CVX - MAGIS
Introducción al Nuevo Testamento
I - Visión de conjunto
José L. Caravias sj
1. NUEVOS ENFOQUES BÍBLICOS
Mucha gente, al adentrarse en el conocimiento de la Biblia pregunta, con cierto aire de rebeldía, que por qué antes no se le habían enseñado esos agradables enfoques actuales.
En parte se debe a la ignorancia en que se ha mantenido muchas veces al pueblo cristiano. Décadas atrás hasta le estaba prohibido a los laicos leer la Biblia.
Pero hay una razón más profunda: la mayor parte de la ciencia bíblica actual no tiene más de un siglo. Y hace sólo un par de décadas que estos conocimientos se están elaborando a escala popular.
Se desconocían las lenguas y las civilizaciones antiguas. Se ignoraban las condiciones de vida en las que surgieron los diferentes libros. Tampoco se tenían en cuenta los diversos géneros literarios que se usan en la Biblia. Ni siquiera se sospechaba la importancia que tenía el conocer estos datos para captar mejor el mensaje.
Y el concepto de inspiración de la Biblia se reducía a creer en una acción directa de Dios, casi como un dictado, sin participación activa de los escritores. Por ello se tendía a tomarlo todo al pie de la letra.
Estos enfoques han ido cambiando profundamente, después de un proceso largo y doloroso de estudios a muy diversas escalas. Y en sus partes esenciales la Iglesia Católica ha oficializado estos adelantos a partir de Pío XII y especialmente del Concilio Vaticano II.
Pero en muchos de nosotros aun quedan residuos de antiguas actitudes, que tenemos que saber purificar; y grandes lagunas de ignorancia, que tenemos que rellenar…
En su tiempo San Ignacio fue pionero en el empleo de la Biblia en los Ejercicios Espirituales. Sin duda alguna él hubiera usado la ciencia bíblica actual en todo lo que le hubiera podido ayudar en la vida espiritual y en la pastoral. Siguiendo sus huellas, éste es nuestro desafío para mantenernos fieles a su espíritu. Para él siempre fue esencial mantener un vínculo estrecho entre fe y ciencia.
Actitudes ante la Biblia que hay que purificar:
Fundamentalismo: todo al pie de la letra, sin contexto histórico y sin tener en cuenta el proceso de revelación progresiva.
Elitismo: ver la Biblia desde el poder y la riqueza.
Machismo: sólo desde el punto de vista masculino.
Moralismo: sólo reglas para ver lo que está permitido o lo que es prohibido.
Espiritualismo: sólo lo espiritual, sin ningún tipo de compromiso.
La Biblia hay que interpretarla:
Desde la fe de la comunidad
la vida del pueblo
JESUCRISTO
la ciencia bíblica: conociendo
el marco histórico
el género literario
la revelación progresiva.
2. EL MARCO HISTORICO DE CADA PASAJE
Hasta hace algo menos de un siglo las culturas y los idiomas de los imperios que dominaron a Israel eran prácticamente desconocidos. Y el antisemitismo reinante por largos siglos entre los cristianos les impedía penetrar en el ambiente en que vivió Jesús y los primeros cristianos.
Hoy en día, en cambio, tenemos a nuestra disposición notables avances de las ciencias bíblicas y parabíblicas, que nos pueden ayudar considerablemente en el conocimiento del mensaje bíblico. Se pueden leer ya los escritos cuneiformes de Mesopotamia y los jeroglíficos de Egipto, y otros muchos del tiempo de la Biblia. Se han descubierto gran cantidad de bibliotecas y manuscritos antiguos. Y, gracias a los medios de comunicación, se puede tener acceso a todo lo descubierto hasta ahora.
Dios, como buen pedagogo que es, fue inspirando cada pasaje bíblico como respuesta a los problemas concretos que tenía el pueblo en cada época, dándole así luz y fuerzas para superarlos. Por ello es importante poder conocer los problemas de cada época, para poder captar mejor qué mensaje le estaba dando Dios entonces. Conociendo las costumbres, la cultura, la forma de hablar, la realidad política, económica y social del tiempo en que se escribió cada pasaje bíblico, es más fácil entender el mensaje que Dios les quiso dar entonces; y, por consiguiente, el mensaje que nos quiere dar también hoy a nosotros.
