬vino.
10. Creo que Jesús no sólo perdona nuestros pecados, sino que además nos posibilita crecer en humanidad fraterna y acercarnos cada vez más al Padre; nos convierte en hijos legí¬timos de Dios, constructores y here¬deros de su Reino. Él es Señor del Universo y hacia él corre la Historia.
No creo en un Jesús al que no le importe la política, el hambre del pueblo, la hipocresía de los gran¬des o el acaparamiento de los po¬derosos…
11. Creo que Jesús, hermano uni¬versal, está presente en todo ser humano, pero especialmente en los que sufren desprecio, marginación o cualquier tipo de miseria. Cuanto más y mejor ayudamos a los hermanos a crecer, más cerca estamos de Jesús y su Reino.
No creo en esas imágenes de un Jesús dulzón y afeminado, lujosa¬mente ataviado, al que se le com¬pra ayuda con “devociones”.
12. Creo en la fuerza del Resucitado, que es capaz de realizar en nosotros maravillas insospechadas.
No creo en ese Jesusito al que se acude sólo para satisfacer peque¬ños egoísmos.
13. Creo en el Espíritu Santo como sabiduría, ánimo y consuelo, fuerza creadora y transformadora del amor del Padre y del Hijo.
No creo en ese espíritu que usan algunos para buscar milagrerismos y evitarse así compromisos en serio.
14. Creo que Dios es familia y es comunidad, amor complementario de tres, en perfecta comunión recíproca.
El Dios Trino de Jesús está del lado de la unión y no de la exclu¬sión; del consenso, en lugar de la imposición; de la participación y no de la dictadura.
15. Creo en las Iglesias donde se vive y se celebra el perdón y la fra¬ternidad de Jesús.
No creo en ningún tipo de iglesia fanática, despreciadora de las de¬más, que se cree la única porta¬dora de la verdad.
16. Creo en los sacramentos como signos visibles de la presencia conso¬ladora y transformadora de Jesús.
No creo en los sacramentos que se convierten en drogas tranquilizan¬tes o en ocasión de fiestas de lujo.
17. Creo en las inmensas posibilida¬des de desarrollo de todo ser humano; creo en las capacidades de la inteligencia y el amor; creo en la creatividad del pueblo consciente y organizado; creo en el proceso de dignificación de la mujer; creo en la presencia de Dios en la cultura, en la belleza, en el arte, en la expansión del universo… Creo que todo ello es imagen creciente de las maravillas de Dios.
No creo en ningún tipo de dios enemigo del desarrollo.
18. Creo en la amistad; amistades complementarias, multiplicadoras, fieles, sacrificadas y sinceras. Creo que en la amistad vive Dios…
No creo en ningún tipo de espiri¬tualidad que desconfíe de las “amistades particulares” o fo¬mente “educadas” hipocresías an¬te los demás.
19. Creo que Dios está presente en lo más íntimo de toda pareja enamo¬rada, en el corazón de los padres, en la solidaridad de los amigos…
No creo en ningún dios celoso del amor humano.
20. Creo en la sexualidad humana, don de Dios, como expresión de su amor y su fecundidad.
No creo en un dios fiscalizador, enojado con todo lo que sea sexo.
21. Creo que la creación es un des¬bordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas sus criaturas a entrar en el juego simultáneo de la diversidad y la complementariedad.
No creo en un dios fixista, que exige que todo sea siempre igual.
22. Creo que la muerte no es sino el paso a la plenitud de la vida, en la que, como regalo de Dios, desarrolla¬remos todas nuestras potencialida¬des.
23. Creo en el triunfo definitivo de Dios en cada uno de nosotros, en la sociedad, en la historia y en todo el universo.
24. Espero un cielo nuevo y una tie¬rra nueva, un mundo en el que reinará la justicia. Viviremos como una sola familia, los minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos, todos en íntima unión con la Familia Divina.
II
JESÚS
8.- Conocer a Jesús
1. Deseo ardientemente conocerte cada vez mejor, Jesús, pues tú eres la imagen pura y fiel del Dios invisible (Col 1,15). Por tu medio se da a los hombres la manifestación plena e irrepetible de Dios, de un modo nuevo y único.
2. En ti se ha hecho visible la bon¬dad de Dios y su amor por los hom¬bres (Tit 3,4). Como Sol naciente, nos has hecho ver la tierna bondad de nuestro Dios (Lc 1,78).
3. El Padre nos ha puesto en tus manos: haznos saber quién es él (Jn 17,6). Enséñanos a conocerlo y ado¬rarlo en Espíritu y en verdad (Jn 4,23). Y haznos buenos, como él es bueno (Mt 5,48).
4. Usando el poder que te dio el Padre, concédenos esa vida eterna que, según tus palabras, consiste en conocer al único Dios verdadero y a ti, su enviado (Jn 17,3).
5. Padre Justo, el mundo no te ha conocido, pero Jesús te conoce y no¬sotros hemos conocido que tú lo has enviado (Jn 17,25). El nos ha enseñado tu nombre y seguirá enseñándonoslo; y así el amor con que lo amas estará en nosotros y él mismo estará tam¬bién en nosotros (Jn 17,26).
6. Quiero conocer, Jesús, la an¬chura, la longitud, la altura y la pro¬fundidad de tu amor (Ef 3,18s), de forma que sepa anunciar al pueblo tu incalculable riqueza (Ef 3,8).
7. Queremos conocerte en todas tus dimensiones, en todos tus aspec¬tos, como hombre y como Dios, en tu vida histórica y en tu vida gloriosa…
8. Que te conozcamos no sólo como al Jesús manso y humilde (Mt 11,29) de Nazaret, sino también como al Primogénito de la Creación (Col 1,15), Dueño del Universo (Ap 19,6), Señor de la Historia (Ap 5) y Rey de Reyes (Ap 19,16).
9. Eres el que siempre sabe perdo¬nar (Jn 12,47), pero eres también el que haces las guerras justas (Ap 19,11). Eres un manso cordero dego¬llado, pero te mantienes siempre de pie (Ap 5,6). Te matan, ¡pero vences para siempre a la muerte! (Ap 20,14).
10. Quiero conocer cómo se va realizando en ti este maravilloso proyecto escondido desde el principio en Dios (Ef 3,9). Hasta que todos nos juntemos en la misma fe y el mismo conocimiento tuyo (Ef 4,13).
11. Nada vale la pena en compara¬ción con este bien supremo de cono¬certe a ti, Cristo Jesús, mi Señor. Por tu amor quiero disponerme a re¬nunciar a todo y a considerarlo todo como basura con tal de llegar a ti (Flp 3,8).
12. Quiero conocerte; quiero ex¬perimentar el poder de tu resurrec¬ción; compartir tus sufrimientos y morir tu misma muerte, para resuci¬tar también contigo (Flp 3,10s).
13. Que no me canse nunca de se¬guir en esta carrera, hasta alcan¬zarte, Cristo Jesús, mi Señor, cons¬ciente siempre de que tú ya me has dado alcance (Flp 3,12).
14. Enséñame a afianzarme en el amor, de modo que consiga la riqueza de comprenderte plenamente (Col 2,2).
15. No hay dicha más grande en el mundo que estar contigo, verte y oírte (Mt 13,17), pues eres la plenitud del Amor y la Fidelidad. (Jn 1,14). En ti están escondidas toda las riquezas de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3).
16. Que la gracia y la paz abunden entre nosotros por medio del cono¬cimiento de Dios y de ti, Jesús, nuestro Señor (2 Pe 1,2). Y crezcamos siempre más y más en este conoci¬miento, Señor y Salvador nuestro: a ti la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Amén (2 Pe 3,18).
9.- Amar a Jesús
1. Jesús, hermano (Rom 8,29), amigo (Jn 15,16), concédeme el gran don de conocerte y amarte de tal forma que por tu amor sea capaz de renunciar a todo (Flp 3,8). Que lo único que me importe en esta vida sea ga¬narte a ti, Cristo Jesús, y encon¬trarme contigo, desprovisto de todo mérito personal (Flp 3,9).
2. Quiero experimentar el poder de tu resurrección, teniendo parte en tus sufrimientos y en tus triunfos (Flp 3, 10s). Estoy aun lejos de la meta, pero deseo correr con constancia esta prueba, fijos siempre los ojos en ti, nuestro pionero en la fe (Heb 12,1s).
3. Quiero despojarme del hombre viejo y de su manera de vivir, para revestirme del hombre nuevo, a ima¬gen del Creador (Col 3,9). Para ello necesito estar crucificado contigo, Cristo Jesús, de forma que seas tú el que viva en mí (Gál 2,19s).
4. Tú nos quieres de veras (Ef 6, 24). Te entregas por nosotros (Gál 2, 20), amándonos hasta el extremo (Jn 13,1).
5. Señor Jesús, concédeme que yo también te ame a ti con un amor in¬quebrantable (Ef 6,24). Que, con toda sinceridad, pueda llegar a decir, como Pablo: para mí vivir es Cristo (Flp 1, 21).
6. Me has dicho que todo lo que haga con mis hermanos más pequeños te lo hago a ti mismo en persona (Mt 25,40). Y si peco contra un hermano, peco contra ti también (1Cor 8,12). Enséñame a quererte, Jesús, que¬riendo a nuestros hermanos más ne¬cesitados, tal como tú mismo los quieres (Jn 15,12). Que te demuestre mi amor cuidando a tus ovejas (Jn 21,16), especialmente a las perdidas (Lc 15,5s).
7. Que tú seas siempre nuestra ca¬beza, Jesús, y nosotros, tus miem¬bros, ramas todas de un mismo tronco, cada vez más al servicio los unos de los otros (Jn 4,15s). Mi pobre rama se secaría si no estuviera unida a tu savia; pero unida contigo, y bien podada, sé que produciré mucho fruto (Jn 15,1-5).
8. Que nos acerquemos siempre a ti como nuestro Hermano Mayor (Rom 8,29), Amigo de todos (Jn 15,14), Compañero de penas y de alegrías (Mc 16,10; Lc 5,34).
9. Que tú seas siempre para noso¬tros el Primero y el Ultimo (Ap 1,17), el Principio y el Fin (Ap 21,6); león y brote (Ap 5,5): majestuosamente po¬deroso y tiernamente cercano.
10. Que sepamos verte como al Testigo fiel y verdadero (Ap 3,14), como Palabra de Dios (Ap 19,13), Dueño del Universo (Ap 19,6), Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19,16).
11. Tú eres Señor de la vida (Hch 3,15), Piedra angular (Ef 2,20), Jefe único (Mt 23,10) Señor de la Historia (Ap 5), Primogénito de Toda la Creación (Col 1,15).
12. Eres Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,11): Señor de todos (Hch 10,36), que está en todo y en todos (Col 3,11). Eres la Cabeza de todos (Col 2,10). ¡El que nos ama! (Ap 1,5).
13. Has muerto y resucitado para ser Señor, tanto de vivos como de muertos (Rom 14,9). Atráeme, pues, hacia ti, Jesús, ya que para ello has sido levantado sobre la tierra (Jn 12,32). ¿A dónde iría lejos de ti? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! (Jn 6, 68).
14. Quiero escuchar tu voz y abrirte mi puerta, para que entres a mi casa y cenemos juntos (Ap 3,20).
15. Deseo ver tu rostro y llevar tu nombre sobre mi frente (Ap 22,4). Estoy sediento de recibir de tu mano el agua de la Vida (Ap 22,17). Dame a beber de ese río de la Vida, puro como el cristal, que brota de tu trono (Ap 22,1).
16. Que tu lámpara nos ilumine para siempre (Ap 22,1) y ya nadie nos pueda sacar de tu mano (Jn 10,28).
17. Prepáranos, como novia, ves¬tida de lino radiante (Ap 19,8), enga¬lanada en espera de su prometido (Ap 21,2). ¡Que llegue pronto la alegría de tu fiesta de bodas! (Ap 19,7).
18. Sí, ven pronto Señor Jesús (Ap 22,20), sobre tu caballo blanco (Ap 19,11), y empieza a reinar, valiéndote de tu poder invencible (Ap 11,17). ¡Hazlo todo nuevo! (Ap 21,5).
Amén.
10.- Seguir a Jesús
1. Has pasado a mi lado y me has dicho: “Sígueme, que yo te haré pes¬cador de hombres” (Mt 4,19). Y res¬pondiendo a tu llamado, me dispongo a dejar mi barca y mis redes para irme contigo (Mt 4,20).
2. Sé que para seguirte tengo que renunciar a mí mismo y cargar cada día con mi cruz (Mt 16,24). Quiero aprender a cargar con esta mi cruz para poder seguir tus huellas y ser tu discípulo (Lc 14,27). Para ello es ne¬cesario que tome una actitud profun¬damente humilde de servicio, como la tuya, de estar dispuesto a lavar los pies a mis hermanos (Jn 13,14).
3. Estoy decidido a seguirte, adon¬dequiera que vayas (Ap 14,4). Quiero estar siempre contigo, Jesús (Mc 3, 14). Quiero tener mi mirada centrada en ti (Heb 12,2). Quiero seguir tus huellas (1Pe 2,21) y poder reconocer siempre tu voz (Jn 10,27).
4. Quiero dejarlo todo para poder caminar libremente a tu lado (Lc 14,33), ¡mi Señor y mi Dios! (Jn 20,28). ¡Quiero ser todo tuyo, Cristo Jesús! (1Cor 3,23). Quiero pertene¬certe, tanto en la vida como en la muerte (Rom 14,8). No permitas que mire más hacia atrás, pues ya tengo mi mano aferrada a tu arado (Lc 9,62).
5. Quiero comprometerme contigo, con tu obra y con tu Reino (2Cor 11,2). Tener tu pensamiento (1Cor 2,16) y tus mismos sentimientos (Flp 2,5). Empo¬brecerme a tu estilo (Flp 2,6; 2Cor 8,9). Revestirme de ti (Gál 3,27); vivir en ti (2Tim 2,11) y para ti (2Cor 5,15); que tú seas mi vida (Flp 1,21); que sepa verte en todo lugar y en toda persona humana (Col 3,11).
6. Busco parecerme a ti (1Jn 3,2), de modo que llegue a comportarme como tú te portabas en esta vida (1Jn 2,6); que yo pueda sentir los senti¬mientos de tu corazón con que amabas al Padre y a los hombres. La fe en ti es el camino para poder llegar a com¬portarme como tú (Jn 14,12).
7. Sólo siendo tuyo podré predicar eficazmente tu Buena Nueva (Mc 3,14). Sólo así tendré palabras para anun¬ciar valientemente el misterio de tu Evangelio (Ef 6,19).
8. Para ello es necesario que me enseñes a sufrir contigo (Rom 8,17). Hasta encadenado debo ser embajador de tu Evangelio (Ef 6,20).
9. Quisiera poder ser en tus manos un instrumento valioso para darte a conocer, aunque ello me pueda costar muchos sufrimientos (Hch 9,15s).
10. Que no me predique más a mí mismo, sino que sólo me preocupe de anunciarte a ti como Señor (2 Cor 4,5) de todo y de todos (Ef 1,22).
11. Sé que el Padre Dios me llamó por su mucho amor y le gustó revelar en mí a su Hijo para que lo anunciara entre los pueblos (Gál 1,15s). Señor Jesús, hazme fiel a esta gracia que se me ha concedido de anunciar al pueblo tus incalculables riquezas (Ef 3,8).
12. Quisiera ser tu testigo ante to¬dos los hombres (Hch 22,15). Junto con los demás apóstoles quiero ser testimonio vivo de tu resurrección (Hch 1,22): que tu fuerza resucitadora se vea patente en mí (Flp 3,10).
13. Con tu sangre me has comprado para Dios (Ap 5,9); me has rescatado para ser de Dios (Ap 14,4). Señor Jesús, te suplico que tu Padre llegue a ser plenamente mi Dios y yo llegue a ser para él plenamente un hijo (Ap 21,7).
14. Padre nuestro, siguiendo tus planes, haznos llegar a ser semejan¬tes a tu Hijo, de modo que él llegue a ser primogénito en medio de numero¬sos hermanos, hijos todos tuyos (Rom 8,29). Tú, que dispones de todas las cosas como quieres (Ef 1,12), haz que nos vayamos transformando en ima¬gen suya, cada vez más resplande¬ciente (2Cor 3,18).
15. “La meta es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios. Así llegaremos a la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).
16. Todo esto lo pedimos al Padre en tu nombre, Jesús, para que él sea glorificado en todo (Jn 14,13). Amén.
11.- Sólo la fe en Jesús
1. Sabemos que el hombre no llega a ser justo por la observancia de la Ley, sino por su fe en ti, Cristo Jesús. El cumplimiento de la Ley no hará nunca de un mortal un amigo de Dios (Gál 2,16).
2. Dedicarnos exclusivamente al cumplimiento de la Ley sería despre¬ciar el don de Dios: sería como afir¬mar que moriste inútilmente (Gál 2,21), queriendo eliminar el escándalo de tu cruz (Gál 5,11).
3. Si alguno se considera algo, siendo que no es nada, se engaña (Gál 6,3). No nos debemos sentir orgullo¬sos sino de llevar tu cruz (Gál 6,14).
4. La fe en ti es el único camino de salvación, y no las prácticas de la Ley (Gál 2,16). Sólo por el camino de la fe comunica Dios la justicia a todas las naciones (Gál 3,8). Por el camino de la Ley, en cambio, nadie llega a ser justo a los ojos de Dios (Gál 3,11). Pretender hacernos justos con las observancias de la Ley sería como desligarnos de ti y apartarnos de tu gracia (Gál 5,4).
5. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios te envió a ti, su Hijo, que fuiste sometido a la Ley, con el fin de rescatar a los que estábamos sometidos a la Ley, para que llegáse¬mos a ser también nosotros hijos legítimos suyos. Por eso ahora somos hijos, pues Dios mandó a nuestros co¬razones el Espíritu de su propio Hijo que nos enseña a invocarle como ¡Papá querido! (Gál 4,4-6).
6. Tú, Jesús, nos rescataste de la maldición de la Ley haciéndote maldi¬ción por nosotros (Gál 3,13). Y ahora, por la fe en ti, todos nosotros somos hijos de Dios (Gál 3,26): herederos en los que se cumplen sus promesas (Gál 3,29).
7. Nos liberaste para que fuéramos realmente libres. Por eso debemos mantenernos firmes y no someternos de nuevo al yugo de la esclavitud (Gál 5,1). Fuimos llamados para gozar de la libertad del amor, y no esa libertad que encubre los deseos de la carne (Gál 5,13).
8. El Espíritu nos comunica la es¬peranza de que seremos justos y santos por la fe en ti (Gál 5,5), que actúa mediante el amor (Gál 5,6).
9. Concédenos, pues, Jesús, gozar de los frutos de tu Espíritu: amor, alegría y paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio de nosotros mismos (Gál 5,22s).
10. Que no busquemos la vanaglo¬ria, ni haya entre nosotros provoca¬ciones ni rivalidades (Gál 5,26). Que nos ayudemos unos a otros a llevar nuestras cargas (Gál 6,2). Y si alguien cae en alguna falta, que sepamos en¬derezarlo con espíritu de bondad (Gál 6,1).
11. Que sepamos hacer siempre el bien, sin desanimarnos por nada (Gál 6,9). Que así sea.
12.- Jesús, fuerza de Dios
1. Tu fuerza salvadora, Padre Dios, alcanza a todos por medio de la fe en Jesús (Rm 3,22).
2. Sí, Señor nuestro Jesucristo, creemos que eres fuerza salvadora de Dios (Rm 1,16). Estás lleno del po¬der del Espíritu Santo (Lc 4,14) y se te ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28,18). Eres poder y sabiduría de Dios (1Cor 1,24); sostie¬nes el universo valiéndote de tu pala¬bra poderosa (Heb 1,3), y nada queda fuera de tu dominio (Heb 2,8).
3. Eres el Primero y el Ultimo, Alfa y Omega, Principio y Fin (Ap 22,13); el Primogénito de Dios (Heb 1,6), el Primero de todo lo que existe (Col 1,15); el Primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Primer nacido de entre los muertos (Col 1,18).
4. Eres el Hijo del Altísimo (Lc 1,32), Hijo amado (Mt 3,17), Imagen de Dios (2Cor 4,4), Plenitud de Dios (Col 2,9), Misterio de bondad (1Tim 3,16), Heredero de todo (Heb 1,2).
5. Eres Señor de la Gloria (1Cor 2,8), Señor de la Vida (Hch 3,15), Señor de vivos y muertos (Rm 14,9), Señor de todos (Hch 10,36).
6. Eres el Enviado del Padre (Jn 7,28), el Amén de Dios (Ap 3,14), la Piedra fundamental (Hch 4,11), Sabi¬duría de Dios (Mt 11,19); nuestra esperanza (1Tim 1,1) y nuestra forta¬leza (Flp 4,13).
7. Sólo tú, fuerte como un león y tierno como un brote, eres capaz de dar sentido al libro de la vida (Ap 5,5).
8. Eres para nosotros sabiduría, fuerza santificadora y liberadora (1Cor 1,30). Al sediento le das a beber gratis del manantial del agua de la vida para que llegue a ser hijo autén¬tico de Dios (Ap 21,6s). Tu mensaje de amor tiene fuerza para hacernos al¬canzar esta herencia prometida (Hch 20,32). ¡Todo es posible para el que tiene fe en ti! (Mc 9,23).
9. Porque afrontaste valientemente la muerte ignominiosa de la cruz, ahora compartes el poder soberano de Dios (Heb 12,2). Y con la fuerza de tu brazo destruyes los planes de los soberbios, derribas a los poderosos de sus tronos y encumbras a los humildes (Lc 1,51s).
10. Por tu medio experimentamos la fuerza salvadora de Dios (2Cor 5,21). Fortalécenos, pues, uniéndonos a tu poder irresistible (Ef 6,10). Sabemos que quieres actuar podero¬samente en nosotros (Col 1,29) y que tu poder glorioso nos dotará de una fortaleza a toda prueba (Col 1,11).
11. Atráenos a todos hacia ti (Jn 12,32), tú, que has vencido al mundo (Jn 16,33), y haznos experimentar esa fuerza que sale de ti (Lc 6,19).
12. Enséñanos a proclamar tu men¬saje de salvación con la fuerza del Espíritu que nos has dado (1Pe 1,12). Sabemos que estás con nosotros, y nos capacitas para llevar a buen tér¬mino el anuncio de tu mensaje (2Tim 4,17).
13. Esperamos tu venida gloriosa, Jesús (2Pe 1,16). Te veremos llegar con gran poder y gloria (Mc 13,26), y entonces transformarás nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el tuyo, en virtud del poder que te permite dominar todas las cosas (Flp 3,21).
14. Creemos que el poder de Dios, que te resucitó triunfante de la muerte, nos resucitará también a no¬sotros (Col 2,12). Nos harás vencer, de forma que puedas sentarnos en tu trono, junto a ti, así como tú has vencido y te has sentado junto a tu Padre (Ap 3,21).
15. Digno eres, Cordero degollado que estás de pie, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap 5,12). Eres Rey de reyes y Señor de señores (Ap 17,14). Tuyo es el poder para siempre (1Pe 5,11). Amén.
13.- Ven, Señor Jesús
1. Ven, Señor; visítanos con tu paz, y nos alegraremos en tu pre¬sencia de todo corazón (Sal 106,4s). Que brille tu rostro y nos salve (Sal 80,4.2). Haznos oír la majestad de tu voz y nos alegrarás de todo corazón (Is 30,30).
2. Enséñanos a preparar tu llegada, allanando tus senderos. Que sepamos rellenar las quebradas y allanar los cerros, enderezar lo torcido y suavi¬zar las asperezas de los caminos (Lc 3,4s).
3. Digan a los cobardes de corazón: sean fuertes, no teman. Miren a nuestro Dios, que viene y nos salva (Is 35,4).
4. Pongámonos de pie, subamos a la altura y contemplemos el gozo que Dios nos envía (Bar 5,5). Cielos, desti¬len el rocío; nubes, derramen al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador (Is 45,8).
5. Portones, alcen sus dinteles, que se agranden las puertas eternas: va a entrar el Rey de la gloria (Sal 24,7). Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu Rey que viene, el Santo, el Salvador del mundo (Zac 9,9).
6. Ya se ha cumplido el tiempo: Dios ha enviado a su Hijo a la tierra (Gál 4,4). Una virgen ha concebido y ha dado a luz un hijo y le ha puesto por nombre Emmanuel: Dios con nosotros (Mt 1,23). Aleluya. Sí, un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: Consejero admirable, Héroe divino, Padre que no muere, Príncipe de la paz (Is 9,5).
7. Nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor, motivo de gran ale¬gría para todos los pueblos (Lc 2,10s).
8. Sí, llegas sin retrasarte (Hab 2,3). Todas las personas pueden sentir ya tu salvación (Lc 3,6). Iluminas lo que esconden las tinieblas y te mani¬fiestas a todos los pueblos (1Cor 4,5). Llegas con poder y das luz a los ojos de tus siervos (Is 40,10) para que no haya más temor en nuestra tierra (Heb 10,37).
9. Que esta cercanía tuya nos man¬tenga siempre alegres, Señor (Flp 4,4s). Cielos, griten de alegría; alé¬grate, tierra entera, porque ha lle¬gado el Señor y se compadece de los desamparados (Is 49,13). Nos visita como sol que nace de lo alto, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). Con su venida florece la justicia, y la paz abundará eter¬namente (Sal 72,7).
10. Esperamos la dicha de tu apa¬rición definitiva y gloriosa, Señor (Tit 2,13). Anhelamos tu vuelta glorioso en la que cambiarás nuestro cuerpo miserable y lo harás semejante a tu propio cuerpo (Flp 3,20s). Se revelará del todo tu gloria, y todos los hom¬bres juntos veremos la salvación que nos envías (Is 40,5).
11. ¡Bendito seas por siempre, Señor Dios, porque has visitado y redimido a tu pueblo! (Lc 1,68).
14.- Canto a Cristo Jesús, el Señor
1. Todas las cosas han de reunirse bajo una sola Cabeza, Cristo, tanto los seres celestiales como los terre¬nales (Ef 1,10). Pues uno solo es Señor: Cristo Jesús, por quien exis¬ten todas las cosas, y también noso¬tros (1Cor 8,6).
2. ¡En él nos encontramos liberados y perdonados! (Col 1,14). ¡En él hemos recibido todas las riquezas! (1Cor 1,5).
3. Dios constituyó a su Hijo here¬dero de todas las cosas… Él es el que mantiene el universo por su palabra poderosa (Heb 1,2s). Todo se hizo por él, y sin él no existe nada de lo que se ha hecho (Jn 1,3).
4. Él es la imagen de Dios que no se puede ver, el primero de todo lo que existe. Por medio de él, Dios hizo to¬das las cosas; las del cielo y las de la tierra; tanto las cosas que no se ven, como las cosas que se ven… Todo fue hecho por medio de él y para él. Él existe antes que todas las cosas. Y todo se mantiene en él (Col 1,15-17).
5. En verdad todo viene de él, todo ha sido hecho por él, y ha de volver a él. ¡A él sea la gloria por siempre! (Rm 11,36).
6. Digno en verdad es el Cordero que ha sido degollado de recibir el po¬der y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la ala¬banza (Ap 5,12).
7. Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús nuestro Señor, que nos bendijo desde el cielo en Cristo, con toda clase de bendiciones espirituales (Ef 1,3).
8. Al Dios único, que nos puede preservar de todo pecado, y presen¬tarnos alegres y sin mancha ante su propia gloria, al único Dios que nos salva por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, a él gloria, honor, fuerza y poder, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos de los siglos (Jud 24s).
9. Al que puede realizar todas las cosas, y obrar en nosotros mucho más allá de todo lo que podemos pedir o imaginar, a él la gloria, en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las ge¬neraciones y todos los tiempos. Amén (Ef 3,20s).
15.- Al Cristo de la Carta a los Hebreos
1. Es necesario que nos esforce¬mos para no quedarnos rezagados (Heb 4,1): debemos dejar las enseñanzas infantiles sobre Cristo y pasar a un conocimiento propio de adultos (Heb 6,1).
2. Para ello tenemos que tomar más en serio el mensaje recibido (2,1). Y saborear más a fondo la be¬lleza de la Palabra de Dios (6,5), que es viva y eficaz, y penetra como espada de doble filo hasta lo más ín¬timo de nuestro ser (4,12).
3. La meta eres tú, Jesús, origen y plenitud de nuestra fe (12,2). Nadie como tú, que has pasado las mismas pruebas de dolor que nosotros, es capaz de comprendernos y ayudarnos (2,18).
4. Pues con frecuencia nos asedia la debilidad; nos sentimos ignorantes y extraviados (5,2). A veces nos vol¬vemos flojos (6,12). Enfrentamos al mal (12,4) llenos de pruebas (12,1), correcciones y reprensiones (12,5). Y alguna vez hasta llegamos a profanar la sangre de tu Alianza (10,29).
5. En esta nuestra lucha la ley no nos sirve para nada (10,1): es insufi¬ciente e ineficaz (7,18), incapaz de llevarnos a la santidad (9,9).
6. Pero tú comprendes nuestras debilidades, pues has sido sometido a las mismas pruebas que nosotros (4,15). Te has hecho carne y sangre (2,14), en todo semejante a tus her¬manos (2,17). Eres nuestro sumo sa¬cerdote, lleno de compasión (2,17), capaz de comprender a los ignorantes y extraviados (5,2).
7. Dios te hizo perfecto por medio del sufrimiento (2,10). En los días de tu vida mortal te ofreciste a él en sa¬crificio (7,27), con lágrimas y grandes clamores (5,7), como víctima sin mancha (9,14), para borrar nuestros pecados (9,28).
8. Aun siendo Hijo, aprendiste lo que es obedecer (5,8). Y así tu sangre purificó nuestra conciencia de las obras muertas, para que, en adelante, podamos servir al Dios vivo (9,14).
9. Conforme a la voluntad de Dios, hemos quedado consagrados a él, por medio del sacrificio que has hecho de ti mismo (10,10). Con tu única ofrenda llevaste a la perfección para siempre a cuantos hemos sido consagrados a Dios (10,14).
10. A la luz de tu misión entende¬mos que los sufrimientos que pasamos no son sino una corrección de Dios, que nos trata como a hijos (12,6s). Sabemos que él nos corrige por nues¬tro bien, para que participemos de su propia santidad (12,10).
11. Por eso nos acercamos a Dios llenos de confianza, seguros de que su misericordia y su favor estarán a nuestro lado en el momento oportuno (4,16). Tú nos has abierto el camino (6,20) de la esperanza de tener acceso seguro a Dios (7,19).
12. Como Hijo que eres, estás al frente de la casa de Dios, y todos no¬sotros somos la gente de tu casa, mientras nos mantengamos esperando con firmeza y entusiasmo (3,6).
13. Dios te ha constituido heredero de todas las cosas (1,2); y nosotros tendremos parte contigo, si es que conservamos hasta el fin, en toda su firmeza, nuestra confianza del prin¬cipio (3,14). Contamos para ello con la promesa y el juramento de Dios (6, 18).
14. Tu muerte nos ha dejado vía li¬bre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo de tu propia humanidad (10,19s). Queremos, pues, acercarnos a Dios con un corazón sincero y lleno de fe (10,22). ¡Contigo no llegaremos nunca a cansarnos hasta el desánimo! (12,3). Pues es digno de confianza quien ha hecho la promesa (10,23).
15. Siendo como eres reflejo res¬plandeciente de la gloria de Dios e imagen perfecta de su ser (1,3), vives para siempre intercediendo por nosotros (7,25). Estás en presencia de Dios, en favor nuestro (9,24), coro¬nado de gloria y honor, por haber dado tu vida para bien de todos noso¬tros, según el plan bondadoso de Dios (2,9).
16. Que el Dios de la paz, el que te resucitó de entre los muertos y te constituyó supremo Pastor, nos haga capaces también a nosotros de cum¬plir su voluntad. A él sea la gloria por siempre jamás. Amén (13,20s).
16.- María, la madre de Jesús
1. Alégrate, María, la llena de gracia: el Señor está contigo (Lc 1,28). Has encontrado la simpatía de Dios y has concebido en tu seno a Jesús, Hijo del Altísimo (Lc 1,30). El Espíritu Santo ha descendido sobre ti y su poder te ha cubierto con su som¬bra; por eso el niño santo que nace de ti es Hijo de Dios (Lc 1,34).
2. ¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! (Lc 1,42). ¡Dichosa tú por ha¬ber creído que se cumplirían todas las promesas de Dios! (Lc 1,45). ¡Real¬mente para él nada es imposible! (Lc 1,37).
3. El Poderoso ha hecho grandes obras en ti: ¡Santo es su Nombre! (Lc 1,49). El Señor Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres de la tierra; por eso tu alabanza estará siempre en la boca de todos (Jdt 13,18s).
4. A través de ti la misericordia de nuestro Dios ha venido a visitar¬nos, cual sol naciente, iluminando a los que vivimos en tinieblas, para guiar nuestros pasos por el sendero de la paz (Lc 1,78s).
5. Bendita seas, Virgen María, pues de ti ha salido el sol de justicia (Mal 3,20), ¡aleluya!. De ti, por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18), ha nacido Jesús, el Cristo (Mt 1,16), el Dios-con-nosotros (Mt 1,23).
6. Canta, llena de gozo, hija de Sión, pues el Todopoderoso ha venido a habitar dentro de ti (Zac 2,14 ). ¡De ti, mujer, en la plenitud de los tiem¬pos, nació Jesús! (Gál 4,4). Bendita seas por habernos dado al que perma¬nece siempre el mismo hoy como ayer y por toda la eternidad (Heb 13,8).
7. A pesar de tu grandeza, ensé¬ñanos a aceptarte y tratarte como eras en tu vida mortal, como la sen¬cilla esposa del carpintero, vecina conocida de todos (Jn 6,41), mujer de pueblo, que enviudó aún joven, y no pudo dar estudios especiales a su hijo (Mc 6,2s).
8. Enséñanos a ser, como tú, ser¬vidores del Señor, dispuestos siem¬pre a cumplir su voluntad (Lc 1,38 ).
9. Que todas las madres con pro¬blemas en el momento de dar a luz te sientan muy cerca de ellas, pues tú sabes lo que es no tener ni dónde re¬costar a un hijo recién nacido (Lc 2,7).
10. Quisiéramos, como los pasto¬res, ir apresuradamente a tu pre¬sencia para que nos muestres a tu hijo y nos hables de sus maravillas (Lc 2,16). Cuéntanos lo que el Todopoderoso ha hecho por tu medio (Sal 66,16).
11. Como los Magos, guiados por la estrella, quisiéramos poder entrar en tu casa para ver al niño en tus bra¬zos, arrodillarnos ante él y adorarlo; y después abrir nuestros cofres para ofrecerle nuestro oro, nuestro in¬cienso y nuestra mirra (Mt 2,11).
12. Que tu visita y tu saludo nos haga presente de tal modo a Jesús que saltemos de gozo en lo más íntimo de nuestro ser y quedemos llenos de su Espíritu (Lc 1,41-44).
13. Enséñanos a proclamar la grandeza del Señor y a alegrar nues¬tro espíritu en Dios nuestro Salvador (Lc 1,46s).
14. Que, como Jesús, bajo tus cui¬dados maternos, según avanzamos en edad, crezcamos también en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52).
15. Que, como tú, sepamos ver, agradecidos, la mano de Dios cuando deshace los planes de los soberbios, derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes; cuando colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías (Lc 1,51-3).
16. Acompaña a las madres en sus intuiciones sobre el futuro de sus hi¬jos, tanto en sus sufrimiento como en sus triunfos (Lc 2,34s).
17. Enséñanos, María, a guardar en nuestro corazón toda la vida de Jesús y volver a meditarla con frecuencia en nuestro interior (Lc 2,19 ).
18. Que aunque a veces, como tú, no comprendamos las respuestas de Jesús, sepamos mantenernos siempre emocionados ante él (Lc 2,48.50).
19. Y cuando se nos acabe el vino, intercede por nosotros ante Jesús y enséñanos a hacer todo lo que él nos diga (Jn 2,3-5).
20. Dichosa eres, Santa María, porque, sin morir, has merecido la palma del martirio junto a la cruz del Señor (Jn 19,25).
21. En el momento en que Jesús estaba siendo ajusticiado, él nos puso en tus manos como madre y a noso¬tros nos encargó cuidarte como hijos. Quédate siempre en nuestra casa como madre querida (Jn 19,26s), y enséñanos a mantenernos constante¬mente unidos en la oración y en un mismo espíritu de hermanos (Hch 1, 14).
22. Tú eres la mujer del Apoca¬lipsis, símbolo y cumbre de todas las mujeres del mundo, vestida del sol, con la luna bajo tus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza (Ap 12,1).
23. El dragón quiere devorar a tu primogénito (Ap 12,4) y ahogarnos a todos tus otros hijos con el vomitó de su boca (Ap 12,15). Pero la tierra viene a ayudarnos, y se traga el río que vomita el dragón (Ap 12,16). ¡Aplasta ya del todo, madre, la ca¬beza de la serpiente antigua! (Gn 3,15).
24. Alégrate, Virgen Madre, por¬que Cristo ha resucitado del sepulcro. Aleluya. Has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre.
25. Tú permaneces con nosotros como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto (Sab 18). Nadie se arrepentirá jamás de haberte hecho caso (Eclo 24,22).
26. Como flor fragante ofreces siempre tu aroma, y cual mirra ex¬quisita das buen olor; como plantas olorosas y como el humo del incienso que se quema en el Santuario de Dios (Eclo 24,15). Extiendes como una enre¬dadera tus ramas, llenas de gracia y majestad; como la vid echas brotes graciosos y tus flores dan frutos de gloria y riqueza (Eclo 24,16s). De ti guardaremos siempre recuerdos más dulces que la miel (Eclo 24,19s)
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III
ESPÍRITU SANTO
17.- Ven, Espíritu Santo
1. Danos, Señor, tu Espíritu de amor y de confianza para que sepa¬mos volver a ti (Zac 12,10). Infúndelo en nosotros de forma que podamos vivir según tus preceptos y tus leyes (Ez 36,27).
2. Sabemos, Señor, que tu Espíritu incorruptible está en todas las cosas (Sab 12,1). Por medio de él tiene vida nuestro cuerpo mortal (Rm 8,11). Por eso, si llamaras de vuelta a tu soplo, en un instante moriría toda la tierra y los hombres volveríamos al polvo (Job 34,14s).
3. Espíritu de Dios, ven, pues, a socorrernos en nuestra debilidad. Sabemos que tú siempre estás inter¬cediendo por nosotros (Rm 8,26).
4. Soplas donde quieres y como quieres (Jn 3,8). Te manifiestas como brisa ligera (1Re 19,12), o como vien¬to impetuoso (Hch 2,2) y aun como tempestad (Job 40,6). Entra, pues, con fuerza en nosotros, para que podamos permanecer de pie y formar parte del Reino de nuestro Dios y su Cristo (Ap 11,11.15).
5. Llénanos de tu sabiduría (Dt 34, 9), de forma que a tu luz sepamos examinarlo todo y quedarnos con lo bueno (1Tes 5,20).
6. Queremos vivir de ti y dejarnos conducir por ti (Gál 5,25). Pues sólo si nos dejamos guiar por ti, no nos do¬minarán los deseos de la carne (Gál 5,16). La carne tiende a la muerte, pero tú te propones vida y paz (Rm 8,6).
7. Concédenos tus frutos: caridad, alegría y paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio de nosotros mismos (Gál 5,22s).
8. Que, conducidos por ti (Rm 8,5), nos vayamos transformando en ima¬gen de Jesús (2Cor 3,18) y podamos así ser en todas partes testigos de su resurrección (Hch 1,8).
9. Dejándonos guiar por ti llegamos a ser realmente hijos de Dios (Rm 8,14), pues el amor de Dios ha sido derramado ya por tu medio en nues¬tros corazones (Rm 5,5), desde los que clamas al Padre como Abbá querido (Gál 4,6).
10. Ya no somos esclavos, ni me¬nores de edad (Gál 4,1-3). Gracias a ti, nuestra nueva relación con Dios es de suma intimidad y familiaridad, al estilo de Jesús (Mc 14,36).
11. Sí, creemos, Padre Dios, que hemos recibido el Espíritu que nos convierte en hijos legítimos tuyos y que nos mueve a tratarte como Papá querido. Sentimos que el Espíritu nos asegura que somos realmente tus hi¬jos y, por consiguiente, tus herede¬ros. Plenamente nuestra llegará a ser tu herencia, y la compartiremos con Cristo, nuestro hermano (Rm 8, 14-17). Amén. Aleluya.
18.- El Espíritu y el Mesías
1. Virgen María, bendita seas por haber permitido que el Espíritu Santo descendiera sobre ti y te cubriera con tu sombra (Lc 1,35). Pues cree¬mos que la concepción de Jesús fue obra suya (Mt 1,18). Por eso eres ejemplo vi¬viente de cómo se asocia el Espíritu Santo y el poder del Altísimo (Lc 1,35; 24,49).
2. Jesús, creemos que sobre ti re¬posa el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, de conoci¬miento y de respeto a Dios (Is 11,2).
3. El te ha ungido y te ha enviado para llevar la buena nueva a los po¬bres, para sanar a los corazones he¬ridos, para anunciar a los desterra¬dos la liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para consolar a los que lloran; para dar a los afligidos una corona en vez de ceniza, el per¬fume de los días alegres en vez de ropa de luto, cantos de felicidad en vez de pesimismo (Is 61,1-3); para que traigas la justicia a todas las nacio¬nes (Is 42,1).
4. Creemos, Jesús, que desde pe¬queño crecías y te fortalecías en el Espíritu (Lc 1,80). Él descendió de una forma muy especial sobre ti en el bautismo del Jordán (Mt 3,16s), y siempre permaneció en ti (Jn 1,32).
5. Él te empujó al desierto para ser tentado por el diablo (Mt 4,1) y te de¬volvió luego a Galilea (Lc 4,14). Con su fuerza arrojabas demonios (Mt 12,28). Y con su gozosa inspiración confe¬sabas tu propia adhesión al Padre (Lc 10,21).
6. Al resucitar de entre los muer¬tos, fuiste constituido Hijo de Dios con poder, por obra del Espíritu de santificación (Rm 1,4). Por eso ahora eres capaz de realizar maravillas a través nuestro con el poder del Espíritu (Rm 15,19).
7. Jesús resucitado, engrandecido por la mano poderosa de Dios (Hch 2,33), derrama en abundancia sobre nosotros el Espíritu Santo que nos has prometido (Jn 16,7). Envíanos el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre (Jn 15,26). Necesitamos urgen¬temente su comprensión, su ayuda y sus consuelos... ¡Séllanos con él! (Ef 1,13).
8. Ruégale al Padre que nos dé este Abogado, para que nos ayude y esté siempre con nosotros (Jn 14,16). Que¬remos recibir esa fuerza prometida por ti, que nos capacita para ser tus testigos hasta los confines de la tie¬rra (Hch 1,8).
9. Que el Espíritu Santo Intérprete, que el Padre nos envía en tu nombre, nos recuerde tus palabras y nos en¬señe su sentido (Jn 14,26), y así nos pueda introducir en la Verdad total (Jn 16,13).
10. Creemos que el Espíritu de Dios habita ya en nosotros. Si no tuviéra¬mos tu Espíritu, no seríamos tuyos, Jesús. Y si el Espíritu de aquél que te resucitó de entre los muertos está en nosotros, el que te resucitó de entre los muertos dará también la vida a nuestros cuerpos mortales(Rm 8,9.11).
19.- Los hombres del Espíritu
1. Señor, te rogamos que, como Josué, estemos llenos de espíritu de sabiduría al estilo de Moisés (Dt 34,9). Concédenos su espíritu para que sepamos también nosotros ser tus profetas (Núm 11,25).
2. Que tu Espíritu esté sobre noso¬tros, como lo estuvo sobre Otoniel, para salvar a Israel de las manos de sus enemigos (Jue 3,10).
3. Revístenos de tu fuerza, como a Gedeón, para que podamos ayudar al pueblo a liberarse de sus enemigos, estimando y usando los valores de nuestra cultura popular (Jue 6,34).
4. Entra con tu fuerza en cada uno de nosotros, de forma que, como Sansón, podamos vencer al león y romper las ligaduras que nos aprisio¬nan (Jue 14,6; 15,14). Danos, como a él, fuerza, determinación y coraje (Jue 16,6).
5. Irrumpe en nosotros, como en David, y permanece con nosotros para siempre (1Sm 16,13), de forma que lleguemos a ser personas según tu corazón (1Sm 13,14).
6. Espíritu de Yavé, como a Miqueas, llénanos de fuerza, de jus¬ticia y de fortaleza (Miq 3,8).
7. Espíritu de Dios, entra dentro de nosotros, como lo hiciste con Eze¬quiel, de forma que podamos mante¬nernos en pie y escuchar tu palabra (Ez 2,2). Elévanos sobre la tierra y condúcenos, como a él, a donde poda¬mos ver tu Gloria, sabiendo distin¬guirla de todas las idolatrías exis¬tentes a nuestro alrededor (Ez 8,3ss).
8. Envíanos, Señor Dios, tu Espí¬ritu (Is 48,16), para que sepamos, como Isaías Junior, dar fuerzas al que está cansado y robustecer al que está débil (Is 40,29).
9. Concede tu espíritu de justicia a los que se sientan en los tribunales (Is 28,6). Y en el momento de ser llevados a los tribunales por tu causa, que seas tú, Espíritu del Padre, el que hables por nosotros (Mt 10,20).
10. Que como en el Tercer Isaías y en Jesús, tu Espíritu, Señor Dios, esté sobre nosotros, nos unja y nos envíe a dar Buenas Nuevas a los po¬bres, a anunciar a los cautivos su li¬bertad y a los ciegos que pronto van a ver, a sanar los corazones heridos, a liberar a los oprimidos y proclamar un año feliz lleno de tus favores (Is 61,1; Lc 4,18s).
11. Desciende sobre nosotros en forma de paloma, como lo hiciste so¬bre Jesús, para que podamos sentir¬nos hijos amados del Padre Dios (Mt 3,16s).
Que así sea.
IV
AMOR
20.- Amor de Dios
1. En ti, Jesús, se ha hecho palpa¬ble la bondad de Dios y su amor para con todos nosotros (Tit 3,4). Como Sol naciente, nos has hecho ver la tierna bondad de nuestro Dios (Lc 1,78): su amor que dura desde siempre y para siempre (Sal 103,17).
2. El es constante en amarnos (Sof 3,17). Aunque una madre pudiera olvi¬dar a su hijo, él nunca se olvidaría de nosotros (Is 49,15). Nos guarda como a la niña de sus ojos (Dt 32,10) y nos tiene grabados en la palma de sus ma¬nos (Is 49,16). ¡Su fidelidad pasa de ge¬neración en generación! (Sal 100,5).
3. Sabemos que los cerros podrán correrse y moverse las lomas, pero tú nunca retiraras tu amor de noso¬tros, ni romperás jamás tu alianza de paz (Is 54,10). Con amor eterno nos has amado; por eso, misericordioso, nos atraes hacia ti (Jer 31,3).
4. ¡No somos dignos de tanta bondad como tienes para con noso¬tros, Señor! (Gn 32,11). Hasta a la es¬posa infiel eres capaz de volverla a conquistar a base de amor (Os 2,16). Y celebras una gran fiesta cuando vuelve un hijo que se te había perdido (Lc 15,22ss).
5. Tu corazón se conmueve y se remueven tus entrañas cada vez que te somos infieles (Os 11,8). Y cuando tienes que reprendernos se te con¬mueve el corazón y te enterneces (Jer 31,20).
6. ¡Bendito seas, Señor, Dios de Israel, porque nos has visitado y re¬dimido! (Lc 1,68). Te alabamos y te damos gracias porque eres bueno, tu misericordia es eterna (Esd 3,11) y tu lealtad es inapreciable (Sal 36,8).
7. ¡Tanto nos quieres, Padre Dios, que nos entregas a tu Hijo Único! (Jn 3,16). No te lo reservas como propio, sino que nos lo entregas por amor a nosotros (Rm 8,32). Lo abandonas en la cruz (Mc 15,34) para no tener que abandonarnos a nosotros. Y le haces cargar con nuestros pecados para reconciliarnos contigo (2 Cor 5,19-21).
8. En la cruz nos muestras, Jesús, la forma más sublime del amor: re¬chazado, maldecido, condenado por los hombres, te mantienes siempre "en estado de amor". ¡Realmente en ti todo es plenitud de amor y lealtad! (Jn 1,14).
9. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Pero tú demuestras el amor que nos tienes muriendo por nosotros cuando aún éramos pecadores (Rm 5,8). Cuando éramos aun enemigos, fuimos recon¬ciliados con Dios por medio de tu muerte (Rm 5,10)
10. Te damos gracias de todo corazón, Padre, por éste tu amor y tu lealtad sobre toda medida (Sal 138,1). ¡Eres maravilloso con nosotros y estamos alegres! (Sal 126,3). ¡Tu amor es inmenso! (Sal 86,12). ¡Real¬mente eres amor! (1Jn 4,8).
11. ¡Por eso me has seducido, Señor! (Jer 20,7). ¡Me has robado el corazón! (Cant 4,9), que lanza gritos anhelando verte (Sal 84,3).
12. Yo te amo, Señor, Fuerza mía, mi Roca, mi Fortaleza, mi Libertador! (Sal 18,2). Deseo amarte, Dios mío, con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas (Dt 6,5). Tú eres mi Papá y yo soy tu hijo, tu heredero… (Gál 4,6s).
13. Las aguas torrenciales no po¬drán apagar tu amor, ni anegarlo los ríos (Cant 8,7). Nada ni nadie podrá separarnos del amor que nos tienes en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rom 8,39).
14. ¡Que tu amor y tu paz vivan siempre en nosotros! (2Cor 13,11). ¡Y el Espíritu Santo nos haga rebosar en él! (Rm 5,5). Aleluya, gracias, amén.