Aislar, en cambio, cada pasaje bíblico del marco histórico en que fue escrito, es camino proclive para manipular la Biblia y hacerle decir lo que de ninguna manera ella quiere decir. Si somos honrados frente a la Biblia no podemos interpretar la Biblia a nuestro antojo, o según los parámetros culturales actuales.
No siempre es imprescindible conocer el marco histórico. Hay pasajes que se entienden por sí mismos, sin necesidad de ninguna explicación especial. Pero hay pasajes de los que, sin conocer la cultura o los problemas de su tiempo, no se puede captar su mensaje o se entiende sólo a medias.
Leemos, por ejemplo, en el Apocalipsis, que el Cordero tiene siete cuernos (Ap 5,6). El significado simbólico actual de “tener cuernos” es muy distinto al de la antigüedad. La ciencia bíblica tiene que explicarnos que en aquel entonces los cuernos eran símbolo del poder.
Los Hechos cuentan que Pedro se hospedó en casa de un curtidor de pieles llamado Simón (Hch 9,42). Este simple hecho no tiene ningún mensaje para nosotros si no sabemos que entre los judíos el curtidor de pieles era sumamente despreciado por ejercitar un oficio impuro. Jamás un fariseo entraría en casa de un curtidor. Sabiendo este dato, nos damos cuenta que el pasaje está subrayando que para Pedro, como seguidor de Jesús, ya no desprecia a nadie.
Hemos de aprender, pues, a respetar el mensaje bíblico, esforzándonos por conocer la cultura y los problemas del tiempo en que fue escrita cada parte de la Biblia. Es éste un esfuerzo que hemos de ir realizando poco a poco, sin tensiones ni desánimos.
3. GENEROS LITERARIOS
En la historia de la Iglesia ha habido enormes confusiones y han estallado amargas discusiones por el mero hecho de no haber tomado en cuenta el género literario en que se escribió cada libro o pasaje. Se tomaron como noticias históricas textos bíblicos que pretendían simplemente anunciar un mensaje; o se tomaron como leyes textos del Nuevo Testamento que no eran más que exhortaciones. Se vieron como historias reales narraciones noveladas. Se quiso tomar todo al pie de la letra, hasta temas de carácter científico, como el caso del sol dando vueltas alrededor de la tierra.
Hoy en día, sobre todo a partir de Pío XII, se tiene en la Iglesia un especial cuidado en distinguir los diversos géneros literarios de la Biblia. Dice este papa en su encíclica ‘Divino Afflante Spíritu’: “El intérprete debe trasladarse con el pensamiento a aquellos tiempos del Oriente, y con la ayuda de la historia, de la arqueología, la etnología y otras ciencias, examinar y distinguir claramente qué géneros literarios quisieron usar y usaron de hecho los escritores de aquellas épocas remotas... En la Escritura las cosas divinas son presentadas, según el uso de su tiempo, de un modo humano... Conociendo, pues, y evaluando debidamente los modos y el arte de hablar y escribir de los antiguos, se podrán resolver muchas objeciones que se hacen contra la verdad y el valor histórico de las Sagradas Escrituras; además de que este estudio ayudará mucho a una más completa y luminosa comprensión del pensamiento del autor sagrado.”
Más tarde el Concilio Vaticano II afirmó con claridad: “El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar, que se usaban en tiempos del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían emplear en la conversación ordinaria” (Dei Verbum, 12).
En realidad cada libro tiene su género literario, y dentro de cada uno suele haber diversas formas literarias. La exégesis moderna distingue en la Biblia el relato histórico, la saga, el mito, el cuento, la fábula, el sermón, la exhortación, la confesión de fe, la narración didáctica, la parábola, la sentencia profética, jurídica o sapiencial, el refrán, el discurso, la oración, el canto, etc. La lista podría alargarse y dividirse aun más. Pero no es ése el fin que pretendemos ahora.
4. INSPIRACIÓN DIVINA
En uno de los últimos libros del Nuevo Testamento se afirma que “todos los textos de la Escritura están inspirados por Dios” (2Tim 3,16).
Ésta es la fe de la Iglesia, desde el comienzo hasta hoy. El primer catecismo de los cristianos, la “Didajé”, ya llama a las Escrituras “Palabra de Dios”. El Concilio Vaticano II considera que la Biblia ha sido “escrita por inspiración del Espíritu Santo” (DV 9).
Pero ello no quita la participación activa de los escritores bíblicos. Ellos no eran meros copistas que escribían al dictado de Dios. “En la composición de los libros sagrados Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (DV 11).
“Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y lo que Dios quería dar a conocer con dichas palabras” (DV 12).
Hemos de esforzarnos en averiguar lo que quisieron expresar los autores humanos de la Biblia. Sólo así nos podemos acercar a la revelación que Dios nos quiere transmitir a partir de ellos.
La carta a Timoteo sigue aclarando que los textos de la Escritura “son útiles para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para toda obra buena” (2Tim 3,16-17).
La inspiración no se queda, pues, en el libro escrito, sino que le sobrepasa y llega a la vida de los hombres. La Biblia no es simplemente un libro inspirado: es un libro inspirado para algo. Dios inspiró esas páginas para que nos enseñen, nos corrijan, nos guíen en el bien y nos preparen para toda obra buena, y así nos comuniquen la sabiduría que lleva a la salvación. O sea, Dios inspiró la Biblia para que ella ejerza una inspiración en nuestras vidas.
La Biblia quiere comunicarnos la “sabiduría”, que no consiste primariamente en saber algo, sino en saber hacer algo, en saber vivir la vida de acuerdo con el plan de Dios. Para conseguir este objetivo existe la Biblia y actúa en ella la fuerza inspiradora de Dios.
Hasta hace poco, los católicos, condicionados por la polémica protestante y por el choque con la ciencia de finales del siglo pasado, hemos considerado la inspiración como una actividad divina que termina en el libro y que tenía como objetivo único hacer de Dios el “autor” de la Biblia.
Los protestantes entienden por inspiración bíblica, la inspiración que Dios da al que lee la Biblia para entender el misterio de Cristo y su salvación. Es el lector el que, a la luz de la fe, recibe directamente la inspiración de Dios.
El católico, al hablar de inspiración, piensa en la inspiración que hace de Dios el autor de la Biblia. El protestante piensa en la inspiración que sale de la Biblia y va hacia la vida. Los dos miran la misma realidad desde dos ángulos distintos, absolutizando cada uno su punto de vista. Pero resulta que la posición de cada uno tiene algo importante que enseñar al otro. Hoy en día se está llegando a la síntesis de las dos posiciones.
5. REVELACION PROGRESIVA
La inspiración de Dios recae sobre todo el proceso, muchas veces largo y arduo, de elaboración de los libros sagrados.
Dios no se dio a conocer a sí mismo de una sola vez; poco a poco fue entregándose, según la capacidad de asimilación de su pueblo. Como buen Padre, él se adapta a la manera de ser y de entender de sus hijos, y a partir de su realidad les va haciendo caminar poco a poco.
Dios sabe de dónde parte y a dónde quiere llegar. Y en este caminar va lentamente al paso de sus hijos, corrigiéndolos y animándolos, pero respetando siempre su libertad y su capacidad de comprensión.
No se puede sacar un texto bíblico de su ambiente histórico y del proceso de revelación en el que se produjo. Todo está entrelazado entre sí, apoyado en la revelación anterior y como base de los pasos que le siguen. Cada pasaje forma parte del engranaje de una inmensa fabrica, cuyo fin es producir la luz y la fuerza de la Palabra de Dios. Pero si sacamos una pieza del engranaje de la cadena de la revelación, por mucho que la adornemos, aunque la pongamos de adorno central en la mesa, jamás podrá producir la luz y la fuerza que estaba llamada a generar.
Por una cita aislada no se puede decir que se conoce la voluntad de Dios. Hay que saber mirar el horizonte de la revelación con amplitud, desde el comienzo hasta el final. Si leemos con “tapaojos de burro” la media frase “que las esposas se sometan a sus maridos” de Efesios 5,27, sin tener en cuenta lo que se dice antes y después, ni el proceso de dignificación de la mujer que corre a través de toda la Biblia, ciertamente sacaremos conclusiones disparatadas que están muy lejos del mensaje bíblico…
Los 27 libros del NT son obras que se fueron gestando a lo largo de un buen número de años. Casi todos ellos dejan entrever etapas precedentes, en forma de documentos anteriores, como en el caso de los evangelios, o en forma de tradiciones anteriores, como en la mayoría de las cartas. Y cada escrito se apoya en los avances de los escritos anteriores.
En esta gestación lenta y progresiva se nos da a conocer no sólo las convicciones y creencias de los autores, sino también muchos puntos de vista anteriores, que dan a los escritos del NT un tono de obras comunitarias, compartidas, fruto de la fe y la esperanza de diversos grupos cristianos de los primeros decenios del Cristianismo.