21.- Amor de hermanos
1. Uno solo es nuestro Padre, y to¬dos nosotros somos hermanos (Mt 23,8s). Por eso, el que ama de veras al Padre, ama también a todos los hijos de ese mismo Padre (1Jn 5,1).
2. Si tanto nos ama Dios, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros (1Jn 4,11). El nos amó pri¬mero (1Jn 4,10). Sólo si nos amamos unos a otros, permane¬cemos en Dios y Dios en nosotros (1Jn 4,15).
3. Un creyente en el Dios bíblico no puede desentenderse de las necesi¬dades de sus hermanos (Dt 22,4), sino que abre su mano a los indigentes (Dt 15,11), sintiéndose solidario con ellos (Jdt 8,24). Pues todos somos de la misma raza humana, y nuestros hijos no son diferentes los unos a los otros (Neh 5,5).
4. Tú, Señor, nos pides que sepa¬mos compartir nuestro pan con el hambriento, que los pobres sin techo puedan entrar a nuestra casa, que vistamos al desnudo y nunca volva¬mos la espalda a nuestra propia carne (Is 58,7). Que jamás nos alegremos de la ruina de un hermano, ni desprecie¬mos nunca su necesidad (Abd 1,12).
5. De tal suerte eres Padre de todos (Ef 4,4), que nos pides siempre cuentas de la suerte de nuestros her¬manos (Gn 4,9). Tanto es así, que si estamos para presentar nuestra ofrenda ante tu altar, y nos acor¬damos de que un hermano tiene algo contra nosotros, quieres que dejemos allí mismo nuestra ofrenda, y va¬yamos primero a hacer las paces con nuestro hermano (Mt 5,23s). Condi¬cionas tu perdón a cómo nosotros nos perdonemos unos a otros (Mt 6,12).
6. Hermano nuestro Jesús (Jn 20, 17), sabemos que quieres que nos re¬lacionemos siempre como hermanos, ca¬paces de aceptarnos mutuamente (Mt 5,23-24), superar todo enojo (Mt 5,22) y perdonarnos siempre (Mt 18, 21), sin fijarse en defectos o fallos perso¬nales (Mt 7, 3-5). ¿Por qué, pues, nos hacemos daño unos a otros? (Hch 7,26). ¡Ciertamente hemos per¬dido el amor del principio! (Ap 2, 4).
7. Criticamos y despreciemos a nuestros hermano, sin tener en cuen¬ta que después hemos de comparecer ante tu tribunal (Rm 14,10). Somos hipócritas, que nos fijamos en la pelusa que tiene un hermano en el ojo, pero no vemos la viga que tenemos en nuestro propio ojo (Lc 6,41).
8. Enséñanos a amarnos, Jesús, con obras y de verdad (1Jn 3,18), pues el que no ama a su hermano no es de Dios (1Jn 3,10). Teniendo las ri¬quezas que tenemos, no podemos ce¬rrarles el corazón a nuestros herma¬nos con problemas (1Jn 3,17).
9. Dios es la fuente del amor: y por eso todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (1Jn 4,7). El que no ama, en cambio, no ha conocido a Dios, pues Dios es amor (1Jn 4,8). Sólo amando a los hermanos se puede comprobar que hemos pasado de la muerte a la vida (1Jn 3,14).
10. Señor Jesús, enséñanos a que¬rernos unos a otros (1Tes 4, 9) con el mismo amor con que tú nos quieres (Jn 15,12). Pues en el amor fraterno es donde se debe reconocer que somos tus discípulos (Jn 13,35).
11. Danos, pues, tus mismos sen¬timientos (Flp 2,5). de forma que nos comportemos con el mismo amor con que tú te comportas (1Jn 2,6).
12. Que, como buenos administra¬dores de los múltiples dones de Dios, pongamos al servicio de los demás todos los dones que hemos recibido (1Pe 4,10).
13. El amor fraterno alcanza el perdón de los pecados, por muchos que sean (1Pe 4,8).
14. Ayúdanos, pues, a amar a nuestros enemigos, a hacer el bien a los que nos odian, a bendecir a los que nos maldicen y a rogar por los que nos maltratan (Lc 6,27s): a tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros (Lc 6,31). Pues se nos medirá con la medida con que nosotros midamos (Lc 6,38).
15. Si hacemos el bien sin esperar nada a cambio, nuestra recompensa será grande y seremos hijos del Altísimo, que es bueno con los ingra¬tos y los pecadores. Debemos ser ge¬nerosos en la medida en que es gene¬roso nuestro Padre Dios (Lc 6,35s).
16. Que el Espíritu nos haga capa¬ces de solidaridad y de ternura y de ponernos de acuerdo con un amor re¬cíproco y un interés unánime por la unidad (Flp 2,1s).
17. Haznos crecer, Jesús, más y más en el amor que nos tenemos los unos a los otros y en el amor para con todos (1Tes 3,12).
18. Bendícenos, Señor, para que tengamos todos un mismo sentir, compartamos las preocupaciones de los demás con amor fraterno, seamos compasivos y humildes; no devolva¬mos mal por mal, ni insulto por in¬sulto, sino que sepamos bendecir, pues para esto hemos sido llamados (1Pe 3,8s).
19. Que nuestro amor fraterno sea sincero y afectuoso, estimando en más a los otros (Rm 12,9s). Que sepa¬mos ser solidarios con los necesita¬dos (Rm 12,13), alegrándonos con los que están alegres y llorando con los que lloran (Rm 12,15). Que sepamos vivir en armonía unos con otros (Rm 12,16); a nadie devolvamos mal por mal (Rm 12,17); y hagamos todo lo posible para vivir en paz con todos (Rm 12,18).
20. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor fraterno no tiene celos, no aparenta, ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su pro¬pio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la ver¬dad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo (1Cor 13,4-7).
21. ¡El amor nunca pasará! (1Cor 13,8).
22.- Amor de esposos
1. Tú dijiste, Señor, que no es bueno que el ser humano esté solo, y por eso nos das una pareja para que los dos nos ayudemos mutuamente (Gn 2,18.21), de forma que lleguemos a ser un solo ser (Gn 2,24; Mt 19,4s). Tanto al varón como a la mujer nos has creado a imagen y semejanza tuya (Gn 1,27), y nos ordenas que crezcamos juntos, seamos fecundos, llenemos la tierra y la pongamos a nuestro servicio (Gn 1,28).
2. Sabemos que todo amor autén¬tico proviene de ti: todo el que ama ha nacido de ti (1Jn 4,7). Por eso te consagramos, como don tuyo que es, este amor que nos has dado, para que lo cuides, lo purifiques y lo hagas crecer sin fin.
3. Enséñanos a querernos como se quisieron nuestros primeros padres: con la fe de Abrahán y Sara (Gn 17,15-22; 18,1-15; 20; 21,1-21; 23), con la constancia de Isaac y Rebeca (Gn 24), con la servicialidad de Jacob y Raquel (Gn 29,6-30), con la astucia de David y Micol (1Sam 19,11-17), con la delica¬deza de Ana y Elcaná (1Sam 1), con el respeto y la ternura de Rut y Booz (Rut 2-4).
4. Que como Tobías y Sara, en un ambiente íntimo de oración, sepamos darnos el uno al otro total y definiti¬vamente (Tob 8,6-8).
5. Ayúdanos a ser siempre fieles al amor que nos hemos jurado (Ex 20,14; Dt 22,22-27; Jer 7,9; Mal 3,5; Prov 6,24-29; Eclo 23,22-26). Que no tengas nunca que acusarnos de una traición (Mal 2,14s). Lo que tú has unido no lo debe separar nunca ningún tipo de problema (Mt 19,4-6).
6. Reconocemos que quien mira a una mujer o a un hombre ajeno exci¬tando el propio deseo comete adulte¬rio en su interior (Mt 5, 28), pues es del corazón sucio de donde bro¬tan las malas acciones, especialmente los adulterios (Mc 7,21s).
7. Que al estilo de Oseas, apren¬damos a profundizar el misterio de la fidelidad y del perdón conyugal. Si al¬guno de nosotros llega a ser infiel, enséñanos a superar el problema a base de un amor tan grande, que sea capaz de perdonar y reconstruir de nuevo el amor (Os 2,16). Que, supe¬rando las dificultades, nuestro ma¬trimonio llegue a ser santo y formal, fundado siempre en el amor, el res¬peto y la ternura (Os 2,21).
8. Te suplicamos, Señor, que las esposas sepamos salvar a nuestros esposos; y que los maridos sepamos salvar a nuestras esposas (1Cor 7,16).
9. Si los varones llegan a oponerse a tu Palabra, que nosotras, las muje¬res, los ganemos, no con discursos, sino con nuestro modo de ser respon¬sable y sin reproche (1Pe 3,1s).
10. Ayúdanos a superar los celos, tanto a los varones (Eclo 9,1), como a las mujeres (Eclo 26,6), pues nos ha¬cen daño y nos causan mucho dolor.
11. Enséñanos a los varones, Señor, a valorar el hermoso regalo tuyo que es encontrar una buena es¬posa (Prov 18,22). Vale mucho más que las perlas (Prov 31,10). De ella de¬pende en gran parte la armonía y el porvenir del hogar (Prov 31,10-31).
12. Una mujer valiente es la ale¬gría de su marido: le hará pasar en paz toda su vida (Eclo 26,2). Como el sol matinal sobre los cerros, así es el encanto de una mujer buena en una casa bien ordenada (Eclo 26,16).
13. El que consigue esposa princi¬pia su riqueza, pues tiene una ayuda semejante a él, una columna para apoyarse. Por falta de tapia la pro¬piedad es saqueada; sin mujer, el hombre gime y va a la deriva (Eclo 36,26s).
14. Enséñanos a los varones, Señor, a escuchar los consejos de tu Sabiduría: “Bebe el agua de tu aljibe, la que corre de tu propio pozo. ¿Debe derramarse por la calle tu manantial? ¿Correrán por las plazas tus arroyos? Sean para ti solo, sin compartirlos con extraños. ¡Bendita sea tu fuente, y sea tu alegría la esposa de tu juventud! ¡Sea para ti como hermosa cierva y graciosa gacela. Que sus pechos sean tu recreo en todo tiempo. ¡Que siempre estés apasionado por ella!” (Prov 5,15-20).
15. Ayúdanos, Señor, a crecer en nuestro enamoramiento al estilo de la pareja del Cantar de los Cantares. Que con fina elegancia sepamos gozar y compartir con alegría toda la be¬lleza y el encanto de nuestro cuerpo y nuestro espíritu, sin despreciar o de¬valuar ningún aspecto (Cant 7,1 - 8,4).
16. Que las esposas seamos el jardín, la fuente, el perfume, la dul¬zura, el gozo de nuestros maridos (Cant 4). Que les dulcifiquemos la vi¬da y les sepamos devolver la tranqui¬lidad y la inocencia. Que los hagamos nadar entre aromas de flores y perfumes, lejos de las asperezas de la vida, de modo que nos llenemos la vida el uno al otro (Cant 1,7 - 2,7). Que sepamos ser su sosiego, su paz y su vida (Cant 4).
17. Que los maridos sepamos sedu¬cir, respetar, admirar y correspon¬der a los deseos de nuestra esposa amada. Que seamos enteramente para ella y su amor tienda enteramente hacia nosotros (Cant 7,11): ¡mi iz¬quierda bajo su cabeza y mi derecha abrazándola! (Cant 8,3). Que ellas puedan escuchar constantemente ala¬banzas de nuestros labios: ¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto! (Cant 4,7).
18. Este amor que nos has dado es un gran misterio: ¡que las grandes aguas no puedan nunca apagarlo, ni los ríos anegarlo! (Cant 8,7). Que sea fuerte nuestro amor como la muerte. Sus flechas son dardos de fuego, como llama divina (Cant 8,6). Si nos amamos y nos entregamos por ente¬ro, una llamarada de tu divinidad ar¬derá siempre en nosotros...
19. Que los maridos amemos a nuestras esposas como a nosotros mismos (Ef 5,33), de forma que los dos lleguemos a ser un solo ser (Ef 5,31). Que sepamos amarlas igual que tú, Jesús, demostraste tu amor a la Iglesia, entregándote enteramente a ella (Ef 5,25), llenándola de gracia y santidad (Ef 5,27).
20. Y que las esposas te veamos a ti en nuestros maridos, Señor, y le seamos dóciles por amor (Ef 5,22).
21. Que cada uno de nosotros se comporte con su pareja con santidad y respeto, y no se deje llevar sólo por el deseo, como hace la gente que no te conoce, Señor (1Tes 4,4s). Pues no nos has llamado a vivir en la impu¬reza, sino en la santidad (1Tes 4,7).
22. Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Ayúdanos, pues, Señor, a glorificarte con nuestro propio cuerpo (1Cor 6,19s). La esposa no dispone de su cuerpo, sino el marido. E igualmente el marido no dispone de su cuerpo, sino la esposa (1Cor 7,3s).
23. Que siempre, en fin, seamos el uno para el otro (Cant 2,26), y los dos, complementariamente, llegue¬mos a ser un solo ser (Gn 2,24; Mal 2,15; Mt 19,5; 1Cor 6,16; Ef 5,31).
23.- Amor de padres
1. ¡Reconocemos que Dios es más Padre de nuestros hijos que nosotros mismos! (Mt 23,9). ¡De él proviene nuestro poder de engendrar! (Gn 1,28).
2. Jesús, tú quisiste nacer en el seno de una familia unida, piadosa y observante (Lc 2,21-24.41), que supo soportar la adversidad con fe (Mt 1, 19s) y se mantuvo firme en medio de graves problemas (Mt 2,13-21).
3. Nos enseñaste que Dios es papá bueno de todos (Mt 5,16.45.48; 6, 1.4.6.8.9), siempre dispuesto a escu¬char (Mt 7,9; Lc 11,11-13) y a perdonar a sus hijos (Lc 15,20-32).
4. Hablaste del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt 21,28-31). Del padre que descansa con sus hijos (Lc 11,7) o del cabeza de familia que saca de su arca lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). También hablaste de las fies¬tas de bodas (Mt 22,2s), de mujeres que están embarazadas o criando (Mt 24,19), de los dolores del parto y de la alegría de la maternidad (Jn 16,21).
5. Concédenos la fe de Abrahán y Sara, de que nuestros hijos serán una bendición para todos los que los co¬nozcan (Gn 12,3; 22,18). Que ellos sean como brotes de olivo en torno a nuestra mesa familiar, cargados de promesas de buenas cosechas (Sal 128,3). Danos esa alegría de dejar a descendientes que se parezcan a no¬sotros (Eclo 30,4s).
6. Enséñanos a saber corregir con amor a nuestros hijos (Prov 29,17). El que ahorra el castigo a su hijo no lo quiere, pero el que lo ama lo corrige a tiempo (Prov 13,24). La reprensión oportuna enseña la sabiduría; pero el niño dejado a sus caprichos es ver¬güenza de su madre (Prov 29,15).
7. Pero no consientas que caigamos en correcciones insensatas, salidas del mal humor o del capricho. Hay re¬prensiones inoportunas; y hay quien calla por prudencia (Eclo 20,1). Que nunca reprendamos antes de averi¬guar la verdad (Eclo 11,7).
8. Que sepamos estar siempre cerca de los hijos, de modo que todo lo nuestro sea suyo (Lc 15,31). Pues sabemos que nos pides que seamos buenos del todo, como es bueno nuestro Padre Dios (Mt 5,48). El estilo del Padre del cielo debe ser el estilo de los padres de la tierra.
9. Pero que no queramos acaparar a los hijos como algo absolutamente propio. Si no los entendemos, según van creciendo, que sepamos, como María, observarlos con el corazón y respetarlos en silencio (Lc 2,51).
10. Que nunca queramos apropiar¬nos para nosotros mismos a los hijos; sino que desinteresadamente los se¬pamos preparar para su misión, de forma que, al igual que el joven Jesús, puedan crecer en edad, en sa¬biduría y en gracia, a los ojos de Dios y de los hombres (Lc 2,52).
11. Te suplicamos que sepamos in¬culcar una gran fe a nuestros hijos, de modo que lleguen a ser capaces de dar la vida por ella, al estilo de aquellos siete hermanos del tiempo de los Macabeos (2Mac 7).
12. Que sepamos respetar siempre la vocación de nuestros hijos, cons¬cientes de que tu voluntad, Señor, está por delante de nuestros deseos personales (Lc 2,49). Cada hijo tiene una personalidad y una vocación pro¬pia, que tenemos que respetar, aun¬que no la entendamos…
13. Que seamos familias libres para construir tu Reino, capaces de negarnos a nosotros mismos y cargar tras de ti con nuestra cruz (Mt 10,38): renunciar al deseo de acaparar y a la pasión por dominar. Que no pongamos el ideal de nuestra familia en tener mucho, en subir hasta muy alto y en divertirnos lo más posible (Lc 6,24-26). Sino en saber servir al pueblo, como tú, que no viniste a ser servido sino a servir (Mt 20,28).
24.- Amor de hijos
1. Sabemos que tú también, Jesús, te educaste en el seno de una familia (Lc 2,39s), bajo la autoridad de tus padres (Lc 2,51).
2. Pones como modelo al hijo que hace siempre lo que ve hacer a su pa¬dre (Jn 5,19s). Y elogias al que es consciente de sus obligaciones fami¬liares (Mt 19,19).
3. Concédenos, Jesús, a nosotros, los hijos, aprender a vivir obede¬ciendo a nuestros padres, al estilo de como tú lo hacías en Nazaret (Lc 2,51). Que dentro de nuestros hogares sepamos crecer en sabiduría y en el favor de Dios y de los hombres (Lc 2,52), sin dejar de ser consecuentes con nuestra propia vocación (Lc 2,49).
4. Ayúdanos a honrar a nuestros padres, tal como lo quiere Dios (Ex 20,12). Sabemos que quien honra a su padre paga sus pecados; y el que da gloria a su madre acumula tesoros. El que honra a su padre recibirá alegría de sus propios hijos y, cuando ruegue a Dios, será escuchado (Eclo 3,3-5).
5. Tú censuras el comportamiento de los hijos que se desentienden de sus padres y no les prestan ayuda (Mt 15,3-6). Que sepamos, pues, cuidar a nuestros padres cuando son ancianos, sin causarles ningún tipo de tristeza. Y si se debilita su espíritu, que les tengamos indulgencia, y nunca los abochornemos (Eclo 3,12s).
6. Que nunca desafiemos a nuestro padre o despreciemos la edad avan¬zada de nuestra madre (Prov 30,17). Pues quien desprecia a su padre es un blasfemo y quien insulta a su madre irrita a su Creador (Eclo 3,16).
7. Que jamás despojemos a nues¬tros padres de lo que necesitan para poder vivir dignamente: ello sería un gran pecado, que nos convertiría en criminales (Prov 28,24). El que despoja al padre y echa de la casa a su madre es un hijo infame y degenerado (Prov 19,26). Tú mismo, Jesús, criticaste duramente a los hijos que, con excu¬sas religiosas, dejan sin recursos a sus padres ancianos (Mc 7,9-13).
8. Que nuestras familias sean ima¬gen de la Trinidad divina, en la que el amor es el que lo rige todo, pues el Dios-familia es Amor (1Jn 4,8).
25.- Vocación de jóvenes
1. Gracias, Señor, porque te fías de los jóvenes y te gusta llamarnos para que te sirvamos y sirvamos a tu pueblo. La Biblia está llena de ejem¬plos de tus llamadas a los jóvenes:
2. Adán y Eva, aparecen en el Gé¬nesis como jóvenes inexpertos, des¬cubridores admirados de tu creación, con sed de experimentarlo todo (Gn 2,19s). Y en medio de un hermoso huerto descubren el misterio de la complementación mutua (Gn 2, 23s) y el conflicto entre libertad e ideal, que no saben cómo enfrentar (Gn 3,5s). Y les encomiendas la marcha del mundo y de la historia (Gn 1,28s).
3. Llamaste a Isaac (Gn 24), a Jacob (Gn 28,10ss), a José (Gn 37), cuando aún eran muy jóvenes, para que fueran padres de tu pueblo.
4. Moisés sintió una profunda re¬beldía juvenil cuando vio maltratar a sus hermanos (Ex 2,11ss), y de ahí empezó a nacer su vocación de liber¬tador de su pueblo (Ex 3).
5. Gedeón era un joven miedoso y acomplejado, el último de su casa y de su pueblo, cuando tú te fijaste en su gran corazón y lo llamaste a li¬berar a su gente de las manos de sus explotadores (Jue 6,11-24).
6. A Samuel, aun niño, lo llamaste por su nombre y le encargaste misio¬nes difíciles frente a las autoridades (1Sam 3), que siguió después cum¬pliendo durante toda su vida (1Sam 12ss).
7. David era un pastorcito, rele¬gado por sus hermanos y despreciado por su propio padre, cuando tú lo con¬sagraste para que fuera el líder de su pueblo (1Sam 16,1-13) a la medida de tu corazón (1Re 9,3).
8. Su hijo Salomón llegó a ser un joven gobernante lleno de sabiduría (1Re 3,5-9) ¡Lástima que de mayor se dejó corromper por la idolatría al po¬der y a las riquezas! (1Re 10,14-11, 11).
9. Isaías fue llamado a la edad de 25 años para que fuera testigo de tu santidad (Is 6).
10. El tembloroso Jeremías, a los 19 se siente impulsado a ser tu voz, con la misión, ante aquella sociedad corrupta, de arrancar y plantar, destruir y construir en nombre tuyo (Jer 1,5-8).
11. Daniel es prototipo del joven, siempre ágil, ingenioso, decidido y valiente En tu nombre enfrentó a los poderes opresores, sin miedo a las amenazas de muerte (Dan 3,1-30).
12. Modelo de valentía son también los siete hermanos que en tiempo de los Macabeos se enfrentaron hasta el martirio con el cruel emperador An¬tíoco, con una fe inquebrantable pues¬ta siempre en ti, Señor (2Mac 7).
13. María, tú eres para nosotros el modelo de joven alegre, siempre incondicional al servicio de Dios. Hu¬mildemente aceptas que se desplie¬guen en ti las maravillas de Dios (Lc 1,48); ves su mano a través de la his¬toria (Lc 1,51-55); estás siempre abierta a las necesidades de los que te rodean (Lc 1,39-41; Jn 2,4); y sabes mantenerte firme frente al suplicio de tu Hijo (Jn 19,25) y a los problemas de las primeras comunidades (Hch 1,14).
14. Jesús, tú nos has mostrado el rostro joven y amigable de Dios. Por eso te comportas siempre como amigo sincero, que busca intimidad (Jn 15,15), da confianza (Mt 23,8-11), es¬pecialmente a los despreciados (Mc 2, 17; Mt 11,18s), y te muestras siempre solidario con los problemas de los demás (Jn 11).
15. Entre tus apóstoles, Pedro es el joven fogoso pero indeciso, llamado a ser fuerte como roca (Mt 16,18). Juan, el más joven de todos, fue tu más íntimo amigo (Jn 13,23; 19,27). Judas, en cambio, te dio la amargura de una amistad traicionada (Jn 12,6).
16. Pablo, de fanático perseguidor (Flp 3,5s), fue llamado por ti, aún joven, para desarrollar la novedad de la fe en ambientes totalmente nuevos (Hch 9,15).
17. Tu íntimo amigo Juan, ya vie¬jito, alaba a los jóvenes porque cono¬cen al Padre, porque son fuertes, la Palabra de Dios permanece en ellos y vencen al Malo (1Jn 2,14). Ojalá no¬sotros seamos también así, Señor.
18. Nos sentimos a gusto contigo, Jesús, porque eres amigo fiel, com¬pañero de penas y de alegrías. Cre¬emos que tu amistad es sincera y profunda. Tú eres el amigo que nunca falla; el que no defrauda; el que no abandona cuando todo sale mal; el que nos alegra cuando las cosas van bien.
V
HUMILDAD
26.- Perdón, Señor
1. Nosotros miramos las aparien¬cias, pero tú, Señor, miras el cora¬zón (1Sam 16,7). Conoces el interior de todos (1Re 8,39) y sabes lo que hay dentro de cada uno (Jn 2,23s). Por eso siento vergüenza ante ti, Jesús, jus¬tamente porque no permanezco en ti (1Jn 2,18).
2. Tú sabes que muchas veces in¬tento suplantarte, Señor (Gn 3,5). No te quiero aceptar como dueño absoluto de mi vida, sino que me vendo al po¬der, al dinero y al placer, ostentando superioridad y codiciando sin fin (1Jn 2,16).
3. ¡Mi vida está llena de ingratitu¬des (Os 11) e infidelidades a tu amor, Señor! (Ez 16). ¡Temo que, a la hora de la verdad, mi obra quede en nada, cuando mi paja sea consumida por el fuego…! (1Cor 3,12-15).
4. Deseo, pues, confesarte mis pe¬cados, confiado en que eres fiel y justo y me limpiarás de toda maldad (1Jn 1,8s). Empecatado de pies a ca¬beza (Jn 9,34), acudo a ti, que has sido enviado por el Padre para salvarnos (1Jn 4,14).
5. Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad; por tu gran corazón, borra mis faltas (Sal 51,3). Tú, que eres nuestro Abogado ante el Padre (1Jn 2,1), purifícanos con tu sangre de toda maldad (1Jn 1,7).
6. Tenemos presentes nuestras costumbres perversas y nuestros malos afectos, y miramos con amar¬gura nuestras maldades (Ez 36,31). Reconocemos la perversidad de nues¬tros padres y que también nosotros hemos pecado contra ti (Jer 14, 20).
7. No nos llames a juicio, pues nin¬gún mortal es inocente frente a ti (Sal 143,2). Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? (Sal 130,3).
8. Nos gusta aparentar que somos personas muy correctas, pero reco¬nocemos que en nuestro interior es¬tamos llenos de falsedad y de maldad (Mt 23,28).
9. Todos nosotros somos como su¬ciedad, y todas nuestras buenas obras como trapo de inmundicia. Caemos todos nosotros como la hoja y nuestras maldades nos arrastran como el viento (Is 64,5).
10. Pero a pesar de nuestros peca¬dos, Señor, tú eres nuestro Padre. Nosotros somos el barro y tú el alfa¬rero. Todos nosotros fuimos hechos por tus manos. No te enojes, Señor, demasiado, ni recuerdes para siempre nuestras faltas (Is 64,7s).
11. Crea en nosotros un corazón puro; renuévanos por dentro con es¬píritu firme (Sal 51,12) Devuélvenos la alegría de tu salvación (Sal 51,14). Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias (Sal 51,19).
12. Porque eres bueno y compa¬sivo, Señor, lento para enojarte, rico en bondad y leal, vuelve hacia noso¬tros tu rostro y apiádate (Sal 86,15s). Trátanos de acuerdo a tu bondad y se¬gún la abundancia de tu misericordia (Dan 3,42), pues tu ternura y tu mi¬sericordia son eternas (Sal 25,6).
13. Tú eres nuestro Padre: el hé¬roe de nuestra salud; no nos abando¬nes en el día de la prueba (Eclo 51,14).
14. Tú sabes, Señor, que el camino del hombre escapa a su poder, y que no depende del hombre que camina en¬derezar sus pasos. Corrígenos, pues, pero con prudencia; sin enojarte, para que no desaparezcamos todos (Jer 10,23s).
15. Delante de ti todo el mundo es como un granito en la balanza y como una gota de rocío que por la mañana baja sobre la tierra. Pero tú tienes compasión de todos porque todo lo puedes, y disimulas nuestros pecados para que hagamos penitencia. Amas todo cuanto tiene ser y no aborreces nada de lo que has hecho. Tú tienes misericordia de todos, porque tuyas son todas las cosas, Señor, que amas la vida (Sab 11,22-26).
16. En todas las cosas está tu es¬píritu inmortal. Por eso a los que se dejan caer, tú los castigas poco a poco y los reprendes de manera que descubran en qué pecaron, para que se arrepientan de su maldad y crean, Señor, en ti (Sab 12,1s).
17. Haz, pues, que volvamos a ti, Señor, y volveremos (Lam 5,21), como la esposa infiel de Oseas (Os 2, 10), como el hijo desagradecido de aquel padre bueno (Lc 15,17) o como Pedro después de negarte (Mt 26,75). Tú eres capaz de convertir un gusano (Is 41,14) en águila (Is 40,31) o de lo¬grar que una prostituta acabe siendo una amorosa y fiel esposa (Os 2,22).
18. Sabemos, Jesús, que tú no has venido para condenar al mundo, sino para salvarlo (Jn 12,47); no vienes para llamar a los buenos, sino para invitar a los pecadores a conversión (Lc 5,32). Das tu vida como rescate por todos nosotros (Mc 10,44) para que podamos llegar a tener vida en abun¬dancia (Jn 10,10).
19. Creemos que en el cielo hay más alegría por un solo pecador que vuelve al Padre que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse (Lc 15,7).
20. Tu corazón, Papá, hace una gran fiesta y se alegra inmensamente cuando recuperas a un hijo muerto, que vuelve a la vida (Lc 15,32). ¡Bendito seas, Abbá, por ser así de bueno! (Lc 10,21).
27.- Humildad radical
1. Señor Dios, ante ti y tus cosas, somos pequeños, frágiles, torpes, sucios…: ¡Ingratos e infieles! Y, ade¬más, engreídos y orgullosos...
2. Pero, siendo así como somos, tú nos comprendes, nos llamas, nos quieres, nos limpias, nos haces cre¬cer, nos fortaleces y nos embelleces (Ez 16,9-14); nos adoptas como hijos legítimos, a semejanza del Hijo, y nos haces tus herederos (Rm 8,15-17), constructores de tu Reino.
3. Ayúdanos a aceptar estas dos realidades tan terriblemente dispa¬res, sin negar ni la una ni la otra. Como María, quiero reconocer mi pe¬queñez, pero sin dejar de aceptar, agradecido, las maravillas que reali¬zas en mí (Lc 1,49).
4. Ciertamente soy pobre, ciego y desnudo (Ap 3,17). Reconozco mi mi¬seria, la siento y me humillo delante de ti, Señor, sabiendo que sólo tú me puedes levantar (Sant 4,9s).
5. Me reconozco pecador perdo¬nado, como Pedro en la barca (Lc 5,8), como el capitán romano (Lc 7,6s), como el publicano en el templo (Lc 18,13)...
6. Siento que mi carne no se con¬forma a tu querer, Señor (Rm 8,7). Para que no me ponga orgulloso, su aguijón me abofetea de continuo (2Cor 12,7). Pero sé que me basta tu gracia (2Cor 12,9).
7. Llevo tu tesoro en vasija de ba¬rro, para que todos reconozcan tu fuerza soberana, y no parezca cosa mía (2Cor 4,7). Enséñame, pues, a ale¬grarme cuando me tocan enfermeda¬des, persecuciones y angustias, pues cuando me siento débil, entonces es cuando puedo ser fuerte en ti (2Cor 12,10).
8. Quisiera no alabarme sino de mis debilidades (2Cor 12,5). Tu fuerza se pone de manifiesto en lo que es débil (2Cor 12,9). Por eso sólo debería pre¬sumir de lo que descubre mi debilidad (2Cor 11,30). Pues tú sabes compade¬certe de nuestras debilidades (Heb 4,15). Más aún, has tomado sobre ti nuestras propias debilidades (Mt 8,17) para comprendernos, así, mejor y podernos ayudar más de cerca (Heb 2,18).
9. Ante ti no sirven para nada mi sabiduría ni mis prudencias (Mt 11,25). Los “necios” según el mundo me su¬peran en valor a tus ojos. Tú eliges a la gente común y despreciada, a lo que es nada, para rebajar a lo que es (1Cor 1,28s). Por eso, si desprecio, aunque sea en lo íntimo del corazón, a uno solo de mis hermanos, no estoy en tu gracia (Lc 18,14).
10. No soy capaz de confesarte como Señor, si no es guiado por el Espíritu Santo (1Cor 12,3). No puedo ni siquiera acercarme a ti, si es que no me arrastra el Padre (Jn 6,44).
11. Ni lo que planto, ni lo que riego sirve para nada, si tú no obras el crecimiento (1Cor 3,7). Tú eres el que elige y el que hace crecer. El camino, y la vida para caminar (Jn 14,6).
12. Reconozco y acepto, pues, con sinceridad de corazón, que todo lo bueno que tengo lo he recibido de ti, sin mérito alguno por mi parte (1Cor 4,7). No tengo derecho a vanaglo¬riarme de mis buenas obras, pues no soy yo el que sostiene la raíz, sino la raíz es la que me sostiene a mí (Rm 11,18). ¡Tu Reino no depende de los méritos de nadie! (Rm 9,12).
13. La salvación no proviene de mí. Tú la concedes como un regalo y no como premio de las buenas obras. No puedo, por consiguiente, alabarme en nada. Lo que soy es obra tuya, Señor, que me has creado en Jesús para que haga buenas obras (Ef 2,8-10).
14. Haga lo que haga, aunque sea el apostolado más eficaz, siempre he de afirmar: ‘Sólo soy un servidor, que no hacía falta; sólo hice lo que debía hacer’ (Lc 17,10).
15. Sólo por tu gracia, Señor, soy lo que soy (1Cor 15,10). Por eso mi or¬gullosa vanidad es tan absurda.
16. Sólo de ti podemos estar orgu¬llosos (1Cor 1,31). Sólo en ti podemos gloriarnos (2Cor 10,17). Sólo en tu nombre podemos echar las redes con esperanza (Lc 5,5).
17. Enséñame, Jesús, a cargar tu yugo, de forma que aprenda a ser, como tú, sencillo y humilde de cora¬zón (Mt 11,29). Ayúdame a vivir esa actitud fundamental de tus seguidores que son las bienaventuranzas (Mt 5,3). Concédeme un corazón con los mismos sentimientos que los tuyos (Flp 2,5).
18. Introdúceme en la caravana de los “anawin”, que confían sólo en ti, sin apoyarse nunca en sí mismos ni en nada creado (Sof 3,12). Concédeme la capacidad de recepción que tienen los niños, consciente de que quien no re¬cibe el Reino de Dios como un niño, no puede entrar en él (Mc 10,15).
19. Y aléjame de la levadura de los fariseos (Mt 16,6), que se creen artí¬fices de su propia salvación. Nadie puede construir por sí mismo su santidad personal (Lc 18, 9).
28.- Que actúe tu fuerza desde mi debilidad
1. Es necesario que tú crezcas, Señor, y que yo disminuya (Jn 3,30).
2. Pues nosotros somos la arcilla y tú el alfarero (Is 64,7). Como el barro en la mano del artesano, así soy yo en tus manos, Señor (Jer 18,6). Tú deci¬des lo que quieres hacer de mí (Sab 15,7), pues eres el dueño de mi arcilla (Rm 9,20s).
3. No he sido yo el que te he elegido a ti, sino que eres tú, mi Señor, el que me has llamado (Jn 15,16). La ini¬ciativa ha partido de ti (Rm 5,8).
4. Yo solo no puedo ir a ti; debo de¬jarme atraer por ti (Jn 6,44). Mi mi¬sión no es conquistarte, sino dejarme seducir por ti (Os 2,16).
5. No soy sino un siervo inútil y sin provecho (Lc 17,10). ¡Un profeta torpe que se empeña en seguir sus propias luces! (Ez 13,3). ¡Torpe y ciego! (Mt 23,17).
6. Soy tan necio que muchas veces te abandono a ti, que eres manantial de aguas vivas, y me mato cavando algibes secos y agrietados, que no retendrán jamás el agua (Jer 2,13).
7. Te doy la espalda, en vez de mostrarte la cara (Jer 2,27); y me tapo con frecuencia los oídos para no escucharte (Zac 7,11).
8. Por mucho que miro, no veo; por más que oigo, no entiendo, ni me convierto (Mc 4,12). ¡Soy torpe y lento de corazón para creer! (Lc 24,25). No entiendo bien las Escrituras, ni lo que es tu poder (Mc 12,24).
9. Presumo de que te busco; pero en realidad eres tú el que tienes la cabeza llena del rocío de la noche (Cant 5,2), de tanto como llevas lla¬mando a mi puerta (Ap 3,20).
10. Inútilmente me excuso en que debo limpiar primero mi casa para poderte recibir dignamente. Pero lo único que tengo que hacer es abrirte por fin la puerta de mi pieza cocham¬brosa, tal como está, para que tu presencia la purifique (Sal 51,9).
11. Mi esfuerzo no debe centrarse en tensar mi voluntad, sino en dejar que actúe tu fuerza desde mi propia debilidad (2Cor 12,9). Eres tú el que produce en mí tanto el querer como el actuar (Flp 2,13).
12. La fuente de toda fuerza inte¬rior está en ti y no en mí (2Cor 4,7). Todas mis capacidades provienen de ti (2Cor 3,5). De nada sirve mi loco acti¬vismo; sólo doy fruto si, podado por ti (Jn 15,1), dejo actuar en mí tu fuerza maravillosa (Ef 1,19).
13. Lo grandioso no es que yo te ame con todo el corazón y con todas mis fuerzas (Dt 6,5), sino que tú me has amado primero (1Jn 4,10) hasta el extremo (Jn 13,1).
14. Todo lo bueno viene de ti (Heb 2,10). La Nueva Alianza es sólo obra tuya y no fruto de ninguna ley es¬crita, ni de ningún tipo de esfuerzo humano (2Cor 3,6).
15. Mi esperanza estriba en que el Espíritu Santo viene a socorrer mi debilidad intercediendo por mí (Rm 8,26) y Jesús está a tu derecha, Padre, rogando también por mí (Rm 8,34). ¡Por eso tu fuego arde ya den¬tro de mis huesos de forma que no lo puedo más apagar! (Jer 20,9).
16. No me apoyo en lo que yo te pueda querer, sino en el amor que tú, Padre, me tienes en Cristo Jesús (Rm 8,39). Es maravilloso que pueda bus¬carte, llamarte y amarte precisa¬mente porque tú me buscas, me lla¬mas y me amas (1Jn 4,10).
17. Espero en ti que llegue el mo¬mento en que pueda decir con verdad que ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20).
18. Pasaremos de la miseria al es¬plendor (1Cor 15,43). Tú mismo nos has creado para este destino, y como garantía nos has dado tu Espíritu (2Cor 5,5).
19. A ti, Señor, que, desplegando tu poder sobre nosotros, eres capaz de realizar todas las cosas incompa¬rablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos, a ti la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las gene¬raciones y todos los tiempos. Amén (Ef 3,20s).
29.- Débiles, pero fuertes
1. Con frecuencia desconocemos tu fuerza salvadora, Señor, y preten¬demos hacer valer sólo la nuestra (Rm 10,3). No tenemos ni idea de lo que puede realizar tu poder (Mt 22,29), y por eso apagamos con frecuencia la energía de tu Espíritu (1Tes 5,19).
2. Aun después de que hemos ex¬perimentado tu conocimiento amo¬roso, volvemos a dejarnos esclavizar de nuevo por realidades terrenas sin valor (Gál 4,9). Es que somos personas débiles, y no alcanzamos a compren¬der con claridad tu justicia (Sab 9,5).
3. Nuestro brazo no tiene fuerza como el tuyo (Job 40,9). Sólo tú lo puedes todo y eres capaz de realizar todos tus proyectos (Job 42,2).
4. Somos de carne y hueso, ven¬didos como esclavos al pecado. No re¬alizamos las buenas obras que de¬seamos, pero hacemos, en cambio, las que detestamos (Rm 7,14s). En los bajos instintos no habita lo bueno; el querer lo mejor lo tenemos a mano, pero el realizarlo no (Rm 7,18).
5. Nadie puede ni siquiera excla¬mar: "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del Espíritu Santo (1Cor 12,3). Por eso nuestra salvación es pura generosidad tuya (Ef 2,5). Sólo tú nos das la fuerza necesaria (1Pe 4,11).
6. Pero aunque seguimos siendo personas frágiles (2Cor 10,3), cree¬mos, Jesús, que nuestra antigua con¬dición pecadora fue clavada contigo en la cruz, para que no seamos más es¬clavos del pecado (Rm 6,6). Si tú vives en nosotros, aunque el cuerpo siga sufriendo los mortíferos efectos del pecado, nuestro espíritu vive a causa de tu fuerza salvadora (Rm 8,10).
7. ¡Tu sangre purifica nuestra con¬ciencia de las obras de muerte para que podamos entregarnos al servicio del Dios vivo! (Heb 9,14). Por eso nos acercamos confiadamente a ti (Heb 4,16), que actúas poderosamente en nosotros (Col 1,28).
8. Nuestra capacidad proviene sólo de ti. Eres tú el que nos haces aptos para el servicio de una alianza nueva, basada no en la ley, sino en la fuerza de tu Espíritu (2Cor 3,5s). Sin em¬bargo, se trata de un tesoro que guardamos en vasos de barro, a fin de que nadie ponga en duda que la fuente de este poder extraordinario está en ti y no en nosotros (2Cor 4,7).
9. Por ello deberíamos presumir de lo que pone de manifiesto nuestra debilidad (2Cor 11,30), pues tu fuerza se realiza en lo que es débil. Cuando nos sentimos impotentes, es cuando más fuertes somos (2Cor 12,9s).
10. Tú mismo dejaste patente tu fragilidad humana muriendo en la cruz; pero ahora vives por la fuerza de Dios. Igualmente, nosotros, que compartimos tu fragilidad humana, compartiremos también tu poderosa vitalidad divina (2Cor 13,4).
11. Tú nos sostienes con tu fuerza y te fías de nosotros hasta el punto de ponernos a tu servicio (1Tim 1,12). Tu gracia llena de fortaleza nuestros co¬razones (Heb 13,9) y nos hace salir victoriosos de toda clase de pruebas (Rm 8,37).
12. Creemos, como nuestro padre Abrahán, que tienes poder, Señor, para cumplir todo lo que prometes (Rm 4,21). Tú, que eres digno de con¬fianza, nos fortaleces continuamente (2Tes 3,3).
13. Por eso nos sobrevienen prue¬bas de toda clase, pero no nos desa¬nimamos; estamos entre problemas, pero no desesperados; somos perse¬guidos, pero no eliminados; derriba¬dos, pero no fuera de combate. Por todas partes llevamos en nuestra persona tu muerte, para que también tu vida se manifieste en nosotros (2Cor 4,8-10).
14. Nos imaginan tristes, y esta¬mos llenos de alegría; parecemos po¬bres, y enriquecemos a muchos; da¬mos la impresión de no tener nada, y lo tenemos todo (2Cor 6,10).
15. Esperamos que tú mismo, Je¬sús, después de estos breves pade¬cimientos, nos fortalecerás y nos colocarás sobre una base inconmovi¬ble (1Pe 5,10). Y el Padre Dios, que con su poder te resucitó, nos resucitará también a nosotros (1Cor 6,14).
30.- Dios, Jeremías y su pueblo
La paciencia misericordiosa de Dios (D),
la fidelidad de su profeta (J)
y la tozudez orgullosa de su pueblo (P)
(Diálogo para escenificar)
D - Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía, antes de que tú nacieras, yo te consagré y te des¬tiné a ser profeta de las naciones (Jer 1,5).
J - Ay, Señor Yavé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho! (1,6).
D - No me digas que eres un mucha¬cho. Irás dondequiera que te envíe. Y proclamarás todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte.
(Dios toca con la mano la boca de Jeremías)
Pongo mis palabras en tu boca. En este día te encargo los pueblos y las naciones: Arrancarás y derribarás, edificarás y plantarás (1,9s).
J - Gente de Israel, con todas sus familias, escuchen lo que dice Yavé: (2,4)
D - Doble falta ha cometido mi pue¬blo: Me han abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado aljibes, aljibes agrietados que no retendrán el agua (2,13).
¿Acaso no te sucedieron todos estos males porque has abandonado a Yavé, tu Dios, que te indicaba el camino? (2,17) Tus mismas faltas te castigan y te condenan tus infidelidades. Reco¬noce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé tu Dios (2,19).
P - Yo no quiero servirte (2,20). No estoy manchada, y no he ido tras otros dioses (2,23).
D - Mira en el valle las huellas de tus pasos, y reconoce lo que has he¬cho, camella fácil, que va coquete¬ando por los caminos (2,23).
P -¡No, déjame! A mí me gus¬tan los extranjeros y tras ellos quiero ir (2,25).
D - Ustedes me dan la espalda en vez de mostrarme la cara (2,27). ¿Por qué quieren meterme pleito, cuando todos ustedes me han traicio¬nado? (2,29).
P - Nosotros nos apartamos de ti. No queremos verte más (2,31).
D - ¿Puede una joven olvidarse de sus adornos o una novia de su cintu¬rón? Y, sin embargo, mi pueblo me ha olvidado, hace ya mucho tiempo (2,32). Mira tus manos manchadas con sangre, no de bandidos sorprendidos en el crimen, sino de inocentes (2,34).
P - Soy inocente ¿Por qué no se aparta de mí la ira de Yavé? (2,35).
D - Vuelve, Israel infiel. No me enojaré con ustedes, porque soy bueno. No les guardaré rencor. Únicamente reconoce que eres culpa¬ble, que has traicionado a Yavé, tu Dios; has vendido tu amor a los ex¬tranjeros y no has escuchado mi voz (3,12s). Vuelvan hijos rebeldes, que los voy a sanar de su rebelión (3,22).
P - ¡Ah, Señor Yavé, mira cómo nos has engañado, cuando afir¬mabas: ustedes vivirán en paz; pero ahora estamos con la es¬pada al cuello (4,10).
D - Todo esto te mereces por tu mala conducta y por tus fechorías. Que se te parta el corazón de pena porque te rebelaste contra mí (4,18).
P - ¡Ay que me duele el cora¬zón! Me palpita fuertemente, pues no puedo callarme al sentir el estruendo de la guerra (4,19). ¡Hasta cuando tendré que ver es¬tandartes guerreros, y soportar el ruido del clarín? (4,21).
D - Esto te pasa porque eres un pueblo estúpido, que no me conoce. Ustedes son hijos tontos y sin inteli¬gencia, que saben hacer el mal, pero no el bien (4,22).
P - ¡Dios no existe! Nada malo nos sucederá. Los profetas son sólo viento. Dios no les habla. Que sus amenazas se vuelvan contra ellos… (5,12).
D - Oye, pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes. ¿Cómo no me respetan a mí? (5,21) ¡Este pueblo, cuyo corazón es traidor y rebelde, me ha vuelto la es¬palda y se marcha lejos! (5,23).
J - Algo espantoso y horrible está pasando en este país: Los profetas anuncian mentiras, los sacerdotes buscan el dinero, y todo esto le gusta a mi pueblo. ¿Qué harán ustedes cuando llegue el fin? (5,30s). Tienen oídos de paganos y no pueden enten¬der. La Palabra de Yavé les causa risa y no les gusta (6,10). Deberían aver¬gonzarse de sus abominables accio¬nes, pero han perdido la vergüenza y ni siquiera se ponen colorados (6,15). Sigan por el camino del bien y encon¬trarán la tranquilidad (6,16).
P - No queremos ir por ahí. No queremos entender (6,16s).
D - ¿Acaso el que cae no puede le¬vantarse, y el que se pierde de ca¬mino, no puede volver atrás? Pues, ¿por qué este pueblo sigue en su re¬beldía, sin querer ceder? Se aferran fuertemente a la mentira y se niegan a convertirse (8,4). Hasta la cigüeña, en el cielo, conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla sa¬ben la época de sus migraciones. ¡Pero mi pueblo no comprende el man¬dato de su Señor! (8,7).
P - ¡Nosotros somos sabios y tenemos la Ley del Señor! (8,8).
J - El dolor se apodera de mí y el corazón me está fallando (8,18). ¿Quién pudiera cambiar mi cabeza en una vertiente y que de mis ojos bro¬tara un arroyo de lágrimas, para así llorar día y noche? (8,23). ¿Quién me diera, en el desierto, una posada de viajeros, para poder dejar a mi pue¬blo, e irme lejos de ellos? Porque son todos unos adúlteros, una pandilla de ladrones. Estiran su lengua como un arco; es mentira, y no la verdad la que prevalece en el país. Van de cri¬men en crimen, ¡y a Yavé no lo cono¬cen! (9,1s).
D - Que no se alabe el sabio por su sabiduría, ni el valiente por su valen¬tía, ni el rico por su riqueza. Quien quiera alabarse, que busque su ala¬banza en esto: en tener inteligencia y conocerme (9,22s).
J - No hay como tú, Yavé. Tú eres grande y grande es tu nombre pode¬roso (10,6). Pero todos ellos son bes¬tias y estúpidos, pues sus ídolos de¬muestran su necedad (10,8). Es que los pastores han sido estúpidos, pues no han buscado a Yavé; por esto les fue tan mal y todo su rebaño fue disper¬sado (10,21).
Pero tú sabes, Yavé, que el camino del hombre escapa a su poder, y que no depende del mortal que camina en¬derezar su camino. Corrígenos, pues, pero con prudencia, sin enojarte, para que no desaparezcamos todos (10,23s).
P - Deja de hacerte el profeta de Yavé, y te perdonaremos la vida (11,21).
J - Yavé, tú tienes siempre la razón y, sin embargo, hay un punto que quiero discutir: ¿Por qué prosperan los malvados y viven en paz los trai¬dores? (12,1). ¿Hasta cuándo estará de luto este país? 12,4a)
P - Dios no ve nuestras andan¬zas… (12,4b).
D - De la misma manera que un hombre se ciñe un cinturón a la cin¬tura, así quise tener junto a mí a la gente de Judá para que fueran mi pueblo, mi honra, mi gloria y mi adorno, pero ellos no han escuchado (13,11).
J - ¡Oigan, pongan atención; no sean tan creídos…! Reconozcan a Yavé, su Dios, antes que llegue la noche y sus pies tropiecen en las obscuras mon¬tañas. Pero si ustedes no hacen caso a este aviso, lloraré en silencio, y mis ojos verterán lágrimas cuando el rebaño de Yavé sea llevado cautivo (13,15-17).