Estos libros se escriben en lugares concretos, en circunstancias bien determinadas, que, debidamente conocidas, ayudan a comprender mejor su mensaje. Son un testimonio vivo de cómo pensaban y vivían aquellos cristianos. Los temas que tratan estos documentos buscan responder a dificultades concretas de las comunidades, ayudándoles a crecer en su fe y en su esperanza.
Los escritos del NT son, pues, obras vivas, surgidas de la vida y de la fe de las comunidades cristianas del siglo I. Son obras ocasionales, redactadas en circunstancias bien determinadas y concretas, sin pretensiones de ser visiones definitivas y acabadas. Buscan fortalecer a comunidades concretos, dándoles confianza y comunicándoles vida.
6. JESÚS, CENTRO Y META
El eje, el punto de partida y el de llegada, siempre es Jesús. Si el Antiguo Testamento es el camino para poder llegar a Jesús, el Nuevo no es sino el testimonio de las diversas experiencias de Jesús que vivieron aquellas primeras comunidades. Su inquietud básica es averiguar quién es Jesús, qué les puede decir Jesús en sus circunstancias concretas, cómo experimentar en ellos la fuerza salvadora de Jesús… Jesús es la única clave con la que poder entender el Nuevo Testamento.
Este enfoque convierte a la lectura y meditación actual del NT en una fuerza intensamente interpeladora. No podemos acercarnos a los libros del NT como a obras del pasado. Son obras que nos hablan también a nosotros. Y fundamentalmente nos hablan de Jesús, un Jesús que tiene que ser también para nosotros luz, esperanza y fuerza como respuesta a nuestros problemas concretos de hoy día.
Por la resurrección de Cristo, apareció la meta hacia la que todo caminaba. Cristo resucitado iluminó, de repente, todo el trazado del camino recorrido y reveló una dimensión nueva de él, que antes no era todavía percibida en todo su alcance. Cristo se convirtió en la llave de interpretación de la historia toda.
Los cristianos, a la luz nueva del Espíritu del Resucitado, descubrían el sentido nuevo y verdadero de todo cuanto había sucedido y estaba sucediendo en ellos: “Por el Espíritu que viene de Dios entendemos lo que Dios, en su bondad, nos concedió” (1 Cor 2,12). Como Jesús lo prometió, el Espíritu estaba introduciendo a los cristianos en la comprensión total de la verdad (Jn 16,13).
Todo converge hacia Jesucristo. La historia, decía San Agustín, está embarazada de Cristo. No sólo la historia de Israel, sino la historia de toda la humanidad. No sólo el pueblo de Israel tuvo su Antiguo Testamento como preparación para llegar a Cristo, sino todos los pueblos tienen también sus Antiguos Testamentos propios y originales, que encierran en sus culturas experiencias graduadas de Dios, en camino hacia la experiencia del Dios de Jesús.
La experiencia descrita en la Biblia realizó la función de pedagogo, que les llevó hasta Cristo (Gál 3,24). Y por eso mismo es un modelo para nosotros (Rom 15,4; 1 Cor 10,6.11). Así como Cristo surgió del caminar histórico del pueblo hebreo, revelando en su actividad y su doctrina los verdaderos valores de su pueblo y denunciando la opresión que impedía el crecimiento de ese pueblo; así como, enseguida, este mismo Cristo comenzó a surgir en el caminar histórico de los griegos (2 Cor 3,18; 3,3; 4,6), así también tiene que nacer del caminar histórico de cada persona, de cada pueblo, de cada experiencia, movimiento o religión, de la humanidad toda, con un rostro propio e inconfundible. Este proceso está en camino. Este futuro está siendo engendrado. Y terminará cuando Cristo destruya todo el poder del mal. Entonces habrá conseguido que “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 22-28).
Bibliografía:
Etienne Charpentier, Para leer el Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1981.
Josep Oriol Tuñí, Jesús en comunidad, El Nuevo Testamento medio de acceso a Jesús, Sal Terrae, Santander 1988.
Gerhart Lohfink, Ahora entiendo la Biblia, Paulinas, Madrid 1977.
Carlos Mesters, Por detrás de las palabras, EDICAY, Cuenca 1988 (El maravilloso mundo de la Biblia, Bonum, Bs. As.).
JL Caravias, Biblia Fe Vida, CEPAG 8, Asunción 1994.