P - ¿Pero por qué es que me suceden todas estas desgracias? (13,22).
D - Ese es el salario de tu rebelión, porque a mí me echaste al olvido, cuando te entregaste a la Mentira (13,25). Desgraciada Jerusalén, ¿has¬ta cuándo, todavía, estarás impura? (13,27).
J - ¡Oh Yavé, esperanza nuestra, que nos salvas en tiempo de angustia, ¿por qué te portas como extranjero en este país, o como huésped de una sola noche? (14,8). De mis ojos están brotando lágrimas, día y noche, sin parar, porque un gran mal aqueja a la hija de mi pueblo, una herida muy grave. Si salgo al campo, veo perso¬nas atravesadas por la espada; si me vuelvo a la ciudad, encuentro a la gente torturada por el hambre. La ra¬zón de esto es que los mismos profe¬tas y sacerdotes no han entendido lo que pasa en su país (14,17s).
D - Pueblo mío, tú me has dejado; me has vuelto la espalda. Por eso ahora extiendo mi mano para destruirte, pues ya me cansé de ti (15,6). ¡No has querido dejar el mal camino! (15,7).
J - ¡Ay de mí, madre mía, ¿por qué me diste a luz? Soy un hombre que trae líos y contiendas a todo el país. Todos me maldicen. Di, Yavé, si no te he servido bien: ¿no intercedí ante ti por mis enemigos, en el día de la des¬gracia y de la angustia? Tú lo sabes (15,10s). Piensa que por tu causa so¬porto tantas humillaciones (15,15). ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida? ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de re¬pente sin agua? (15,18).
D - Si vuelves a mí, yo te haré vol¬ver a mi servicio. Separa el oro de la escoria, y serás como mi propia boca. Tú serás para ese pueblo fortaleza y muro de bronce y, si te declaran la guerra, no te vencerán. Pues yo es¬toy contigo para librarte y salvarte (15,19s).
P - ¿Por qué nos amenaza Yavé con estas enormes desgra¬cias? ¿Qué crimen o qué pecado hemos cometido contra Yavé nuestro Dios? (16,10).
D - Porque los padres de ustedes me abandonaron y se fueron con otros dioses. Y ustedes han actuado peor que sus padres, pues cada uno de us¬tedes hace lo que le aconseja su cora¬zón duro y perverso, y no lo que yo le he dicho (16,11s). Profanaron mi tie¬rra con los cadáveres de sus ídolos y llenaron mi propiedad con sus abomi¬naciones (16,18).
J - ¡Devuélveme la salud, Yavé, y quedaré sano! ¡Sálvame y estaré a salvo! Pues mi esperanza eres tú (17,14). Mira cómo me dicen:
P - ¿Dónde están las amenazas de Yavé? ¡Que las cumpla, pues! (17,15).
J - No seas para mí una cosa que me da susto, tú que me proteges cuando ocurre una catástrofe (17,17).
D - Como el alfarero vuelve a hacer el cántaro que le salió mal, transfor¬mándolo en otro cántaro a su gusto, así puedo hacer yo lo mismo contigo, pueblo de Israel (18,4). Arrepiéntanse cada uno de su mal proceder, y mejo¬ren su conducta y sus obras (18,11).
P - ¡Basta! Nosotros haremos según nos parezca y cada uno seguirá sus propias ideas, por malas que sean (18,12).
D - ¡Mi pueblo me ha olvidado y quema incienso a cosas que no valen nada! (18,15).
P - Vengan, tramemos un aten¬tado contra Jeremías, porque no por eso van a faltar sacerdotes que nos digan la Ley, ni sabios que nos aconsejen a nuestro gusto. Vamos a herirlo en la len¬gua, y no hagamos más caso de lo que dice (18,18).
J - Tú, Señor, conoces en detalle sus planes asesinos contra mí… (18,23).
D - Sí, han llenado este lugar de sangre inocente… (19,4).
P - El sacerdote comisario del templo manda apalear a Jere¬mías, y meterlo en un cepo… (20, 2).
J - Tú fuiste el que me sedujiste, Yavé, y yo me dejé seducir por ti. Me hiciste violencia y fuiste el más fuerte. Y ahora soy motivo de risas; toda la gente se burla de mí. La Palabra de Yavé sólo me acarrea cada día insultos. Por eso decidí no recordar más a Yavé, ni hablar más de parte de él. Pero sentí en mí algo así como un fuego ardiente, apri¬sionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía (20,7-9).
D - Hagan justicia correctamente, cada día; libren al oprimido de las manos de su opresor. De lo contrario mi cólera va a estallar como un in¬cendio y no va a haber nadie para apagarlo (21,12).
P - No tengo ganas de oír nada de eso. No quiero obedecer (22, 21a).
D - Te has acostumbrado desde tu juventud a no querer escuchar mi voz (22,21b).
J - Se me parte el corazón en mi pecho y tiemblo de pies a cabeza; quedo como un borracho al ver a Yavé y oír sus santas palabras (23,9). Hace ya veintitrés años que me conversa Yavé y que, sin descanso, les hablo a ustedes, pero sin que ustedes escu¬chen (25,3).
P - Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre de Yavé que este templo y esta ciudad serán destruidos? (26,9). Este hombre merece la muerte, por haber profetizado contra esta ciudad (26,11).
J - Es Yavé el que me ha enviado a decirles todas las palabras que uste¬des han escuchado (26,12). En cuanto a mí, estoy en las manos de ustedes; hagan conmigo lo que les parezca bueno y justo. Pero sepan que yo soy inocente, y si me matan, cargarán con un crimen más (26,14s).
D - Yo les quiero dar paz y no des¬gracia, y un porvenir lleno de espe¬ranza. Cuando me supliquen arrepen¬tidos, yo los escucharé; y cuando me busquen, me encontrarán… (29,11). Yo estoy contigo para salvarte; pero te corregiré como es debido, ya que no te dejaré sin castigo (30,11). Con amor eterno te he amado; por eso prolongaré mi favor contigo. Volveré a edificarte y de nuevo lucirás tu be¬lleza (31,3-5).
P - Me has corregido y he es¬carmentado, como novillo no do¬mado; ayúdame a volver y vol¬veré, ya que tú eres Yavé, mi Dios. Ahora me arrepiento de ha¬berme desviado; me doy cuenta y me golpeo el pecho. Estoy avergonzado y confundido, pues pesa sobre mí el oprobio de mi juventud (31,18s).
D - ¿No es Efraín para mí un hijo predilecto, o un niño mimado, para que después de cada amenaza deba siempre pensar en él, y por él se conmuevan mis entrañas y se des¬borde mi ternura? (31,20). Pondré mi ley en tu pecho, la escribiré en tu co¬razón; yo seré tu Dios y ustedes se¬rán mi pueblo. Me conocerán todos, del más grande al más pequeño (31,33s).
J - Ah, Señor Yavé, tú has hecho los cielos y la tierra, con tu inmenso poder y con la fuerza de tu brazo. ¡Para ti nada es imposible! (32,17).
D - Yo les daré a ustedes un corazón entero y una conducta íntegra, para que me respeten toda la vida, para su bien y el de sus hijos (32,39). Gozaré haciéndoles el bien. Los plantaré de verdad en esta tierra, con todo el afecto de mi corazón (32,41). Los purificaré de todos esos crímenes con que me ofendieron, rebelándose con¬tra mí (33,8).
P - Demos gracias a Yavé por¬que es bueno, porque es eterna su misericordia (33,11).
D - Se acerca ya el momento en que cumpliré la promesa de que haré na¬cer un nuevo brote de David, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra (33,14s).
P - ¡Verdaderamente Yavé es nuestra justicia! (33,16).
VI
POBRES
31.- Vocación de los pequeños
1. Dios ha elegido a la gente común y despreciada; ha elegido lo que es nada para rebajar a lo que es; y así nadie ya se podrá alabar a sí mismo delante de Dios (1Cor 1,28s).
2. Sabemos, Señor, que resistes a los orgullosos (Sant 4,6) y aborreces lo que la gente tienen por grande (Lc 16,15).
3. Te ocultas a los sabios y pruden¬tes, y te muestras a los que no saben expresarse (Lc 10,21). Los pobres se¬gún este mundo son los elegidos por ti para hacerlos ricos en la fe (Sant 2,5).
4. Eres el Dios de los humildes, de¬fensor de los pequeños, apoyo de los débiles, protector de los abandona¬dos, salvador de los desamparados (Jdt 9,11). Levantas del polvo al opri¬mido y alzas de la basura al pobre (Sal 113,7). Eres padre de huérfanos y protector de viudas (Sal 68,6).
5. Estamos en la situación de nues¬tro padre Abrahán: envejecidos, es¬tériles y sin tierra. Pero creemos en tu promesa: esperamos ser tu pueblo, viviendo fraternalmente en tierra propia (Gn 15).
6. Somos como Moisés, prófugos, atemorizados, incapaces de expre¬sarnos bien. Sólo tú puedes quitarnos el miedo para poder ayudar a liberar a este pueblo que sufre tan dura opresión (Ex 3,10ss).
7. Como Gedeón, somos de humildes familias, las últimas de nuestras zo¬nas, pero tú nos envías a salvar a nuestro pueblo de la miseria en que vive (Jue 6,14s).
8. O como Jefté, nos desprecian por ser mal nacidos (Jue 11,1s), pero en tu nombre somos capaces de con¬seguir la victoria (Jue 11,32).
9. A Samuel, cuando aun era un niño, empleadito del Sumo Sacerdote, le encargas que le eche en cara su pe¬cado a su jefe (1 Sam 3).
10. Tú llamas a jóvenes inexper¬tos, que no saben hablar, como Jere¬mías, con la terrible misión de arran¬car y derribar, plantar y edificar (Jer 1,5s).
11. Llamas a hombres de labios im¬puros, como Isaías, a quienes limpias sus pecados tocando sus labios con carbones encendidos (Is 6,5s).
12. Tú sabes llamar, Señor, al pe¬queño pastor David, olvidado hasta por su padre (1Sam 16,11); lo fuiste a buscar al campo y lo sacaste de detrás de las ovejas para hacerlo jefe de tu pueblo (2Sam 7,8).
13. Al campesino Amós lo llamaste mientras iba arreando sus vaquitas (Am 7,15). Y a Eliseo mientras araba su parcela (1Re 19,19).
14. Al pobre Miqueas, campesino sin tierra, le das fuerza, justicia y ánimo para denunciar a los jefes y a los sacerdotes de su pueblo (Miq 3,8).
15. Eliges al enamorado Oseas, en¬gañado por su esposa, para ser tes¬tigo vivencial de tu amor hacia tu pueblo adúltero (Os 1,2).
16. Diste una misión difícil a Jo¬nás, el profeta tímido y timorato, que sólo sabía alegrarse o enojarse por tonteras, pero no entendía tu miseri¬cordia para con los pecadores (Jon 4,6-10).
17. Rut, el símbolo de los despre¬ciados, por ser mujer, extranjera, viuda y sin hijos, es elegida por ti para ser abuela de David y, por con¬siguiente, del Mesías (Rut 4,17s).
18. Job te conoce en el más hondo abismo de la desgracia humana (Job 42,5) y desde su rebeldía llega a la cumbre de la fe (Job 19,25-27; 42,5).
19. Lo mismo que el pueblo deste¬rrado en Babilonia, en medio de su dolor, vuelve de nuevo a encontrarse contigo (Is 40-55).
20. Al acercarse el nacimiento del Mesías, pones en medio de Israel un pueblo pobre y humilde, que busca su refugio sólo en ti, su Señor (Sof 3,12). Son los “pobres de Yavé”, el resto de Israel, de los que nacen Isabel, Zacarías, Joaquín, Ana, Simeón, José, María y, por fin, Jesús, tu Hijo, que, siendo rico, se hizo pobre entre los pobres (2Cor 8,9).
21. ¡En verdad, Señor, que tú haces fallar la sabiduría de los sabios y echas abajo las razones de los enten¬didos! (1Cor 1,19).
22. Al sumo sacerdote Helí le haces entender tu voluntad a través de su criadito Samuel (1Sam 3,18). Humillas la altanería de la reina Jezabel a tra¬vés de la honradez a toda prueba del campesino Nabot (1Re 21). Al gigante Goliat lo destrozas a manos del pas¬torcito David (1Sam 17,32ss).
23. Demuestras tu fidelidad al pue¬blo derrotando al altanero general Holofernes a través de una piadosa viuda (Jdt 13). Los tres jóvenes inde¬fensos del horno pueden más que el poderoso rey Nabucodonosor (Dan 3,46ss). Y los siete hermanos del tiempo de los Macabeos son más fuer¬tes que el orgulloso Antíoco y sus verdugos (2 Mac 7). Hasta una paciente burra puede ser tu elegida para hacer ver tu voluntad a profetas duros de mollera como Balaán (Núm 22,22ss).
24. Sabemos que ésta es una cons¬tante bíblica, Señor. Tú no elegiste a tu pueblo por ser numeroso (Dt 7,7), ni porque fuera bueno o tuviera méri¬tos (Dt 9,5), sino sencillamente por¬que sabes querer a los pequeños (Dt 7,8).
25. Por eso no es de extrañarse cuando en la plenitud de los tiempos (Gál 4,4) el Mesías anunciado nace en un establo y es acostado en una pese¬brera (Lc 2,7); pasa la mayoría de sus años compartiendo la vida de un pue¬blito perdido de mala fama (Jn 1,46); es un hombre sin estudios especiales, artesano de oficio (Mt 13,54s); y, cuando se lanza a predicar, no tiene ni dónde reclinar la cabeza (Lc 9,58).
26. Dejó a un lado todo lo que era suyo y se hizo pequeño (Flp 2,6). Quiso ser en todo semejante a sus hermanos (Heb 2,17): por eso se hizo pobre (2 Cor 8,9), tomó sobre sí nuestras pena¬lidades y cargó con nuestras enfer¬medades (Mt 8,17). En todo se sometió a las mismas pruebas que nosotros (Heb 4,15).
27. Este estilo de vida no podía aceptarlo la “gente bien”. Por ello despreciaron profundamente a Jesús. Lo llamaron comilón y borracho, amigo de la gentuza y de los pecado¬res (Mt 11,19); lo tratan como pertur¬bado mental (Mc 3,31), como delin¬cuente (Lc 22,37), mentiroso (Mt 27,63,), embaucador del pueblo (Jn 7,47), blasfemo (Jn 10,33) y diabó¬lico (Lc 11,15).
28. En contra de la actitud oficial de su tiempo, Jesús se dedica a curar ciegos, rengos, sordos y leprosos como distintivo especial de su misión (Mt 11,4s). A los pobres, considerados como malditos, Jesús los llama biena¬venturados (Lc 6,20). Los más despre¬ciados de la época, los pastores, son los primeros en recibir la alegría de su nacimiento (Lc 2,12). Y afirma que de los niños, tan despreciados enton¬ces, es el Reino de los Cielos (Mc 10,14).
29. Jesús renuncia a ocuparse de aquellos cuyas cosas van bien y se une a los que lo han perdido todo (Lc 15,4-7). Son los enfermos, y no los sanos, los pecadores y no los justos, los que lo necesitan (Mc 2,17). A él le gusta que se le acerquen los que se sienten cargados y agobiados (Mt 11,28).
30. Jesús actúa así porque sabe cómo eres, Señor y Dios nuestro: desbordante con los débiles e indefen¬sos, con los desesperados y los que tienen el corazón roto. Eres Padre de bondad y de ternura, pronto al per¬dón, rico en misericordia, (Ef 2,4) que provocas a todos tus hijos a la fra¬ternidad destruida por nuestros peca¬dos.
31. Enséñanos a ser fieles a esta tu actitud, Señor (Lc 10,21).
32.- Comprometidos con los pobres
1. Creemos, Señor, que ves la aflicción del pueblo, conoces su su¬frimiento, escuchas su clamor y vie¬nes a librarlo de la mano de sus opre¬sores, para hacerlo subir a una tierra buena y espaciosa, de leche y miel (Ex 3,7s).
2. Pero este proceso lo quieres realizar a través de nosotros: nos envías a que, siguiendo tu ejemplo y caminando contigo, adoptemos tu misma actitud ante los oprimidos del mundo (Ex 3,10).
3. Para aceptar esta tu llamada no importa la insignificancia de nuestra familia (Jue 6,15), ni nuestros com¬plejos (Ex 3,11), ni nuestras ignoran¬cias (Ex 3,13), ni nuestra incapacidad para hablar (Ex 4,10), ni los posibles fracasos (Ex 4,1). Nuestros miedos, por más fundados que sean, no difi¬cultan que tú nos llames a esta tarea de liberación: basta con tu promesa de ayuda (Gn 15,1; Gn 26,24; Dt 20,3; 31,8; Jos 1,8s; Is 41,10; 43,1; Jer 1,17s; 30,10; Ez 2,6; Dn 10,19; Lc 1,30; 5,10; 12,32; Hch 18,9; Ap 1,17).
4. Sabemos que tú no quieres que haya pobres entre los que formamos tu pueblo (Dt 15,4). Pero como, debido a nuestros pecados, los hay en can¬tidad, aceptamos tu invitación para que no endurezcamos nuestro corazón ni cerremos la mano a nuestros her¬manos más necesitados, sino que les ayudemos a solucionar sus necesi¬dades básicas (Dt 15,7s).
5. Queremos aprender de ti a hacer el bien, a buscar lo justo, a dar sus derechos al oprimido, hacer justicia al huérfano y abogar por la viuda (Is 1,17).
6. Anímanos a compartir nuestro pan con el hambriento y nuestras ropas con el desnudo. Que seamos capaces de dar todo cuanto nos sobre, y nunca tendremos que arrepentirnos por ello (Tob 4,16).
7. Enséñanos a romper nuestros pecados con obras de justicia y nues¬tras iniquidades con misericordia para con los pobres; sólo así tendre¬mos prosperidad (Dan 4,24).
8. El ayuno que tú quieres es que demos libertad a los quebrantados y arranquemos todo yugo; que partamos con el hambriento nuestro pan y reci¬bamos en casa a los pobres sin hogar; que cuando veamos a un desnudo lo cubramos, y no nos apartemos nunca de nuestros semejantes (Is 58,6s).
9. Que tu Espíritu, Señor, venga sobre nosotros y nos unja de modo que sepamos anunciar tu buena nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, anunciar a los desterrados su liberación y a los presos su vuelta a la luz (Is 61,1). Que sepamos darles a todos los afligidos una corona en vez de ceniza, el aceite de los días ale¬gres en lugar de ropa de luto, cantos de felicidad en vez de pesimismo (Is 61,3).
10. ¡Te cantamos y alabamos, Señor, porque salvas al desamparado de las manos de los malvados! (Jer 20,13). Los ídolos, en cambio, jamás arran¬can al débil de las manos del poderoso (Bar 6,35).
11. Creemos que el que oprime a los débiles te ofende a ti, su Creador; pero te honra el que tiene compasión de los que viven en la miseria (Prov 14,31). El que hace burla del pobre ofende a su Creador y el que se ríe de un desdichado no quedará sin castigo (Prov 17,5).
12. Tú, Señor, eres refugio para el despreciado y ayuda para el pobre en su miseria; sirves de protección con¬tra el temporal y de sombra para el calor (Is 25,4).
13. El aliento de los tiranos es como la lluvia helada o como la sequía en el desierto; pero tú harás callar las voces de esos orgullosos. Como se pasa el calor a la sombra de una nube, así será reprimido el canto de los tiranos (Is 25,5).
14. Gracias a nuestro compromiso, los humildes se alegrarán contigo, Señor, y los más pobres quedarán fe¬lices, pues se van a acabar los dicta¬dores, y desaparecerán los que se ríen de los pobres, los que hacen condenar a otros porque saben hablar mejor, y niegan así, por una coma, el derecho de la buena gente (Is 29,19-21).
15. Enséñanos, pues, Jesús, a ha¬cer justicia correctamente, cada día, librando a los oprimidos de las manos de sus opresores (Jer 21,12), cons¬cientes de que toda ayuda que pres¬temos a un necesitado, te la ofrece¬mos a ti mismo en persona (Mt 25,40).
33.- Vivir del propio trabajo
1. Señor, sabemos que nos has puesto como tarea en esta vida llenar la tierra y someterla (Gn 1,28).
2. Has puesto en nuestras manos todo cuanto existe sobre la tierra; y nos has revestido de una fuerza se¬mejante a la tuya (Eclo 17,2s), con conciencia, ojos, oídos y una mente para pensar (Eclo 17,6).
3. Nos has entregado las obras de tus manos para que las perfec¬cionemos (Sal 8,6s). Y para ello tu espíritu nos capacita para toda clase de trabajos (Ex 35,31) y nos ha dado manos ágiles para realizarlos (Prov 31, 13).
4. Pero cuando trabajamos como obreros, encontramos a veces “capa¬taces” que nos aplastan con tareas muy pesadas (Ex 1,11). Nos amargan la vida con duros trabajos, y nos im¬ponen cruel esclavitud (Ex 1,14).
5. ¡Hay ricos que construye su casa robándonos! ¡Se aprovechan de noso¬tros y nos hacen trabajar sin pagar¬nos un salario digno! (Jer 22,13). Así es como el dios infame del dinero se come el fruto de nuestro trabajo (Jer 3,24).
6. Muchos andamos de un sitio al otro en busca de trabajo (Tob 5,5). Pero a veces nos quedamos todo el día sin hacer nada porque nadie nos contrata (Mt 20,6s).
7. Otras veces, nuestra jornada de trabajo es demasiado larga: desde que sale el sol hasta muy entrada la tarde (Sal 104,22s). Pero, con frecuencia, aun trabajando todo el día, no nos alcanza ni para pan para nuestros hijos (Job 24,5s). Nada nos queda después de tanto esfuerzo (Ecl 2,23s). Es como si trabajáramos para el viento… (Ecl 5,15).
8. Sin embargo, tú has afirmado, Señor, que el que trabaja merece su alimento (Mt 10,10). Todo trabajador tiene derecho a su salario (1Tim 5,18).
9. Pero ves cómo hay patrones que nos explotan a los jornaleros pobres, sin pagarnos como es debido, a pesar de que dependemos de nuestro salario para poder vivir. Por eso clamamos a ti, Señor (Dt 24,14s).
10. Sabemos que conoces nuestros sufrimientos, ves la humillación que soportamos y escuchas nuestros gri¬tos de rebeldía (Ex 3,7).
11. Tú das fuerza al que está can¬sado y robusteces al débil (Is 40, 29), Ayúdanos, pues, a nosotros a sacar de nuestras espaldas esta dura escla¬vitud que nos aplasta (Ex 6,7).
12. ¡Protege nuestros derechos! (Is 49,4). Rompe nuestro yugo y líbranos de nuestros opresores… (Ez 34,27). ¡Mira cómo nadie detiene su bruta¬lidad! (Ecl 4,1). ¡Protégenos contra su codicia (Sab 10,11) y líbranos de ellos! (Sal 136,24).
13. Si los pobres sabemos buscar refugio sólo en ti, no nos portamos injustamente con nadie y no decimos ni creemos mentiras, entonces llega¬remos a alimentarnos con dignidad y podremos descansar sin que nadie nos moleste (Sof 3,12s).
14. Bendecirás todas las obras de nuestras manos, si es que sabemos ser solidarios con los necesitados de forma que nadie llegue en nuestra zona a pasar hambre (Dt 14,28s). Lo que nos sobra ha de ser del sin-tie¬rra, del huérfano y la viuda (Dt 24,19).
15. Nos esforzamos para llegar a tener una vida digna (Prov 10,16). Queremos poder gozar del fruto de nuestro esfuerzo (Prov 31,31) teniendo para nuestra familia pan, educación y trabajo (Eclo 33,25).
16. Queremos ver que nuestros trabajos prosperan (Prov 31,18), de modo que podamos mirar con con¬fianza el futuro (Prov 31,25). ¡Es tan importante tener estabilidad y hacer¬se cargo de las propias necesidades trabajando con las propias manos! (1Tes 4,11).
17. Jesús, tú que fuiste conocido como el carpintero (Mc 6,3), y afirmas que el Padre sigue siempre traba¬jando, y tú también trabajas (Jn 5, 17), ayúdanos a ser buenos trabaja¬dores como tú.
18. Líbranos de la maldición de ejecutar con negligencia los trabajos que nos encomiendas (Jer 48,10). ¡Líbranos de la ociosidad (Rm 12,11), que tanta maldad enseña! (Eclo 33,28). Sabemos que el que no quiere tra¬bajar, no tiene derecho a comer (2Tes 3,10).
19. Que no descuidemos tampoco las cosas pequeñas (Eclo 19,1). Danos horror a realizar trabajos inútiles (1Tes 3,5), que no sirvan para nada (1Cor 4,12), conscientes de que llegará el día en que vendrás trayendo con¬tigo el salario para dar a cada uno conforme a su trabajo (Ap 22,12).
20. Sabemos que si trabajamos como pueblo, de todo corazón (Neh 3,38), tú nos acompañas, Señor (Ag 2,5). Ayúdanos a saber trabajar jun¬tos (Flp 4,2), queriéndonos entre com¬pañeros (Film 1), pues unidos sacamos mucho más fruto de nuestros es¬fuerzos (Ecl 4,9).
21. Deseamos animarnos unos a otros para realizar buenas obras en servicio de la comunidad (Neh 2,18). Nos sentimos llamados a trabajar duro para poder ayudar a los más po¬bres (Hch 20,35), de modo que tenga¬mos qué compartir con ellos (Ef 4,28).
22. Ayúdanos, en fin, a trabajar por la paz, de modo que seamos reco¬nocidos como hijos tuyos (Mt 5,9). Y a trabajar también por el alimento que permanece y da vida eterna (Jn 6,27).
34.- Campesinos sin tierra
1. Nos has ordenado, Señor, traba¬jar la tierra (Gn 3,23), y por ello nos has entregado gran cantidad de plantas (Gn 1,29) para que las cultivemos (Gn 2,15) y podamos así alimentarnos.
2. Nos has dado la tierra para vivir de ella (Núm 33,53). Por eso quieres que nos la repartamos fraternalmen¬te, según el número de miembros de cada familia campesina (Núm 33,54).
3. Muchos de nosotros somos cam¬pesinos que trabajamos la tierra desde jóvenes (Zac 13,5). Pero el trabajo del campo es penoso (Eclo 7,15). Sacamos el alimento de la tierra con fatiga y sufrimiento (Gn 3, 17), y comemos nuestro pan con el sudor de la frente (Gn 3,19).
4. Sabemos que al campesino le corresponden los frutos de la cosecha (2Tim 2,6). Pero por más que traba¬jamos, muchas veces apenas tenemos con qué vivir (Eclo 31,4).
5. En esta escasez que sufrimos algunos de nosotros hemos tenido que empeñar nuestros campos y casas para conseguir algo que comer (Neh 5,3). O hemos tenido que pedir dinero prestado a cuenta de nuestros campos y al final lo hemos perdido todo (Neh 5,4).
6. Y sin embargo, somos de la misma raza que nuestros hermanos terratenientes, y nuestros hijos no son diferentes a sus hijos. Pero tene¬mos que entregarlos como esclavos; incluso muchas de nuestras hijas son ya tratadas como prostitutas. Y no tenemos otra solución, porque ya no nos queda nada (Neh 5,5).
7. Muchos de nosotros ya no tene¬mos tierra para trabajar porque los acaparadores de tierras se han que¬dado con todo y no han dejado nada para los demás (Is 5,8)
8. Y cuando trabajamos en las pro¬piedades de los que conocen sólo lujo y placeres, ellos nos condenan y nos matan al no querer reconocer debida¬mente los trabajos realizados en sus campos. ¡Pero sabemos que los mu¬chos salarios no pagados gritan ante tu presencia, Señor! (Sant 5,4-6).
9. Tú no quieres que haya campesi¬nos sin tierra, ni acaparadores que tienen de más (Lev 25). Tu deseo es que cada familia tenga la tierra nece¬saria para poder vivir dignamente (Núm 26,52-56).
10. Por eso tomas partido por los campesinos sin tierra y condenas y atacas a los acaparadores de tierras (Is 5,8-10; Miq 2,1-5).
11. Y has prometido, Señor, que, si vivimos unidos, podremos comer nuestro pan hasta saciarnos y vivir seguros en nuestra propia tierra (Lv 26,5). Plantaremos viñas y podremos paladear su vino; cultivaremos nues¬tros huertos y podremos saborear sus frutas… (Am 9, 14).
12. Haremos nuestras casas y vivi¬remos en ellas (Is 65,21). Ya no plan¬taremos para alimentar a los demás. ¡Viviremos de lo que hayamos culti¬vado con nuestras propias manos! (Is 65,22). No trabajaremos más inú¬tilmente, ni tendremos hijos desti¬nados a la matanza (Is 65,23).
35.- Salmo de los pobres con esperanza
1. Señor, ¿quién como tú, que de¬fiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador? (Sal 35,10).
2. ¿Quién como el Señor Dios nues¬tro? Él levanta del polvo al oprimido y alza de la basura al pobre (Sal 113, 6s).
3. Señor, tú escuchas los deseos de los humildes, nos atiendes y nos animas; harás justicia a huérfanos y a oprimidos, y ya no nos dominarán más los hombres de barro (Sal 10,17s).
4. Salvas al pueblo humillado y hu¬millas los ojos orgullosos (Sal 18,28).
5. Desde el cielo alargas la mano y me sostienes, me sacas de las aguas caudalosas; me libras del enemigo po¬deroso, de adversarios más fuertes que yo… (Sal 18,17s).
6. Contigo corro a la lucha; con ayuda de mi Dios asalto las murallas. El Señor me llena de fuerza y allana mis caminos (Sal 18,30.33).
7. Tú no cambias jamás tu lealtad. Das tu justicia a los oprimidos; pro¬porcionas su pan a los hambrientos; libras de sus cadenas a los presos. Abres los ojos del ciego y enderezas a los que ya se doblan (Sal 146,7s).
8. Tu fuerza no está en la multitud, ni tu poder en los guerreros, sino que eres el Dios de los humildes, defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, protector de los abandonados, salva¬dor de los desamparados (Jud 9,11).
9. Haces justicia al desvalido y de¬fiendes el derecho del pobre (Sal 140, 13).
10. Das la razón a los oprimidos (Sal 103,6), socorres a los hijos de los pobres y aplastas a sus verdugos (Sal 72,4).
11. Eres padre de huérfanos y pro¬tector de viudas. Preparas casa a los desvalidos y al preso le quitas sus cadenas (Sal 68,6s).
12. Señor, te damos gracias a gri¬tos y te alabamos en medio de la multitud, porque te pones de parte de los pobres para salvar nuestras vidas de nuestros acusadores (Sal 109,31).
13. Tú sólo, Señor, nos haces vivir tranquilos (Sal 4,10).
14. Te agradecemos, Jesús, que estés siempre activo donde se busca la justicia (1Jn 2,29).
15. En los que luchan por una vida digna reconocemos tu presencia, Señor. Cuando los ciegos ven y los paralíticos andan, cuando el pueblo se despierta y se pone en marcha en ellos vemos tu mano, Señor (Mt 11,5).
16. Cuando los sin tierra invaden latifundios improductivos sabemos que tú vas con ellos, Señor (Miq 2,1-5).
17. Cuando las organizaciones cam¬pesinas reclaman tierra (Neh 5,1-7), en su decisión vemos tu presencia, Jesús. Su voz decidida es la tuya y tus espaldas son las que aguantan los golpes de la represión (Hch 9,5).
18. Es tu fuerza la que rompe las cadenas de opresión y destroza los cerrojos de los calabozos (Hch 16,26).
19. Eres tú, Cristo Jesús, el que lucha con nosotros, ¿a quién temere¬mos, pues? ¡Bendito sea Dios que nos asegura la victoria! (1Jn 4,4)
20. En nuestra lucha por un mundo justo asoma ya la aurora que anuncia “el año de Jubileo” (Lev 25), el de la auténtica reforma agraria, en la que cada familia vivirá dignamente. Habi¬taremos seguros en la tierra que tú nos has dado. Cada uno vivirá tran¬quilo en su propia casa (Sof 2,13) y nadie ajeno comerá nuestras cosechas (Dt 16,15).
21. Esta tierra, prometida por ti a nuestros padres, todos nosotros la poseeremos por partes iguales, cada familia según su necesidad (Núm 33,53s).
22. Ya no serán posibles los acapa¬ramientos de tierra, ni gente sin tie¬rra (Lev 25), sino un gran pueblo de hermanos.
23. Para que todo ello sea posible crea en medio de nosotros, Señor, a un pueblo sencillo y austero, que bus¬que refugio sólo en ti, que nunca se porte injustamente con nadie, ni crea ni diga jamás palabras engañosas (Sof 3,12s).
VII
SUFRIMIENTO
36.- Rebeldías desde la injusticia
1. Desde los gusanos y la podre¬dumbre reclamo mi derecho a protes¬tar (Job 7,5). No puedo quedarme ca¬llado. En mi dolor y mi amargura quiero dar rienda suelta a mis quejas (Job 7,11).
2. Son los suspiros mi alimento y se derraman como el agua mis lamen¬tos, porque si temo algo, eso me ocu¬rre, y lo que me atemoriza me su¬cede. No hay para mí tranquilidad ni calma… (Job 3,24-26).
3. Mira, Señor, y observa a qué humillación he llegado (Lam 1,11). ¡Mira, Señor, mi angustia! Me hierven las entrañas y el dolor me oprime el corazón. (Lam 1,20s). ¡Y no hay quien me consuele! (Lam 1,21)
4. ¿Hasta cuándo, Señor, esconde¬rás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo mi espíritu y mi corazón habrán de sufrir y estar tristes todo el día? ¿Hasta cuándo va a prevalecer mi enemigo? (Sal 13,2s).
5. Lágrimas son mi pan durante no¬che y día, cuando oigo que me dicen: ¿dónde está tu Dios? (Sal 42,4).
6. Señor, ¿hasta cuándo te vas a ocultar? (Sal 89,47). ¿Hasta cuándo consentirás que presuman de sus lo¬curas los injustos? (Sal 94,3).
7. ¿Por qué te alejas y en momen¬tos de angustia así te escondes? (Sal 10,1). ¡Oh Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado? ¡Parece que no te llegan mis clamores, ni el rugido de mis lamentos! (Sal 22,2). ¿Por qué me desamparas? ¿Por qué tengo que an¬dar tan afligido por la opresión que sufro? (Sal 43,2).
8. Me canso de gritar; mi garganta está ronca. Mis ojos están cansados de tanto esperar a mi Dios (Sal 69,4).
9. ¡Despiértate! ¿Por qué duermes, Señor? Levántate. ¡No nos dejes tira¬dos en el suelo! ¿Por qué escondes tu cara y olvidas nuestro estado de opresión y miseria, cuando estamos tan rendidos y humillados, arras¬trando nuestros cuerpos por el suelo? (Sal 44,24s).
10. Señor mío, en tu presencia es¬tán mis ansias; ¡no se te ocultan mis gemidos! Se me agita el corazón, las fuerzas me abandonan y hasta la vista se me nubla (Sal 38,10s). ¡Estoy agotado y deshecho! ¡Me ruge con bramidos el corazón! (Sal 38,9)
11. Mis días se desvanecen como el humo, y mis huesos se van consu¬miendo. Mi corazón no vale más que pasto seco y hasta me olvido de co¬mer mi pan. Con tanto gritar mi la¬mento, mis huesos se pegan a mi piel… Paso en vela las noches gi¬miendo, como un ave solitaria en un tejado… En vez de pan como cenizas y para calmar mi sed sólo tengo mis lá¬grimas… (Sal 102,4-6.8.10).
12. Soy despreciado y evitado de la gente, hombre de dolores y familiari¬zado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara (Is 53,2). Nadie me quiere escu¬char… (Jer 25,3).
13. Si es verdad que estás con no¬sotros, Señor, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde están los milagros que nos contaban nuestros padres? ¿No decían que los hiciste salir de Egipto? ¿Por qué nos abandonas aho¬ra? (Jue 6,13).
14. ¿Hasta cuándo te pediré soco¬rro, sin que tú me hagas caso? ¿Hasta cuándo te denunciaré que hay violencia, sin que tú nos liberes? ¿Por qué me obligas a ver la injusti¬cia y te quedas mirando la opresión? (Hab 1,1-2). Los bandidos mandan a la buena gente; y por eso, no se ve más que derecho torcido (Hab 1,4).
15. Tienes tus ojos tan puros que no soportas el mal y no puedes ver la opresión. ¿Por qué, entonces, obser¬vas en silencio a los traidores y al culpable que devora al inocente? (Hab 1,13).
16. Señor, tú tienes siempre la ra¬zón cuando hablo contigo y, sin em¬bargo, este punto lo quiero discutir contigo: ¿Por qué les va bien a los sinvergüenzas y son felices los trai¬dores? (Jer 12,1).
17. Gimo afligido y amargado en medio de mi pueblo (Ez 21,11). Al ver nuestra realidad me horrorizo y me dan escalofríos. ¿Por qué siguen con vida los malvados y llegan a viejos, llenos de poder?... Nada perturba la paz de sus hogares... Ellos tienen a su alcance la felicidad, a pesar de que tú no estás presente en sus proyectos… (Job 21,6s.9.16).
18. El rico trabaja para amontonar riquezas y, cuando deja de trabajar, se llena de placeres. El pobre trabaja para tener apenas con qué vivir y, cuando deja de trabajar, pasa necesi¬dad (Eclo 31,3s).
19. ¿No dicen que los que honran a Dios son felices porque le guardan el respeto debido, y que los descreídos, en cambio, no son felices y su vida pasa como una sombra porque no res¬petan a Dios? Pero resulta que sobre la tierra hay buenos que son tratados como si fueran malos, y hay malos que gozan como si fueran unos santos. ¡Esto no tiene sentido! (Ecl 8,12-14).
20. Veo las lágrimas de los oprimi¬dos porque no tienen quién los con¬suele; y la brutalidad de sus opreso¬res, a quienes nadie detiene (Ecl 4,1); gente honrada que fracasa por su hon¬radez y gente malvada que prospera por su maldad (Ecl 7,15). ¡Hay corrup¬ción y maldad donde debiera haber justicia y rectitud! (Ecl 3,16).
21. Me desgarra el dolor de mi pueblo… (Jer 8,18.21). De mis ojos brotan lágrimas sin parar, día y no¬che, porque un gran mal aqueja a mi gente (Jer 14,17). Se me parte el corazón en mi pecho y tiemblo de pies a cabeza (Jer 23,9).
22. Santo y justo Señor, ¿hasta cuándo vas a esperar a hacer justicia y tomar venganza por la sangre ino¬cente derramada? (Ap 6,10).
37.- Quejas contra Dios
1. Derramo como agua el corazón ante tu rostro, Señor (Lam 2,19). En tu presencia expongo mi tristeza y co¬loco delante de ti mi angustia (Sal 142,3).
2. Me siento henchido de palabras y su rebeldía me oprime las entrañas; estoy a punto de estallar, como vino encerrado en cueros nuevos. ¡Quiero hablar y desahogarme! (Job 32,18-20).
3. Estoy horrorizado ante ti, Señor, y cuando reflexiono, te tengo miedo (Job 23,15).
4. Me entregas a los injustos y me arrojas en manos de los malvados... Me golpeas por el cuello y me haces pedazos... Traspasas mis entrañas sin piedad y derramas por el suelo mi hiel. Me llenas de agujeros y te lanzas contra mí como un guerrero (Job 16,11-14).
5. Me asustas con sueños y me ate¬rrorizas con visiones. Preferiría ser sofocado: la muerte antes que estos dolores (Job 7,14-15).
6. Yo esperaba la dicha, pero llegó la desgracia; esperaba la luz, y vino la oscuridad (Job 30,26). ¡Ojalá hu¬biera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma! ¡Que me responda el Omnipotente! (Job 31,35). ¡Si hubiera un juez entre los hombres y Dios…! (Job 16,21).
7. Eres tú el que me perjudica y me envuelves con tu red (Job 19,6). Tus terrores se han desplegado contra mí (Job 6,4).¿Por qué me has tomado como blanco de tus golpes? ¿En qué te molesto yo a ti? ¿Cuándo apartarás de mí tus ojos y me darás tiempo de tragar saliva?... (Job 7,21.19).
8. Como un león me persigues; te gusta triunfar sobre mí. Redoblas tus ataques y tu furor aumenta en contra mía; tus tropas de refresco me asal¬tan sin tregua (Job 10,16-17).
9. Clamo a ti y tú no me respondes; me presento, y no me haces caso (Job 30,20). ¡Dime por qué me has deman¬dado! (Job 10,2).
10. Me siento amargado y lleno de furor, porque tu mano pesa fuerte¬mente sobre mí (Ez 3,14).
11. Tengo miedo de morir si te a¬cercas más a mí; por eso no quiero volver a oír tu voz, ni volver a sentir este tu fuego devorador (Dt 18,16).
12. ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida? ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de re¬pente sin agua? (Jer 15,18). ¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? No me hagas temblar, tú que eres mi refugio en la desgracia… (Jer 17,17).
13. Me has golpeado duramente; me has castigado como a novillo no domado. Estoy avergonzado y confun¬dido... Ayúdame a volver a ti, y volveré, ya que tú eres Yavé, mi Dios... (Jer 31,18s).
14. ¿Por qué, Señor, permites que nos perdamos de tus caminos, y que nuestros corazones no sientan por ti ningún respeto? ¡Ah, si tú rasgaras los cielos y bajaras…! (Is 63,17.19).
15. Tu fuego me quema los huesos, y por más que intento apagarlo, no puedo (Jer 20,9).
16. Tu palabra es fuego que quema (Jer 23,29) Te gusta hablar desde llamas ardientes…(Dt 5,4) ¡Tú mismo eres fuego devorador! (Heb 12,29).
17. Tienes, al mismo tiempo, la intimidad de las brasas, la agilidad de la antorcha, la grandeza del relám¬pago (Ez 1,13s), la belleza del arco iris (Ez 1,28).
18. Pero eres también como el fuego de una fundición y como la lejía que se usa para blanquear (Mal 3,2). Te gusta forjarnos en el horno ardiente del sufrimiento (Is 48,10).
19. Ante tu grandeza me siento ig¬norante y débil. No soy capaz de des¬cubrir el sentido global de tu com¬portamiento desde el comienzo hasta el fin (Ecl 3,11). Pero tú sabes la razón por la que el justo sufre, y no tienes por qué rendir cuentas a nadie. No puedo condenarte para poder quedar yo bien (Job 40,8).
20. Son cosas extraordinarias que no conozco, muy superiores a mí. (Job 42,2). ¡No soy yo nadie para pedirte cuentas de tu proceder! (Ecl 6,10).
21. Ojalá mi rebeldía sea total¬mente sincera y honrada…, hasta que te presentes frente a mí, Señor, me apabulles con tu poder y sabiduría, y termine yo conociéndote de una forma totalmente nueva (Job 40-42).
22. Mientras yo pensaba: 'En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas', veo que mi de¬recho lo proteges tú, Señor, y que mi salario está en tu mano (Is 49,4).
23. Reconozco que, a los que nos acercamos a ti, tú nos hieres, Señor, no para castigarnos, sino para ins¬truirnos (Judit 8,27).
24. Corrígenos, pues, Señor, pero con prudencia, sin enojarte, no sea que nos destruyas (Jer 10,24).
25. Bien sé yo que tú eres mi de¬fensor y que tú serás el que hable el último... Aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, te veré. Con mis propios ojos he de verte, yo mismo y no un extraño. ¡Mi corazón desfallece esperándote! (Job 19,25-27).
38.- Quejas de Dios
1. La voz de la sangre de tu her¬mano clama a mí desde la tierra (Gn 4,10). Pues yo pido cuentas por la sangre derramada; me acuerdo y no olvido los gritos de los oprimidos (Sal 9,13).
2. Estoy viendo cómo sufre mi pueblo y escucho sus quejidos cuando lo maltratan sus opresores: conozco todos sus sufrimientos (Ex 3,7).
3. Cuando ustedes hacen daño a la viuda o al huérfano, y ellos claman a mí, yo escucho siempre su clamor (Ex 22,22s).
4. ¿Hasta cuándo habrán de ser ustedes rebeldes a mis Mandamientos y a mi Ley? (Ex 16,26). ¿Hasta cuándo me van a despreciar y van a descon¬fiar de mí, después de todas las prue¬bas de amor que les he dado?… ¿Has¬ta cuándo esta comunidad perversa murmurará contra mí? (Núm 14,11. 27). ¿Dónde quieren que les pegue ahora, ya que siguen siendo rebeldes? (Is 1,5).
5. ¡Qué generación tan incrédula y malvada! ¿Hasta cuándo estaré entre ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? (Mt 17,17).
6. ¿Hay algo que yo no le haya he¬cho a mi viñedo? Yo esperaba que diera uvas dulces, ¿por qué, enton¬ces, dio uvas agrias? (Is 5,4).
7. Doble falta comete mi pueblo: Me abandonan a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se van a cavar aljibes, aljibes agrietados, que no retendrán el agua (Jer 2,13). Cada uno sigue la inclinación de su duro corazón (Jer 9,13).
8. Algo espantoso y horrible está pasando en este país. Los profetas anuncian mentiras, los sacerdotes buscan el dinero, y todo esto le gusta a mi pueblo. ¿Qué harán ustedes cuando llegue el fin? (Jer 5,26-31).
9. Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé, tu Dios (Jer 2,19). Por haberte alejado de mí, acabarás siendo un desgraciado (Os 7,13).
10. ¿Por qué me irritan ustedes con sus ídolos, con esas cosas ex¬tranjeras, que nada son? (Jer 8,19). ¿Por qué se hacen tanto mal ustedes mismos? Van a conseguir que se aca¬ben los hombres, las mujeres y los niños, hasta que no quede nadie (Jer 44,7).
11. Pero, a pesar de todo, no puedo dejarme llevar por la indignación y destruirte, pues soy Dios y no hom¬bre. Yo soy el santo que está en medio de ti, y no me gusta destruir (Os 11, 9).
12. Yo no hice la muerte, ni me alegro de la perdición de los mortales (Sab 1,13). Tengo lástima de todo, porque amo la vida (Sab 11,26). Juro que no quiero que el impío muera, sino que cambie su mala conducta y viva Conviértanse, conviértanse, pues, de sus malas costumbres. Gente de Is¬rael, ¿por qué tendrían que morir? (Ez 33,11).
13. No rehuses, hijo mío, mi co¬rrección, ni te enojes cuando te re¬prendo, pues yo reprendo a los que amo, como lo hace un padre con su hijo querido (Prov 3,11-12). ¡Dichoso el hombre a quien yo corrijo! (Job 5,17).
14. Si te has decidido a servirme, prepárate para la prueba. Porque se purifica el oro en el fuego, y los que me siguen, en el horno de la humilla¬ción (Eclo 2,1.5).
15. Después de ponerte espinos en tu camino (Os 2,9-10), te llevaré al desierto y allí te hablaré al corazón (Os 2,16). De nuevo me casaré contigo para siempre, a precio de justicia y derecho, de afecto y de cariño. Tú serás para mí una esposa fiel, y así conocerás quién es Yavé (Os 2,21s).
39.- Sufriente como nosotros…
1. Tu amor grandioso e increíble hacia nosotros te hizo bajar, Señor, hasta lo más profundo de nuestra hu¬manidad, haciéndote en todo seme¬jante a tus hermanos (Heb 2,17).
2. Puesto que venías a ayudar a gente de carne y sangre, tuviste que hacerte como nosotros carne y san¬gre (Heb 2,14).
3. Ahora estás con poder, sentado junto al Padre Dios (Mc 16,19), pero conoces por tu experiencia pasada lo que es la flaqueza humana, pues fuiste sometido a las mismas pruebas que nosotros (Heb 4,15).
4. Estás triunfante, a la derecha del Padre (Heb 1,3), como intercesor entre Dios y los hombres. Por eso po¬demos acercarnos a ti con toda con¬fianza, seguros de tu comprensión y tu ayuda (Heb 4,16).
5. Has hecho tuyas nuestras debili¬dades y has cargado con nuestros do¬lores (Mt 8,17). Por eso has compar¬tido lo más íntimo de la vida de los pobres y de todos los que sufren:
6. Elegiste para nacer el lugar de nacimiento de los más pobres del mundo: una cueva de animales (Lc 2, 7). La crueldad de un gobernante obligó muy pronto a tu familia a emigrar a tierras extranjeras (Mt 2,13-18). Y supiste desde muy joven lo que es tener que vivir del trabajo manual (Mt 13,55; Mc 6,3).
7. Has experimentado el hambre (Mt 4,2), la sed (Jn 4,7), el cansancio (Jn 4,6s), la vida insegura y sin techo; a veces no tenías ni dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20).
8. Conoces la vida de los que no tienen trabajo (Mt 20,1-7). Sabes cómo los patrones exigen a sus obreros (Mt 25,14-27) y cómo los poderosos hacen sentir su autoridad (Mt 20,25).
9. Como todo el mundo, has su¬frido dudas, miedos y tentaciones. Te tentó el deseo de comodidad (Lc 4,3-4), el del poder (Lc 4,5-8) y el del triunfa¬lismo (Lc 4,9-12).
10. Siempre estuviste dispuesto a cargar dolores ajenos (Mt 8,17) y a aliviar a los que se sienten agobiados (Mt 11,28). Sientes compasión por los que viven como ovejas sin pastor (Mc 6,34) y te da lástima la multitud que no tiene qué comer (Mt 15,32). Estás en continua actitud de servicio (Lc 22,27), siempre haciendo el bien (Hch 10,38).
11. Sirves a los necesitados, hasta el punto de que a veces no te dejan tiempo ni para el descanso (Mc 6,31-33), ni siquiera para comer (Mc 3,20). No rechazas a nadie que venga a ti (Jn 6,37).
12. No tienes problemas en com¬partir la mesa con pecadores (Lc 15,2). No rechazas a los despreciados samaritanos (Lc 10, 29-37); ni a la prostituta que se acerca arrepentida (Lc 7,36-40).
13. Tu corazón siempre tiende a mirar la mejor parte, a disculpar, a perdonar, a compartir. Mientras otros encuentran razones para conde¬nar, tú las encuentras para justificar (Lc 23,34).
14. Sufres desprecios de los docto¬res porque eres un hombre sin estu¬dios (Jn 7,15), oriundo de una región de mala fama (Jn 1,46; 7,41.52). Ni la misma gente de tu pueblo cree en ti (Lc 4,22-29). Tus propios parientes te tienen por loco (Mc 3,21). ¡Vienes a tu casa, y los tuyos no te aceptan! (Jn 1,11). No eres bien recibido ni en tu tierra, entre tu parentela y tu familia (Mc 6,4).
15. Sientes la pesadilla del desa¬liento y el cansancio de una pastoral frustrada (Lc 9,41). Te molesta la ig¬norancia (Jn 14,9), el miedo y la falta de fe de los tuyos (Mc 4,40). Te desa¬lienta el poco caso que muchos hacen a tu mensaje (Jn 12,38), y te duele la dureza de corazón de la mayoría (Mt 13,5).
16. Sufres calumnias graves y do¬lorosas. Dicen de ti que eres un men¬tiroso (Mt 27,63), engañador del pue¬blo (Jn 7,47); un blasfemo (Jn 10,33), gran pecador (Jn 9,24), que haces prodigios por arte diabólica (Lc 11,15). Te toman por loco (Jn 10,20; Lc 23,11). Dicen que eres un samaritano (Jn 8,48): enemigo político y religioso de tu pueblo. Y así ves con dolor cómo la gente se divide y se aparta de ti (Jn 7,12-13; 10,20-21). El propio pueblo llega a pedir a gritos tu muerte y te pospone a un asesino (Mt 27,16-25).
17. Conoces lo que es la tensión si¬cológica de sentirse vigilado y bus¬cado por la policía (Jn 7,30-32.44-46; 10,39; 11,57). A veces tienes que es¬conderte o irte lejos (Jn 12,36). Eres consciente de que tu actitud ante la vida te lleva a la muerte (Mt 16,21; 17,12; 17,22-23; 20,17-19). Sientes páni¬co, hasta llegar a sudar sangre, ante la posibilidad de una muerte ignomi¬niosa (Mt 26,37-39).
18. Conoces en carne propia lo que es un apresamiento con despliegue de fuerzas policiales (Mt 26,47-55); lo que son las torturas, los apremios ilega¬les, los juicios fraudulentos, los tes¬tigos falsos (Mt 26,57-69; 27,11-50); y, por fin, una muerte maldita (Dt 21, 23), bajo la apariencia hipócrita de legalidad...
19. Sabes lo que es la soledad y la traición (Jn 6,67; 13,18.21); lo que son los amigos fallutos a la hora de la prueba (Mt 26,40); el sentirte abando¬nado por todos (Mt 26,56) y quedarte totalmente solo ante la muerte (Jn 16, 31s).
20. En el patíbulo de la cruz sufres las burlas de la gente (Lc 23,35), de los soldados (Lc 23,36-37) y aun de un compañero de tortura (Lc 23,39).
21. Hasta tu amigo más íntimo, Pedro, ante el peligro, afirmó por tres veces que ni siquiera te conocía (Lc 22,55-60). En la cruz te sentiste abandonado hasta por el mismo Dios (Mt 27,46).
22. Has experimentado la más cruel de las muertes. Las autoridades religiosas te condenaron por querer destruir el templo (Mt 26,61), por blasfemo (Mt 26,65), por malhechor (Jn 18,30), por considerarte un peligro para la nación (Jn 11,48-50). Las auto¬ridades civiles, por querer alborotar al pueblo, oponerte a la autoridad de los romanos y tener ambiciones polí¬ticas (Lc 23,2-5.14; Jn 19,12).
23. Ciertamente has sido despre¬ciado y tenido como basura, hombre de dolores, familiarizado con el su¬frimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara (Is 53,2).
24. Enfrentas la muerte entre cla¬mores y lágrimas (Heb 5,7). Ni te re¬belas (1Pe 2,23), ni te resignas (1Pe 2, 24), sino que la aceptas serenamente (Jn 10,18). Tu muerte ratifica tu actitud constante de servicio (Lc 22, 27) y de amor extremo (Jn 13,1).
25. Queremos aprender, pues, a acercarnos a ti con toda confianza, como compañero de penas que eres, seguros de tu comprensión y tu ayuda (Heb 4,16).
40.- Sufrir y triunfar con Cristo
Enséñanos a sufrir
contigo, Jesús
1. Queremos experimentar el po¬der de tu resurrección y tener parte en tus sufrimientos, hasta ser seme¬jantes a ti (Flp 3,10s).
2. Sabemos que tu mayor fuerza se manifiesta en la debilidad. Enséñanos, pues, a alabarnos de nuestras debili¬dades para que tu fuerza se apodere de nosotros; a alegrarnos cuando nos tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angus¬tias, si es que las sabemos sufrir contigo (2 Cor 12,9s).
3. Creemos que nuestros cansan¬cios y fatigas, nuestro morir de cada día, son un complemento a lo que falta a tus sufrimientos (Col 1,24).
4. La solidaridad contigo da sentido al dolor y nos confiere la seguridad de que triunfaremos gracias a tu amor (Rm 8,37).
Enséñanos a sufrir
por ti, Jesús
5. Sabemos que seremos persegui¬dos en la medida en que queramos servir al Dios verdadero (2Tim 3,12).
6. Ayúdanos a prepararnos, pues tú ya nos lo avisaste con tiempo (Mc 13,23). Muchos nos odiarán por causa tuya (Mc 13,13). Seremos azotados en las “sinagogas” y tendremos que presentarnos ante los gobernantes (Mc 13,9).
7. Por tu causa nos vienen pruebas de todas clases, pero no nos desani¬mamos. Andamos con graves preocu¬paciones, pero no nos desesperamos; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados. Por todas partes llevamos en nuestra persona tu muerte, para que también tu Vida se manifieste en nosotros (2 Cor 4,8-10).
8. Enséñanos, pues, a ser felices, cuando por causa tuya nos insultan, nos persiguen y nos levantan toda clase de calumnias. Que sepamos en¬tonces alegrarnos y mostrar nuestra alegría, porque será grande la recom¬pensa que recibiremos de ti (Mt 5,11s).
Enséñanos a sufrir
como tú, Jesús
9. Enséñanos a sufrir puestos los ojos en ti, que eres pionero y consu¬mador de nuestra fe (Heb 12,2).
10. Que a tu estilo, la prueba del sufrimiento nos capacite para saber ayudar a los que son puestos a prueba (Heb 2,18).
11. Enséñanos a saber devolver bendición por maldición, como tú, que, insultado, no devolvías los insul¬tos, y maltratado, no amenazabas, sino que te encomendabas a Dios, que juzga justamente (1Pe 2,23).
12. Enséñanos a amar, como tú, a nuestros enemigos y a hacer el bien a los que nos odian; a bendecir a los que nos maldicen; a rogar por los que nos maltratan. Que al que nos golpea en una mejilla, sepamos presentarle también la otra. Y al que nos arrebata el manto, sepamos entregarle también el vestido (Lc 6,27-29).
13. Que, como tú, cuando la gente nos insulte, nosotros los bendigamos; cuando nos persigan, lo soportemos todo; cuando nos calumnien, sepamos entregar palabras de consuelo (1Cor 4,12).
Ayúdanos a triunfar del dolor, como tú
14. Los sufrimientos que soporta¬mos ahora por tu causa no son sino el comienzo de los dolores del parto (Mc 13,8). Enséñanos, pues, a mantenernos erguidos y con la cabeza en alto, conscientes de que está llegando el día de nuestra liberación (Lc 21,28.31).
15. Lo que sufrimos en la vida pre¬sente no se puede comparar con la Gloria que se ha de manifestar des¬pués en nosotros (Rom 8,18). Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna tan grande, que no se puede comparar (2Cor 4,17).
16. En tu banquete de bodas han de participar todos los que fueron dego¬llados como tú (Ap 6,9). Todos los que han muerto a semejanza tuya estarán contigo en tu gloria (Ap 6,10).
17. Entonces Dios mismo enjugará para siempre las lágrima de nuestros ojos (Ap 7,17). Ya no existirá la muerte, ni duelo, ni gemidos, ni pe¬nas, porque todo lo anterior habrá pa¬sado…
18. Tú serás plenamente Dios para nosotros y nosotros seremos para ti verdaderos hijos (Ap 21,4.7). Lo harás todo nuevo (Ap 21,5) y serás todo en todos (1Cor 15,28).
VIII
ALEGRÍA
41.- Canto de confianza
1. Eres, Señor, mi esperanza y mi confianza desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno de mi madre tú me soste¬nías; siempre he puesto en ti mi con¬fianza (Sal 71,5s).
2. El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me haces recostar; me conduces hacia fuentes tranquilas y reparas mis fuerzas… (Sal 23,1-3).
3. Aunque camine por cañadas obs¬curas, nada temo, porque tú vas con¬migo… Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida (Sal 23,4-6).
4. El Señor es mi luz y mi salva¬ción, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?… Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo… (Sal 27,1-3).
5. Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá (Sal 27,10).
6. El Señor Dios viene en mi ayuda, y por eso no me molestan las ofensas. Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo?… Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién podrá condenarme? (Is 50,7-9).
7. Viviré lleno de confianza y no temeré, pues en verdad que mi forta¬leza y mi apoyo eres tú, Señor, que has tomado por tu cuenta mi causa (Is 12,2).
8. Tú eres mi amparo y mi refugio; en ti, mi Dios, pongo yo toda mi con¬fianza (Sal 91,2). Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas (Sal 17,8).
9. Tus ojos, Señor, son poderosa protección, probado apoyo, abrigo contra el ardor del mediodía, guardia contra tropiezos, auxilio contra caí¬das, que levanta el alma, alumbra los ojos, da salud, vida y bendición (Eclo 34,16s).
10. Sé que viviré, si es que me fío de ti, Señor. La avidez hinchada aca¬bará no teniendo éxito; pero el que pone su confianza en ti, vivirá para siempre (Hab 2,4).
11. ¿Quién quiere meterme pleito? ¡Presentémonos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Que se acerque a mí! Si tú, Señor, me ayudas, ¿quién podrá condenarme? (Is 50,7s).
12. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? (Rm 8,31). ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? (Rm 8,35).
13. En todo saldremos triunfadores gracias al amor que nos tienes (Rm 8,37). ¡Nada ni nadie podrán apar¬tarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor! (Rm 8,39).
42.- Gracias, Padre Dios
1. Debemos adelantarnos al sol para darte gracias, Señor, pues la espe¬ranza del ingrato como escarcha in¬vernal se derrite y corre como agua inútil (Sab 16,28s).
2. Sí, te damos gracias en primer lugar porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna (Dan 3,90). Porque tu amor perdura para siempre (Sal 136,1). ¡Porque eres puro amor! (1Jn 4,8).
3. Cantamos para ti y nos postra¬mos dándote gracias por tu amor y tu fidelidad (Sal 138,1). Proclamamos tu amor por la mañana y tu fidelidad toda la noche, con arpas, con guitarras y con suaves liras. Pues nos alegras, Señor, con tus acciones y nos goza¬mos en las obras de tus manos (Sal 92, 2-5).
4. Nosotros, el rebaño de tu redil, te daremos gracias para siempre y de edad en edad repetiremos tu alabanza (Sal 79,13).
5. Cantemos jubilosos al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva; delante de él marchemos dando gra¬cias, aclamémoslo al son de la música (Sal 95,1s). Porque Dios es bondadoso, su amor dura por siempre y su fide¬lidad por todas las generaciones (Sal 100,5).
6. Te bendecimos, Padre, y pro¬clamamos tu grandeza ante todos los vivientes por lo que has hecho en fa¬vor de nosotros (Tob 12,6).
7. Te daremos gracias en la gran asamblea, te alabaremos cuando esté presente todo el pueblo (Sal 35,18). ¡Vitoreen el Nombre de Dios! Publiquen entre los pueblos sus hazañas (Is 12,4).
8. Te cantamos agradecidos porque tú eres nuestra fuerza y nuestro es¬cudo (Sal 28,7); porque eres nuestro protector y nuestro apoyo (Eclo 51,1).
9. Te saludamos y celebramos tu Nombre, pues has ejecutado tus ma¬ravillosos proyectos, que son auténti¬cos y verdaderos (Is 25,1). Reco¬nocemos que lo puedes todo y que eres capaz de realizar todos tus designios (Job 42,2).
10. Te damos gracias por tantas maravillas como has ejecutado; admi¬rables son tus obras y mi alma bien lo sabe (Sal 139,14).
11. Dios de nuestros padres, te agradecemos y te alabamos porque nos has concedido el saber y la inteli¬gencia (Dan 2,23). Gracias por la sabi¬duría que nos hace progresar (Eclo 51,17).
12. Gracias por las muestras de cariño y benevolencia de los hijos (2Mac 9,20).
13. Gracias cuando los hermanos salen a nuestro encuentro y nos llenan de ánimo (Hch 28,15).
14. Gracias porque tenemos pan para comer (Hch 27,35). Gracias cuan¬do alcanzamos prosperidad a través de nuestro propio trabajo (Ecl 2,24).
15. Te damos gracias porque das de beber a los sedientos y repletas a los hambrientos (Sal 107,8s). Derribas a los poderosos de sus tronos y exaltas a los pequeños (Lc 1,52).
16. Te lo agradecemos todo con alegría y generosidad (Flp 1,3), cons¬cientes de que no debemos ofrecerte nada que no nos cueste esfuerzo (2Sam 24,24).
17. Bendito seas, Padre, porque tú siempre nos escuchas (Jn 11,41s). Sabemos que todo lo que te pidamos a través de Jesús, tú siempre estás dispuesto a concedérnoslo (Jn 15,16).
18. Te bendecimos, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y se las das a conocer a los que no saben expresarse. Bendito seas Padre, porque así te ha parecido bien (Lc 10,21).
19. Te bendecimos, Señor Dios, Todopoderoso, el que eres, el que eras y el que viene (Ap 1,4), porque llegarás a reinar plenamente, valién¬dote de tu poder invencible (Ap 11,17).
20. Digno eres, Señor y Dios nues¬tro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Ap 4,11).
21. Alabanza, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos (Ap 7,12).
43.- Gracias, Jesús
1. Bendito seas, Señor, porque has visitado y redimido a tu pueblo (Lc 1,68).
2. Gracias, Virgen María, porque la grandeza de nuestro Dios pudo hacer grandes maravillas a través de ti: ¡Santo es su Nombre! (Lc 1,46s.49).
3. Gracias, Padre Dios, porque tan¬to nos has amado que nos has entre¬gado a tu Hijo único para que nos sal¬vemos mediante él (Jn 3,16s)
4. Gracias, Padre, por habernos preparado para recibir mediante Jesús nuestra parte en la herencia reservada a los santos en tu reino de luz (Col 1,12).
5. Gracias, Cristo Jesús, hermano nuestro, porque por tu medio hemos obtenido la reconciliación y nos sen¬timos seguros ante Dios (Rm 5,11).
6. Gracias porque tu Palabra nos limpia (Jn 15,3), nos hace crecer y nos alcanzará la plenitud (1Pe 2,2).
7. Tú nos das la victoria (1Cor 15, 57). Gracias a ti triunfará la vida (Rm 5,17) y madurará en nosotros el fruto de la santidad (Flp 1,11).
8. Gracias, Jesús, porque en ti todas las promesas de Dios han lle¬gado a ser para nosotros un sí defini¬tivo (2Cor 1,20). En ti hemos llegado a ser ricos de mil maneras, recibiendo toda clase de dones (1Cor 1,4s).
9. Gracias por esos siete panes que nos das para que sepamos com¬partirlos con los necesitados (Mc 8,6).
10. Siempre que sufrimos en tu nombre te lo agradecemos, Jesús (1Pe 4,16). Es una felicidad ser conside¬rados dignos de sufrir por tu Nombre (Hch 5,41).
11. Creemos que de todo tipo de problemas saldremos triunfadores gracias a tu amor. Ni la muerte ni la vida, ni el presente ni el futuro, nada ni nadie podrá apartarnos del amor que Dios nos tiene en ti, Cristo Jesús (Rm 8,37-39).
12. Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste de¬gollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9).
13. Digno eres, Cordero degollado, de recibir el poder y la riqueza, la sa¬biduría y la fuerza, la honra, la gloria y la alabanza (Ap 5,12).
14. Amén. Ven pronto, Señor Jesús (Ap 22,20).
44.- Las alegrías de Dios
1. Observa y escucha las cosas que te mando, para que seas feliz siem¬pre, tú y tu hijo después de ti, por haber hecho lo que es bueno y justo a los ojos de Yavé tu Dios (Dt 12,28). En eso está tu felicidad (Dt 30, 20).
2. Estoy en medio de ti como poderoso salvador. Saltaré de gozo al verte y te renovaré mi amor. Por ti lanzaré gritos de alegría, como en los días de fiesta (Sof 3,17s).
3. Cambiaré tu duelo en regocijo; te consolaré y te alegraré de tu tris¬teza (Jer 31,13). Pues yo no quiero que el pecador muera, sino que cambie de camino y viva (Ez 18,23).
4. Cuando encuentro a una oveja que se me había perdido, me la pongo sobre los hombros lleno de alegría. Y, al llegar a casa, reúno a mis amigos y les digo: ¡Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido! (Lc 15,5s)
5. ¡Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesiten cambiar de vida! (Lc 15,7).
6. Tenemos que hacer fiesta y ale¬grarnos cuando un hermano tuyo que estaba muerto vuelve a la vida; cuando se había perdido y le volvemos a encontrar(Lc 15,32).
7. Grita de gozo y regocíjate, hija de Sión, pues he aquí que yo vengo a morar dentro de ti (Zac 2,14). No estén, pues, nunca tristes: mi alegría es la fortaleza de ustedes (Neh 8,10).
8. Eres mi siervo, a quien yo he elegido; yo te amo y eres mi alegría (Mt 12,18). Entra y participa en mi propia alegría (Mt 25,21).
9. Pues yo te aprecio y te amo inmensamente. Tú vales mucho a mis ojos (Is 43,4).
10. Les digo todo esto para que par¬ticipen en mi alegría y su alegría sea completa (Jn 15,11).
11. Volveré a verles y de nuevo se alegrarán con una alegría que nadie podrá quitarles (Jn 16,22).
12. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan, y recibirán, para que su alegría sea completa (Jn 16,24).
13. Si digo estas cosas mientras to¬davía estoy en el mundo, es para que puedan llegar a compartir plenamente mi alegría (Jn 17,13).
45.- Alegrías desde Dios
La alegría de corazón
es la vida del hombre
(Eclo 30,22).
1. Señor Dios, nos regocijamos y nos alegramos por tu salvación (Is 25,9). Has estado grande con noso¬tros, y estamos alegres (Sal 126,3). Estamos gozosos de tu lealtad sin fin (Sal 31,8).
2. Tengo siempre presente al Se¬ñor; con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón y gozan mis entrañas y mi carne descansa serena (Sal 16,8s).
3. Se alegra mi corazón, canta go¬zosa mi lengua y hasta mi cuerpo vive cargado de esperanza, porque sé que me acompañas siempre y estás a mi derecha para impedir que caiga (Hch 2, 25s).
4. Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será ale¬gría y júbilo; danos alegría por los días en que nos afligiste (Sal 90,14s). Tú, que eres el Dios de la esperanza, llena de alegría y paz nuestra fe (Rm 15,13). Los pobres queremos volver a alegrarnos en ti, Señor (Is 29,19).
5. María, tú eres la alegre favo¬recida de Dios (Lc 1,28). Tu corazón está lleno de alegría a causa de Dios, porque él puso sus ojos en ti, y desde entonces todos te llamamos bienaven¬turada, pues ha hecho maravillas contigo el que es todopoderoso (Lc 1,47-49). ¡Feliz tú porque creíste que el Señor cumpliría sus promesas! (Lc 1,45).
6. Espíritu Santo, produce en no¬sotros amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad… (Gál 5, 22). Llénanos de tu alegría, como a Jesús, al experimentar que el Padre Dios oculta todo esto a sabios y en¬tendidos y se lo revela a los que no saben expresarse. ¡Bendito sea por haberlo querido así! (Lc 10,21).
7. Tu nacimiento, Jesús, es el ma¬yor motivo de alegría que podemos experimentar (Lc 2,10). Que sepamos aceptar a plenitud esta alegría que nos viene de ti (Bar 4,36). ¡Queremos aprender a sacar agua con gozo de tu manantial de salvación! (Is 12,3).
8. Tú colmas de alegría nuestros corazones (Hch 14,17) y nos llenas de gozo en Dios (Rm 5,11). Queremos aprender a estar cada vez más ale¬gres en ti (Flp 4,4), de forma que las dificultades no nos hagan perder nun¬ca el ánimo (Rm 12,12).
9. Que tu palabra sea siempre para nosotros motivo de gozo y alegría de corazón (Jer 15,16). Que sepamos disfrutar escuchándote, Jesús (Mc 12, 37).
10. Que, al estilo de Zaqueo, te se¬pamos recibir con alegría en nuestra casa, sabiendo devolver todo lo que hayamos podido defraudar (Lc 19,6).
11. Danos esa felicidad de saber in¬vitar a comer a los pobres, a los in¬válidos y a los ciegos (Lc 14,13s), sa¬biendo compartir con ellos el alimento con sencillez y alegría sinceras (Hch 2,46), pues tú amas a quien comparte con generosidad y alegría (2Cor 9,7).
12. Al estilo de los primeros cris¬tianos, queremos aprender a disfru¬tar en común los bienes que poseemos (Hch 4,32).
13. Quisiéramos aprender a pre¬sentarte siempre nuestras ofrendas con cara alegre y generosidad de corazón (Eclo 35, 11).
14. Enséñanos a celebrar en tu pre¬sencia el éxito de nuestras tareas (Dt 12,18). Que sepamos hacer fiesta en¬tre todos por los bienes que nos das (Dt 26,11).
15. Queremos contribuir a la feli¬cidad de nuestros hermanos (2Cor 1, 24). Que sepamos reír con los que están alegres y llorar con los que lloran (Rm 12,15).
16. Que nuestra gran felicidad esté en que tú, Cristo Jesús, seas siempre proclamado como Señor (Flp 1,18).
17. Qué sepamos dar siempre pa¬labras oportunas, de forma que cau¬sen alegría a todos (Prov 15,23). Que nuestra mirada sea luminosa, de forma que alegre el corazón del hermano (Prov 15,30), pues la dulzura de la amistad consuela siempre el espíritu (Prov 27,9).
18. Enséñanos a guardar la lengua del mal, y los labios de la falsedad, pues sólo así conoceremos días feli¬ces (Sant 3,10).
19. Que, al estilo de los apóstoles, sepamos llenarnos de alegría cuando seamos considerados dignos de sufrir por tu causa (Hch 5,41). Que sea para nosotros un gozo sufrir por ti fla¬quezas, dificultades, persecuciones y angustias de todo tipo (2Cor 12,10).
20. Queremos aprender a alegrar¬nos cuando sufrimos por los hermanos (Col 1,24), pues si compartimos tus sufrimientos con ellos, saltaremos de júbilo contigo el día de tu gloriosa manifestación (1Pe 4,13).
21. Creemos que cuando te mani¬fiestes plenamente, Jesús, nos ale¬graremos con un gozo inenarrable y radiante (1Pe 1,8). Esperamos gozar de tu dicha en el país de la vida (Sal 27,13). Entonces gozaremos y en¬salzaremos tu grandeza para siempre (Ap 19,7).
Que así sea.
46.- Bienaventuranzas bíblicas
1. Dichoso el mortal que vela por el derecho y practica la justicia (Is 56,1s).
2. Dichoso el que tiene piedad de los pobres (Prov 14,21).
3. El que confía en Yavé será feliz (Prov 16,20).
4. ¡Feliz el hombre a quien corrige Dios! (Job 5,17).
5. El respeto al Señor recrea el co¬razón, da contento y regocijo y lar¬gos días (Eclo 1,12).
6. Feliz el hombre que no se ha des¬lizado con su boca (Eclo 14,1).
7. Dichoso el hombre que se ejercita en la sabiduría, y que se hace pregun¬tas hasta que obtiene respuestas (Eclo 14,20).
8. Dichoso el hombre que halla su felicidad en sus hijos (Eclo 25,7).
9. Dichoso el que no ha cometido errores hablando de más (Eclo 25,8).
10. ¡Dichoso el que encuentra un amigo y es capaz de dirigirse a un auditorio atento! (Eclo 25,9).
11. Dichoso el marido de una mujer buena; se doblarán los años de su vida (Eclo 26,1).
12. Dichoso el rico que es hallado intachable, y no se pervierte por la riqueza (Eclo 31,8).
13. Regocijo del corazón y contento del alma es el vino bebido a tiempo y con medida (Eclo 31,28).
14. Dichoso el que cuida del débil y del pobre; en el día malo lo pondrá a salvo el Señor (Sal 41,2).
15. Dichoso el que tú eliges y acer¬cas para que viva en tus atrios (Sal 65,5).
16. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza y la esperanza de su co¬razón (Sal 84,6).
17. ¡Señor, dichoso el hombre que confía en ti! (Sal 84,13).
18. Dichoso el hombre al que tú edu¬cas, al que enseñas tu ley, Señor, dándole descanso tras los años duros (Sal 94,12s).
19. Dichosos los que respetan el de¬recho y practican siempre la justicia (Sal 106,3).
20. Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos (Sal 112,5).
21. Felices los que guardan sus mandamientos y buscan a Dios con todo el corazón (Sal 119,2).
22. Dichosos los pobres con Espíritu, porque el reinado de Dios les pertenece (Mt 5,3).
23. Dichosos los afligidos, porque serán consolados (Mt 5,4).
24. Dichosos los desposeídos, por¬que heredarán la tierra (Mt 5,5).
25. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán (Mt 5,6).
26. Dichosos los misericordiosos, porque los tratarán con misericordia (Mt 5,7).
27. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt 5,8).
28. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios (Mt 5,9).
29. Dichosos los que son persegui¬dos por causa del bien, porque el rei¬nado de Dios les pertenece. Dichosos ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo (Mt 5,10-12).
30. Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece (Lc 6,20).
31. Dichosos ustedes los que ahora padecen hambre, porque serán sacia¬dos. Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque después reirán (Lc 6, 21).
32. Dichosos ustedes cuando los hombres los odien, y los destierren, y los insulten, y, por causa del Hijo del hombre, proscriban su nombre como infame. Alégrense y salten de gozo cuando llegue ese momento, por¬que en el cielo les espera una gran re¬compensa (Lc 6,22s).
33. ¡Dichosos aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo! (Lc 7,23).
34. Felices los que escuchan la pala¬bra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11,28).
35. ¡Dichosos los que creen sin ha¬ber visto! (Jn 20,29).
36. ¡Dichosos aquellos a quienes Dios ha perdonado sus culpas y ha se¬pultado en lo profundo sus pecados! (Rm 4,7).
37. ¡Dichoso el hombre que puede tomar una decisión sin angustias de conciencia! (Rm 14,22).
38. Si son ultrajados por seguir a Cristo, dichosos ustedes, porque el Espíritu glorioso de Dios alienta en ustedes (1Pe 4,14).
39. Dichosos ya desde ahora los muertos que mueren en el Señor (Ap 14,13).
40. Dichosos los invitados al ban¬quete de bodas del Cordero (Ap 19,9).
41. Mira que estoy a punto de lle¬gar. ¡Dichoso quien preste atención al mensaje profético de este libro! (Ap 22,7).
42. ¡Dichosos los que han decidido lavar sus vestiduras para tener ac¬ceso al árbol de la vida y poder en¬trar por las puertas de la ciudad! (Ap 22,14).
IX
RESURRECCIÓN
47.- ¿Cuándo podré ver tu rostro?
1. No me rechaces, Señor, lejos de tu rostro, ni me retires tu espíritu santo (Sal 51,13). No escondas a tu siervo tu presencia, pues me siento angustiado… (Sal 69,18). ¿Hasta cuán¬do me ocultarás tu rostro? (Sal 13,2 ).
2. Si tú escondes tu cara, queda¬mos aterrados; si recoges tu espí¬ritu, todos morimos y retornamos al polvo (Sal 104,29). Si no nos acom¬pañas, no vale la pena seguir cami¬nando... (Ex 33,15).
3. Ciertamente no soy digno de verte, pues muchas veces he ido tras otros dioses (Dt 31,18). Mis maldades han cavado un abismo entre tú y yo (Is 59,2). Con frecuencia no te he escu¬chado ni te he hecho caso, sino que siguiendo la inclinación de mi perver¬so corazón, te he dado la espalda… (Jer 7, 24).
4. Reconozco y compruebo lo malo y amargo que resulta abandonarte a ti, mi Dios y Señor (Jer 2,19). A ve¬ces, como Jonás, hasta me he embar¬cado para huir lejos de tu presencia misericordiosa (Jon 1,3).
5. Muchas veces me tapo la cara, pues tengo miedo de que mi mirada se fije en ti, Señor (Ex 3,6). Sí, a veces quiero meterme entre las rocas o es¬conderme en el polvo, para no ver tu cara, que me da miedo (Is 2,10). Parece que, como Gedeón, tengo mie¬do de morir al verte (Jue 6, 22).
6. Reconozco que en esta vida nunca podré ver directamente tu rostro, pues no puede verte un ser humano y seguir viviendo (Ex 33, 20). Lo más, al pasar tu Gloria, puede ser que me pongas en un hueco de la roca y me cubras con tu mano mientras tú pasas, y así quizás pueda ver al menos tus espaldas; pero tu cara no se puede ver (Ex 33,22s).
7. Pero, no obstante, Señor mise¬ricordioso (Eclo 48,19), sé que Moisés te escuchó cara a cara en la soledad del Sinaí, desde en medio del fuego (Dt 5,4). Abierta y claramente dejaste que él viera tu forma (Núm 12,8). Hablabas con él directamente, como habla un hombre con su amigo (Ex 33, 11).¿Podrá ser que alguna vez la piel de mi cara se vuelva radiante, por haber hablado directamente contigo, como Moisés? (Ex 34, 29).
8. Elías, después de caminar por el desierto por largo tiempo, esperarte con paciencia en aquel cerro, y sufrir violentos huracanes, terremotos y rayos, al fin pudo sentir tu presencia como murmullo de suave brisa (1Re 19,11s). Y Job, después de mucho do¬lor y rebeldías, apretándose bien su faja, te pudo ver en medio de la tor¬menta (Job 40,6; 42,5).
9. Por eso no nos escondas a nosotros tu rostro, Señor, a pesar de que somos una generación perversa: hijos sin lealtad (Dt 32, 20). Vuelve hacia nosotros tu rostro y danos tu paz (Núm 6,26). No nos dejes en esta humillación, Señor, sino trátanos de acuerdo a tu bondad y según la abun¬dancia de tu misericordia (Dan 3, 42).
10. No nos vuelvas la cara, ni nos trates como a enemigos (Job 13,24). Si escondes tu rostro, ¿quién te puede descubrir por sí solo? (Job 34, 29). Si ocultas tu cara, quedaré totalmente desconcertado (Sal 30,8).
11. Queremos volver de nuestros malos caminos, humillarnos, orar y buscar con sinceridad tu rostro, de forma que puedas perdonar nuestro pecado y sanar nuestra tierra (2Cró 7,14s).
12. ¡Muéstranos, Señor, tu rostro alegre! (Sal 4,7). ¡Oh Dios, vuelve a tomarnos en tus manos, haz brillar tu faz y sálvanos! (Sal 80,4 ). ¡Ponnos bajo la luz de tu rostro! (Sal 67,2).
13. Sálvame por tu amor (Sal 31, 17). Sé que si vuelvo a ti de todo co¬razón y con toda el alma, practicando la justicia, volverás a mí y ya no me esconderás más tu presencia (Tob 13,6). Si con mis bienes practico la justicia y el bien, y nunca doy la es¬palda al pobre, sé que tú, Señor, no apartarás jamás tu rostro de mí (Tob 4,7).
14. Sé que al final me pondré de pie dentro de mi piel y en mi propia carne te veré, Señor. ¡Mi corazón desfa¬llece esperándote! Yo te contemplaré, yo mismo. Es a ti a quien veré y no a otro (Job 19,25-27). Aunque no lo me¬rezco, sé que, al despertar, me sa¬ciaré de tu semblante (Sal 17,15).
15. Quiero creer firmemente en ti, Jesús, para poder llegar a oír la voz del Padre y poder ver su rostro (Jn 5,37). Pues en el momento presente vemos las cosas como en un mal es¬pejo, pero cuando nos llegue tu gloria las veremos cara a cara. Ahora co¬nozco en parte, pero entonces cono¬ceré como soy conocido (1Cor 13,12).
Que así sea.
48.- ¡Quisiera llegar ya!
1. Te agradezco por la existencia que me has dado, Señor (Jer 38,16).
Sé que amas la vida: (Sab 11,26),
¡Eres Señor de la vida (Hch 3,15).
y en ti se halla la fuente de toda vida! (Sal 36,10).
2. Pero basta ya, Señor. Toma en tus manos mi vida (1Re 19,4).
¡Que se acabe este correr tras el viento! (Ecl 2,17).
¡Este caminar entre trampas y redes! (Eclo 9,13).
¡Este correr tras ídolos, corruptores de la vida! (Sab 14,12).
¿Qué saco de tanto trabajar para nada? (Ecl 5,16).
Me paso esta vida en tinieblas,
con molestias, dolores y resentimientos… (Ecl 5,17).
3. Veo por todos lados injusticias, perversidad, codicia, maldad… (Rm 1,28).
Siento las lágrimas de los oprimidos, que no tienen quién los consuele;
y la brutalidad de sus opresores, a quienes nadie detiene (Ecl 4,1)
¡Hay corrupción y maldad por todos lados! (Ecl 3,16).
La creación entera gime y sufre dolores de parto (Rm 8,22).
4. Quisiera poder salir de esta Babilonia cruel (Is 52,11).
Pues el dios de este mundo nos ciega el entendimiento
y nos impide ver tu resplandor (2Cor 4,4).
5. ¡Que se acabe para siempre el lujo desenfrenado! (Ap 18,3).
¡La bestia opresora y los falsos profetas! (Ap 19,20).
Que la Muerte y el Lugar de los muertos
sean aniquilados para siempre (Ap 20,14).
¡Que caiga y se pulverice este monstruo de pies de barro! (Dn 2,33).
¡No más lágrimas! (Ap 21,4).
6. Me cansa ya vivir en esta casa de barro (Sab 9,15).
¡Soy tan torpe y tan frágil! (Sal 39,5).
Ojalá llegue pronto el día en que liberes mi cuerpo (Rm 8,23).
7. Quisiera que reventara ya esta maloliente red,
que me aprieta y me ataja el crecimiento.
¡Que se acaben de podrir estos amarres!
Cada nuevo dolor, cada enfermedad, cada fracaso,
es un nudo más que revienta;
es un paso más hacia el fin de la mentira,
de lo podrido y caduco (Ap 21,8).
8. ¡Quisiera poder madurar ya de una vez! (Flp 1,11).
¡Pasar de la muerte a la vida! (Jn 5,24).
Llegar a la plenitud (Jn 10,10).
atravesando esa puerta bendita de la muerte,
de la que tú, el que nos amas (Ap 1,5),
guardas las llaves… (Ap 1,18).
¡Sácame de esta muerte, mi Dios, y dame la vida!
9. Deseo que la locomotora de mi viaje terrenal,
humeante y fatigada,
se acerque ya a la estación terminal de este largo viaje.
¡Sé que tú, mi Fiel Amigo, me estarás esperando al final del andén!
10. Siento sonar ya en mis canas, en mi piel manchada y arrugada,
en mis achaques y torpezas,
el traqueteo de las vías del tren que anuncia la llegada a destino.
¡Quisiera poder terminar ya este largo viaje! (2Tim 4,7).
¡Salir de este mundo para llegar a la casa del Padre! (Jn 13,1).
¡Morir es ganancia! (Flp 1,21).
11. Mientras viva en este cuerpo estoy aun lejos de casa (2Cor 5,6).
Pero sé que al destruirse esta tienda de campaña,
tú nos tienes reservada una maravillosa mansión (2Cor 5,1),
en la que todos seremos hermanos (Ap 6,11).
12. Sé, Jesús, que me estás preparando un lugar en la casa del Padre,
y volverás pronto para llevarme contigo (Jn 14,2s).
Mira que peno por verte, mi Dios,
y mi mal es tan entero,
que muero porque no muero.
13. Pero si mi vida corporal va a producir aun fruto (Flp 1,22),
quizás convenga que permanezca todavía en este mundo (Flp 1,24),
para ayudar a que progrese la fe y la alegría de mis hermanos (Flp 1,25).
14. Lo único que deseo es que tú, mi Señor,
seas engrandecido siempre,
sea que viva o sea que muera (Flp 1,20).
49.- Llegar a la plenitud…
1. Crece mi capacidad de amar, de conocer, de vivir...
Cada día me siento más humano, más comprensivo, más alegre...
¡Pero me falta tanto para llenar mi capacidad…! (Jn 1,12).
2. Me entusiasma el horizonte maravilloso de tu Palabra (Jer 15,16).
Muchas veces en la boca la siento dulce como la miel (Ez 3,2),
pero a veces se me vuelve amarga en el estómago (Ap 10,10).
¡No comprendo bien lo que me quieres decir! (Lc 2,50).
¡Soy torpe para entender las Escrituras! (Lc 24,25).
3. Siento que no estás lejos de cada uno de nosotros (Hch 17,27).
En ti vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28).
¡Pero continuamente estoy dándote las espaldas! (Jer 2,27).
4. Como buen padre, me has enseñado a caminar
sujetándome de los brazos (Os 11,3).
¡Me abrazas con inmenso cariño
y lo celebras a lo grande cuando vuelvo a ti! (Lc 15,20).
Pero, a pesar de ello,
mi ingratitud filial (Os 11)
y mis infidelidades conyugales (Ez 16)
no tienen medida.
5. ¡Quisiera acabar ya esta vida de vergüenzas y fracasos (Jer 20,11),
para poder nacer a lo definitivo,
a lo pleno e incorruptible (1Cor 15,53),
bebiendo esa agua tuya que quita la sed para siempre (Jn 4,14).
6. Blanquéame con tu sangre, Jesús (Ap 7,14),
y hazme triunfar contigo (Ap 17,14),
de todo lo que es maldad, mentira (Ap 21,26) y muerte (Ap 20,6).
7. ¡Quiero llegar a la perfección del conocimiento! (1Cor 13,9s)
Quiero disfrutar el abrazo definitivo entre justicia y paz (Sal 85,11).
¡Quiero gozar a plenitud el triunfo absoluto del amor! (1Cor 13,8)
¡Quiero vivir la vida que no tiene fin! (Sab 4,1).
8. Mi cuerpo mortal tiene que ser absorbido plenamente por tu Vida (2Cor 5,4).
Transfórmalo y hazlo semejante a tu propio cuerpo,
usando esa tu fuerza maravillosa
con la que sometes a ti todas las cosas (Flp 3,20).
9. Busco experimentar en mí la fuerza plena de tu resurrección (Flp 3,11).
Deseo ardientemente llegar a crecer del todo
para poder verte cara a cara (Jn 14,19)
y quererte con todo mi ser (Dt 6,4).
10. Cambiarme estas ropas tan gastadas... (Lc 15,22).
Dejar que restañes mis heridas (Ez 34,16).
Gozar de tu alegría… (Jn 15,11).
11. ¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras! (Is 63,6).
Deseo llegar para vivir eternamente a tu lado (Flp 1,23).
Sí, abre ya esa puerta, déjate ver, mi Señor (Jn 10,9),
y llámame por mi nombre (Jn 10,3).
¡Acaba de entregarte ya de veras!
¡Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura!
12. Quiero gozar el cariño del timbre de tu voz (Jn 5,25):
“¡Ya llegaste¡ ¡Ya estás conmigo! (Jn 14,1).
Te quedarás en mi casa para siempre (Jn 8,35).
Se acabó la angustia y la inseguridad (Jn 14,27).
No existirá más ni muerte, ni duelo, ni penas,
pues todo lo anterior ya ha pasado (Ap 21,4).
Ahora todo será nuevo (Ap 21,5).
He preparado un lugar especial para ti (Jn 14,3).
Tu pieza está lista como a ti te gusta.”
13. Dame la Estrella brillante de la mañana (Ap 2,28).
Vísteme de ese lino blanco tuyo,
y proclama mi nombre delante de tu Padre (Ap 3,5)
14. Llévame junto a ti para poder vivir siempre a tu lado (Jn 14,3).
Quiero estar contigo y contemplar tu gloria (Jn 17,24),
la que tuviste junto al Padre desde el comienzo del mundo (Jn 17,5).
15. Quiero llegar a tu Reino dando gritos de alegría,
y con la dicha eterna reflejada en mi rostro;
la alegría y la felicidad me acompañarán
y nunca tendré más penas ni tristezas (Is 35,10).
16. Juntos gritaremos jubilosos,
porque todos te veremos cara a cara (Is 52,8).
Que así sea.
50.- Quiero ver tu rostro, Jesús
1. Sediento estoy de ti (Sal 42,3), Jesús, Señor de la vida (Hch 3,15). Tú eres mi Dios, a ti te busco; mi espí¬ritu tiene sed de ti; en pos de ti mi carne languidece, cual tierra seca, sedienta, sin agua (Sal 63, 2). Como anhela la sierva estar junto al arroyo, así mi espíritu desea, Señor, estar contigo (Sal 42,2).
2. Tengo sed de vida, y por eso me acerco a ti, para recibir de tu mano, gratuitamente, el agua de la vida (Ap 22,17).
3. En ti sólo descansa mi espíritu (Sal 62,2). Sólo tú eres mi roca y mi salvador (Sal 62,3). En ti tendré mi descanso, pues sólo en ti se apoya mi esperanza (Sal 62,6). No hay dicha para mí fuera de ti (Sal 16,2).
4. Mi corazón me dice: "Procura ver su cara" (Sal 27,8). Sí, es tu ros¬tro, Jesús, lo que yo busco en lo más íntimo de mi ser (Sal 27,9). Mi carne y mi corazón se consumen por ti, mi Roca, mi Dios, que eres mío para siempre (Sal 73,26).
5. ¿Qué podré tener en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada más quiero en la tierra (Sal 73,25).
6. No quiero vivir lejos de tu ros¬tro y de tu Gloria irresistible (2Tes 1,9). ¿A quién podría ir fuera de ti? (Jn 6,67). Tus amores son un vino ex¬quisito, suave es el olor de tus per¬fumes, y tu nombre, ¡un bálsamo de¬rramado! (Cant 1,3).
7. Amado mío, ¡qué hermoso eres, qué delicioso! (Cant 1,16). Tu cabeza brilla como el oro puro y tus labios son lirios que destilan mirra. Toda tu persona es un encanto (Cant 5,11.13. 16).
8. Tu rostro es como el brillo del relámpago y tus ojos como antorchas encendidas (Dan 10,6). Tu cara brilla como el sol y tu ropa es blanca como la luz (Mt 17,2). Tu cabeza y tus cabe¬llos son blancos, como la lana blanca, como la nieve; tus ojos parecen lla¬mas de fuego; y tu voz resuena como estruendo de grandes olas (Ap 1,14).
9. Muéstrame tu rostro y déjame oír tu voz, pues tu voz es dulce y amoroso tu semblante (Cant 2,14).
10. Quiero ver ese tu rostro triunfante y llevar tu nombre en mi frente, Jesús. Entonces ya no habrá noche. Tú mismo serás mi luz, y rei¬naremos juntos para siempre (Ap 22, 4s).
11. ¡Quiero llegar a ser todo para ti, ya que tú eres todo para mí! (Cant 6,3). Ansío que puedas desplegar tu plenitud en mí de forma que me llenes del todo (Ef 1,22). Entonces habrás con¬seguido que tu alegría viva plena¬mente en mí (Jn 15,11). ¡Será un gozo inenarrable y radiante! (1Pe 1,8).
12. ¡Sé que mi nombres esta ya es¬crito con tu sangre en el libro de la vida! (Flp 4,3). Me tienes grabado en la palma de tus manos (s 49,16) y como tatuaje sobre tu corazón (Cant 8,6). Por eso espero encontrarte por fin, ver tu cara (Ap 22,4) y vivir a pleni¬tud contigo (2Cor 5,8).
13. Todos llevamos los reflejos de tu gloria sobre nosotros, cada día con mayor resplandor, y nos vamos transformando en imagen tuya cada vez más perfecta (2Cor 3,18).
14. No se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando aparezcas en tu gloria, sere¬mos semejantes a ti, porque te vere¬mos tal como eres (1Jn 3,2).
15. ¡Sé que estás a punto de llegar! (Ap 22,7). ¡Sí, ven pronto, Señor Jesús! (Ap 22,20).
16. Creo que todas éstas son pro¬mesas del Dios que no miente jamás (Tit 1,2). Amén.
51.- La fuerza del Resucitado
en nuestro caminar hacia la resurrección
El que crea en mí, hará las obras que yo hago y,
como me voy donde está el Padre,
las hará aún mayores (Jn 14,12).
Sabemos que quieres actuar poderosamente en nosotros, Jesús (Col 1,29).
Por eso queremos experimentar el poder de tu resurrección (Flp 3,10),
esa fuerza maravillosa que sale de ti (Lc 6,19).
Gracias, Jesús, porque tu Resurrección se manifiesta en nosotros.
Gracias a ti podemos:
• Superar miedos y complejos.
• Experimentar el milagro de superar crisis graves.
• Verte en los demás y tratarlos como a ti mismo en persona.
• Gozar de una alegría profunda,
especialmente cuando hay problemas,
sabiendo sacarle fruto al dolor.
• Convertirnos en consoladores.
• Ayudar a superar enemistades.
• En los matrimonios,
desarrollar progresivamente un enamoramiento integral.
• Vivir fraternalmente, dialogando, en familia y/o en comunidad,
ayudándonos y complementándonos mutuamente.
• Crecer, con actitud de servicio,
en todas las dimensiones posibles de nuestra personalidad.
• Implicarnos a fondo, según las posibilidades de cada uno,
en la construcción de un mundo justo.
• Tener capacidad creciente y profunda de amistades complementarias,
sin dependencias afectivo-sexuales.
• Desarrollar una capacidad creciente de gastar y dar la vida
por los amigos, por los pobres, por la justicia...
• Capacidad de integrar conflictos y contradicciones:
- sentirse pecador y santo, débil y fuerte, pequeño y grande;
- saber unir fe y justicia, fe y ciencia,
trabajo intenso y oración profunda.
• Pensar, sentir y actuar cada vez más a tu estilo, Jesús.
• ...
Salmo de la educación sexual
Redactado por José L. Caravias sj.,
en sintonía con algunos padres angustiados.
Papá-Dios, mira cómo
unos padres de familia del colegio
se han sublevado en contra
de la educación sexual de sus hijos.
Tergiversan y mal interpretan
el contenido del libro de texto,
estudiado y redactado con tanto esmero
por expertos de la Javeriana.
Desgarran sus vestiduras farisaicas...
Ven “pornografía”
donde hay sana enseñanza.
Obsesionados, se fijan sólo en detalles,
sin contemplar la belleza del conjunto.
Nosotros creemos, Señor,
que la sexualidad es un hermoso don tuyo,
que expresa nuestro mutuo amor,
y del que florecen estos hermosos hijos,
que nos entregas con cariño
para que les ayudemos a crecer y madurar
a tu imagen y semejanza.
Esos padres escandalizados
posiblemente no conocen a fondo
tus hermosos proyectos...
Todo lo que sea sexo
les huele a podrido...
Quizás no han sabido desarrollar
un auténtico amor conyugal.
Puede ser que sus experiencias
sean sólo instintivas -sexo sin amor-.
Por eso enjaulan a la sexualidad.
Como tabú, como algo sucio,
monstruo que no debe ser despertado...
Pero nuestro mundo, Señor,
tú lo sabes bien,
está invadido por una niebla malsana
de obsesión y desenfreno sexual.
Y los niños respiran este ambiente.
No se les puede ocultar lo que les invade
y les nace por todos los poros de su ser...
Necesitamos, con urgencia,
limpiar y dignificar la sexualidad
ante los ojos de nuestros hijos.
Antes que aprender a escondidas
obsesiones deformadas y sucias,
queremos que les llegue una sana educación.
La sexualidad no es un dios, un absoluto,
ni tampoco un demonio,
sino un hermoso don tuyo,
que hay que aprender a usar según tus designios
Padres e hijos queremos caminar juntos,
en diálogo abierto,
con verdad y sencillez,
en ambiente de respeto,
ante la trasparencia
de nuestro amor sexuado.
Prometemos querernos y quererles mejor.
Perfeccionar con delicadeza
nuestras respuestas a sus preguntas,
al alcance de sus necesidades.
Verán y gustarán
cómo se aman sus papás.
Nuestro amor mutuo de esposos
iluminará siempre sus ojos,
alargará sus sonrisas,
caldeará sus corazones,
animará sus ilusiones,
les colmará de seguridad,
afianzará su esperanza:
¡dará razón a sus vidas!
Ayúdanos, Jesús, a vivir la sexualidad
conforme a los proyectos de Papá-Dios.
Enséñanos a educar a nuestros hijos,
niños, jóvenes o adultos,
a la luz maravillosa
de sus proyectos de Padre.
Que nosotros seamos sus mejores confidentes.
Que puedan preguntar sin miedo
todo lo que les inquiete.
Que sepan festejar con nosotros sus éxitos.
Que sepamos respetarnos a fondo.
Que crezcamos juntos.
Que seamos siempre amigos. Amén.